“Trabajar con Cristo y como Él”

Entrevista al prelado del Opus Dei publicada en "Famille Chrétienne". Mons. Javier Echevarría responde a cuestiones sobre las prelaturas personales, el deseo de Dios que tienen los jóvenes y el gran reto de los fieles del Opus Dei de ayudar a mucha gente a conocer a Jesucristo.

El 20 de diciembre la Santa Sede publicó los decretos que darán paso a diversas canonizaciones, entre las que se encuentra la del fundador del Opus Dei. Pese a que aún hay que esperar a una última aprobación del Papa y de los cardenales, Josemaría Escrivá, nacido el 9 de enero de 1902, podrá ser canonizado en los próximos meses. Para comprender mejor la espiritualidad de la Obra, entrevistamos a su actual prelado, monseñor Javier Echevarría.

Su experiencia como obispo de una prelatura personal es muy diferente a la de los obispos que encabezan una diócesis. ¿Cuáles son sus particularidades?

En los cuatro sínodos de obispos en los que he participado como padre sinodal, he sentido la solidaridad de mis hermanos en el episcopado. Como miembros del colegio episcopal, compartimos, unidos al Papa, la responsabilidad sobre toda la Iglesia. Se aprende mucho de los demás.

Desde luego, la extensión geográfica de la prelatura del Opus Dei, desde China a Estonia, del Líbano a la India, de México a Uganda, nos sirve para palpar diariamente las realidades más variadas. Los fieles de la prelatura, y la muchedumbre de simpatizantes y amigos que participan de su apostolado forman, —en el trabajo o en el paro—, una familia. Estamos en contacto permanente con los problemas de los hombres, desde los más banales a los más graves: el hambre (hay fieles de la prelatura que no pueden hacer más que una comida al día, como por ejemplo en los Andes peruanos o en algunas islas de Filipinas); la guerra o la inseguridad en Tierra Santa, Colombia, Congo o Sudáfrica y en tantos otros países; o los desafíos intelectuales más serios, como por ejemplo los que se refieren a la bioética.

Pero los medios son siempre los mismos: la Cruz y el Evangelio. Y la misión que la prelatura ha recibido de la Iglesia atañe a todos los hombres: recordar a cada uno que Dios le ama y espera ser correspondido en la vida ordinaria. En otras palabras, la llamada universal a la santidad allí donde nos encontremos.

El Opus Dei participa, pues, en la misión de la Iglesia y comparte con ella y en ella “la alegría y la esperanza, la tristeza y el sufrimiento de los hombres” (Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, n. l).

Uno de los retos con los que se enfrentan los fieles de la prelatura es el desconocimiento de Jesucristo existente en grandes áreas del mundo y en amplias capas de la población, desde Suecia a Kazajstán, de Singapur a Finlandia. Asimismo, nos enfrentamos con la anorexia espiritual de la vieja Europa, con su “cultura de la muerte” y con la búsqueda de una igualdad educativa formulada “a la baja”, que son causa de una emotividad exacerbada que revela falta de referencias y ausencia de valentía, en especial a la hora de combatir los propios defectos, los propios pecados.

Este panorama quedaría incompleto si no mencionáramos el deseo de Absoluto que hay en la juventud, el crecimiento de una conciencia ecológica bien enfocada, y una mayor apertura a la existencia de Dios. Esta palabra, pese a que aún quema en los labios de muchos políticos occidentales, sigue interpelando las conciencias de muchas personas. Un gran número de jóvenes está descubriendo la novedad de Cristo.

Querría añadir que, gracias a Dios, esta sed de renovación, este deseo de ampliar las fronteras, no pertenece sólo a los jóvenes. Hay, en todos los niveles de la sociedad, hombres y mujeres humanamente maduros, quizá de cierta edad, que mantienen un corazón joven, dispuesto a recibir y a darse.

La prelatura personal es un hecho único creado a la medida, que permite al Opus Dei estar presente en cualquier diócesis preservando su independencia y su propia autoridad, algo que puede ser fuente de incomprensión y tensiones.

Las prelaturas personales aparecieron en el Concilio Vaticano II como una respuesta a las necesidades pastorales actuales de la Iglesia.

La prelatura del Opus Dei es una institución que, desde el punto de vista teológico y canónico, resulta similar a una diócesis, como es el caso de los ordinariatos militares. Pero no se distingue por su independencia, sino más bien por la colaboración ofrecida a las diócesis. De este modo, la prelatura del Opus Dei constituye un servicio que la Iglesia universal ofrece a las iglesias particulares. En ningún caso suplanta a estas iglesias ni a la pastoral diocesana.

De hecho, el Opus Dei, que no posee ninguna liturgia particular, no interfiere para nada con la autoridad local. Sus fieles van a las parroquias, como todo el mundo, para participar en la Eucaristía, el domingo y entre semana. Estos fieles celebran sus bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones o funerales en estas parroquias, que dependen de los obispos de cada lugar.

