San Josemaría enseñaba que la piedad es el remedio de los remedios: una piedad honda, “doctrinal", pues sin doctrina la vida de intimidad con Jesucristo corre el peligro de ser superficial, meramente externa y sentimental.
Doctrina y piedad no pueden existir separadamente: se necesita doctrina para alimentar la piedad, y piedad para vivificar la doctrina. De esta manera, el cristiano inmerso en las actividades temporales cuenta con un bagaje suficiente para alimentar su vida de oración, y a la vez para responder a quien le pida razón de su esperanza (cfr. 1 Pe 3, 15), en los distintos desafíos de la vida social y profesional. “Cuídame, aunque te caigas de viejo –concluye san Josemaría– el afán de formarte más" (Surco, n. 538).