Pureza: templos del Espíritu Santo

La pureza es la capacidad de descubrir en nuestro cuerpo que somos templos del Espíritu Santo. Vivir la pureza significa, por eso, querer dejar a Dios saciar todos los deseos y búsquedas de nuestra vida.

San Josemaría –sin excluir evidentemente el término «castidad», que también empleaba– prefería hablar de «santa pureza». En Amigos de Dios explica que “hemos de ser lo más limpios que podamos, con respeto al cuerpo, sin miedo, porque el sexo es algo santo y noble –participación en el poder creador de Dios–, hecho para el matrimonio. Y, así, limpios y sin miedo, con vuestra conducta daréis el testimonio de la posibilidad y de la hermosura de la santa pureza”.

Una visión positiva sobre la pureza

En muchas ocasiones, al pensar sobre la virtud de la pureza, tenemos más facilidad para darnos cuenta de momentos en los que no hemos respetado nuestro cuerpo lo suficiente, o en circunstancias negativas tanto propias como sociales.

En este sentido, observamos y estamos rodeados de la hipersexualización en muchos ámbitos, la preocupación excesiva por la forma física o la falta de templanza en la comida y la bebida, por ejemplo. Estas realidades nos pueden llevar a pensar que la mayoría de las personas están poco interesadas en vivir la pureza. Desde esta visión, es difícil saber cómo proponer un modo de vida que choca frontalmente con lo que parecen ser las aspiraciones principales que nos propone la sociedad.

La pureza es un don de Dios

Hay una verdad que nos llena de esperanza: el ser humano siempre busca, en último término, el sentido más profundo de la vida. Por más que algunas acciones nos llenen temporalmente, no hay nada que sacie para siempre. Solo Dios.

Ese es precisamente el regalo de la pureza. Dios no espera de nosotros una represión sin sentido, sino una liberación que incluye todo lo que somos. Y que, por supuesto, incluye nuestros deseos de cariño y comunión con otras personas.

La lucha por vivir la pureza es también un modo de no tratar de saciar esas búsquedas antes de que pueda hacerlo Dios. Vivir la pureza es abrirnos totalmente a Dios, para que sea Él quien nos colme con su Amor.

Motivos para vivir la santa pureza

La búsqueda de la pureza no debe ser una búsqueda de perfección, sino una búsqueda de sentido. La gran novedad que propone Cristo es la de convertir nuestros deseos en sus propios deseos. Dios sabe en qué necesitamos luchar y nos acompaña precisamente en esas luchas, no nos espera después de alcanzar la perfección.

Desde esta perspectiva, la lucha por ser más puros tiene una búsqueda inmediata que es mucho más ilusionante que la perfección. Buscamos que Dios colme nuestros deseos y que nos ayude a llevarle así a otras personas. No podemos olvidar que nuestro Dios se ha hecho carne y que se nos da como alimento todos los días en la eucaristía, transformando todo lo que somos, queremos y buscamos. También nuestro cuerpo.

El deseo sexual, el deseo de placer y bienestar corporal o la búsqueda de una autoimagen cuidada, por ejemplo, son aspiraciones buenas, y tienen su plenitud cuando cuentan con Dios en su centro. En este sentido, vivir la pureza no consiste en dejar de desear nada, sino en desear con Dios y hacia Dios. Es decir, vivir la pureza significa dejar de conformarse con un poco y pasar a quererlo todo.

Dios quiere el ahora

Actualmente, muchas personas se dan cuenta en su propia experiencia del vacío que produce buscar el sentido de su vida en el placer o en la mera autosatisfacción. Los debates sobre la pornografía, la soledad o la salud mental explicitan un deseo común no satisfecho de trascendencia. Muchas personas se dan cuenta de que no basta con ser buenos y llevar una vida cómoda. Tiene que haber algo más.

Por eso, la virtud de la pureza es una propuesta que transforma radicalmente el día a día de las personas. Incluso en contextos en los que es más difícil luchar, como cuando existe un hábito muy arraigado o cuando vivir la pureza significa cambiar mucho las prioridades de nuestra vida, se trata de descubrir las búsquedas reales del corazón que liberan y dan paz, más que ganar todas las batallas. El motivo de esta liberación es que Dios pasa a ser la aspiración de nuestra lucha, y nosotros mismos desaparecemos un poco para dejarle el espacio a Él, a su acción.

No perder la paciencia, no perder la esperanza

La lucha por vivir la pureza a veces puede ser vergonzosa para uno mismo. ¿Cómo es posible que siga luchando después de tanto tiempo? ¿Voy a tener que dedicar toda la vida a seguir planteándome qué deseo y cómo lo deseo? Lo cierto es que esta constancia en la purificación de nuestros deseos también refleja la constancia en la búsqueda de Dios.

A la hora de valorar las realidades humanas que no nos gustan o las idas y venidas en nuestra lucha, no podemos olvidar que Dios concede el don de la pureza cuando se lo pedimos con humildad. Por tanto, nuestra lucha principal debe ser la de reconocer a Dios en todo lo que recibimos y en buscarle en los lugares que creemos que está menos presente.

Esta visión de la pureza no solo transforma nuestra vida, sino todas nuestras relaciones humanas. El noviazgo, el matrimonio, el celibato, cualquier amistad o la relación con la familia, pasan a ser contextos en los que expresar toda la plenitud de nuestro deseo. Y el cariño que damos y recibimos o los anhelos de Dios se convierten en una realidad que nos hace felices, completos.