A menudo, sacerdotes del Opus Dei ayudan a las iglesias particulares en la atención de de una capellanía universitaria, de una parroquia o del clero diocesano: dependen entonces, para estos encargos, del obispo de la diócesis.

Por otro lado, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que es una asociación unida a la prelatura, se situa en la línea de lo que el Concilio Vaticano II ha deseado para los sacerdotes. Está compuesta por sacerdotes incardinados en la prelatura y sacerdotes diocesanos que desean recibir ayuda espiritual del Opus Dei. Es, de alguna manera, una especie de auto apertura del carisma del Opus Dei a los clérigos, con el fin de que puedan beneficiarse del espíritu que Josemaría Escrivá recibió y procuren santificar su ministerio sacerdotal.

Quiero precisar que estos sacerdotes permanecen bajo la exclusiva jurisdicción de su respectivo ordinario diocesano. Reciben —y aportan— ayuda espiritual en el seno de esta asociación de sacerdotes, cuya característica esencial es precisamente el enraizamiento diocesano del sacerdote mediante una unión, cada día más fuerte, con su obispo y sus hermanos en el ministerio. Responde a una posible necesidad de los sacerdotes, y es un estímulo a la promoción de vocaciones sacerdotales en las diócesis.

¿Hay algún aspecto de la prelatura del Opus Dei que le parezca más difícil de entender al gran público, creyente o no?

Hay en Francia una gran tradición —también desde una perspectiva laica— hacia el concepto del trabajo bien hecho, tanto en la actividad privada como en la pública. El Opus Dei, al ser una obra de Dios —este es el significado de esta palabra en latín—, resulta incomprensible para quien no tiene fe o para quien es incapaz de comprender al prójimo sin abandonar sus propios esquemas mentales, a menudo exclusivamente políticos o sociológicos.

De todas maneras, la faceta social y humanitaria de la Obra suscita la simpatía y la colaboración de un gran número de no cristianos.

Aunque es verdad que la prelatura pone especial hincapié en la formación de intelectuales —a quienes no hay que identificar con los ricos, ni con los poderosos de la tierra—, en realidad se dirige a todos aquéllos que llevan una vida normal y corriente en medio del mundo. Esto puede molestar a quienes ocultan ante los demás su condición de cristianos, a quienes guían su vida según una ideología atea y desean eliminar a los católicos de la vida pública, de los debates de la sociedad, de los centros de enseñanza y, en general, del mundo del trabajo.

Los cristianos coherentes son como “la piedra en el zapato” de quienes tratan de apagar la fe; o, por usar una metáfora evangélica, son la sal de la tierra. La verdadera amenaza no son las incomprensiones “del exterior”, sino que la sal se desvirtúe, el contemporizar, el indiferentismo: en una palabra, la renuncia práctica a una fe que es, además, un camino de vida.

La prelatura del Opus Dei ha organizado un congreso con ocasión del centenario del nacimiento de su fundador, el beato Josemaría Escrivá.

El congreso organizado en Roma por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en torno al tema “La grandeza de la vida ordinaria”, ha sido uno de los muchos actos que se han convocado durante el año 2002.

Es una gran fiesta. No la fiesta de un sacerdote santo, sino, me atrevería a decir, una fiesta de Jesucristo. El beato Josemaría Escrivá decía: “Es de Cristo de quien debemos hablar, no de nosotros”. Todo hombre, toda mujer, sean quienes sean, están llamados a la santidad, es decir, a identificarse con Jesucristo. Josemaría Escrivá anotó en 1930 en sus apuntes íntimos: “¡Santos! Permaneciendo en el mundo, en nuestros quehaceres ordinarios, en nuestros deberes de estado: ahí, y gracias a todo eso, ¡santos!”.

Hay un refrán francés que dice mucho de la sabiduría popular de antaño: “Si cada cual se ocupa de lo suyo, las vacas estarán bien guardadas”. Si cada uno se esfuerza, en su trabajo, en su vida normal, por hacer las cosas bien, sin dejarse llevar por la intranquilidad y sin encerrarse en un cómodo egoísmo, es posible encontrar a Cristo para trabajar con Él y como Él.

Por la gracia del Espíritu Santo, en este camino —particular, propio de cada uno— que es la vocación a la santidad, amamos y transformamos al mismo tiempo los paisajes que atravesamos y los caminantes con los que nos cruzamos, porque son hermanos nuestros.

Por lo que se refiere a la canonización de Josemaría Escrivá, permítame expresar mi alegría por el hecho de que ya haya tenido lugar la de Josefina Bakhita, religiosa sudanesa que fue beatificada al mismo tiempo que él, en mayo de 1992.

El reconocimiento, el pasado 20 de diciembre, de numerosos milagros (en la lectura que precede a los decretos, n.d.r.) entre los cuales hay uno atribuido a la intercesión de Josemaría Escrivá, es para mí —especialmente, en el marco del centenario de su nacimiento— un segundo motivo de alegría. Los milagros son siempre un signo de la misericordia de Dios con los hombres.

Sophie de Ravinel // Famille Chrétienne (Francia)