Por Javier Abad Gómez
Se trata de un sacerdote que recibió el don de la paternidad de una Familia de estrechos vínculos espirituales.
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En 1974 san Josemaría quiso emprender un viaje por América para estar con sus hijas y sus hijos espirituales de esta tierra, aunque no pudo detenerse en Colombia por motivos de salud. Era la segunda vez que el fundador del Opus Dei pisaba suelo americano, luego de un viaje a México para visitar la virgen de Guadalupe en 1970. El impacto de su presencia fue grande en quienes pudieron recibir su testimonio y su enseñanza, y la huella que dejaron, imborrable.
Pasados 50 años, el tercer sucesor al frente del Opus Dei, monseñor Fernando Ocáriz, después de un breve paso por Chile, Perú y Ecuador, está visitando Colombia con el mismo propósito: estar con los fieles de la Prelatura y con tantas personas que procuran hacer vida en su trabajo y en su familia, el carisma recibido por Josemaría Escrivá hace ya cerca de 100 años.
Un carisma que tiene su fundamento en el bautismo y en la condición de hijos de Dios, que llama a la santidad en la vida ordinaria y al que se refirió el santo padre Francisco haciendo popular la expresión "el santo de la puerta de al lado". Un concepto bastante ilustrativo, que se refiere a tantos buenos ejemplos de personas santas que tenemos muy cerca, mucho más cerca de lo que imaginamos, de quienes no necesitamos buscar sus nombres en el santoral, porque los podemos tratar todos los días. Fieles que luchan por la santidad en las oportunidades ordinarias que nos ofrece la vida, sin buscar fabulosas oportunidades extraordinarias que raramente se presentan.
Esa puede ser, en palabras del actual prelado, la principal aportación del Opus Dei: acompañar a los laicos (98 % de sus miembros) para que sean protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia en medio del mundo, uno a uno. Los laicos no son meros receptores o actores secundarios, sino protagonistas de la evangelización, que pueden llevar el calor y la amistad de Cristo allí donde hace más falta: a las aulas, a las poblaciones, a los campos de fútbol, a los hospitales, a las oficinas, a las familias, a los pobres y a los ricos... a todos. Se trata de una labor de acompañamiento espiritual, de vivificación cristiana, que evita interferir en sus legítimas opciones terrenas: sus acciones en la sociedad, con sus aciertos y sus errores, serán responsabilidad de cada uno, no de la Iglesia ni del Opus Dei.
Monseñor Ocáriz es un conocido teólogo que hizo parte de la Congregación de la Doctrina de la Fe del equipo del cardenal Ratzinger, quien le prologó un libro, y es autor de varios textos de filosofía y teología. Fue, además, un colaborador estrecho de los dos últimos prelados del Opus Dei, con quienes compartió una estrecha fidelidad al espíritu fundacional.
Pero sobre todo se trata de un sacerdote que recibió el don de la paternidad de una Familia de estrechos vínculos espirituales, y viene a estar con sus hijas y sus hijos, en un país donde el Opus Dei es bien conocido y apreciado, especialmente por su presencia apostólica en más de 30 ciudades.
Al prelado lo respetamos, obedecemos y queremos como a un verdadero padre, así algunos seamos ya nonagenarios, porque sabemos descubrir en el suyo el rostro de nuestro fundador. Él ha venido para animar, confortar, y hacernos disfrutar de su cercanía y para transmitirnos el impulso que el sumo pontífice está dando a la Iglesia con miras a la nueva evangelización. En un momento de la historia ya casi centenaria de esta institución que busca, con espíritu de obediencia al papa Francisco, hacer que sus Estatutos manifiesten y fortalezcan el carisma que recibió de Dios san Josemaría en la revelación de aquel 2 de octubre de 1928.