Padre..., ¿me puede confesar?

¿Cómo arrancar y hacer un homenaje póstumo a un ser tan espiritual? No es fácil ya que como diríamos en lenguaje corriente, “nos llevaba unos cuantos kilómetros de ventaja”. [Artículo publicado en el periódico El Diaro (Pereira, Colombia), acerca de la vida del Padre Jorge Enrique Londoño].

¿Cómo arrancar y hacer un homenaje póstumo a un ser tan espiritual? No es fácil ya que como diríamos en lenguaje corriente, “nos llevaba unos cuantos kilómetros de ventaja”.

Su tránsito por esta vida transcurrió siempre con alegría, entusiasmo, energía y mucha sabiduría. Nunca lo vi descomponerse en ningún momento, aún ante las situaciones más difíciles de su vida, como lo fue la enfermedad que lo consumió y devastó en 7 meses, después de haber cumplido sus 50 años.

Su sonrisa y aprobación de sentirse bien fueron siempre sus compañeras en esos 7 meses, cualidades que solo eran posibles gracias a su gran espiritualidad. Al final de su enfermedad cuando ya no podía caminar ni hablar, siempre supe que estaba ahí consciente de lo que le sucedía, como también siempre supe que su permanente sonrisa era porque se sentía feliz de ofrecer su enfermedad y dolor a Dios por su familia y amigos... ¡Qué Grandeza! ¡Qué ejemplo!

Acercarse a él era encontrarse con un ser espiritual, un remanso de paz y tranquilidad, un contagio de ganas de vivir y darlo todo, una alegría permanente y una fuente de amor inagotable, un dar sin esperar nada a cambio, era un encuentro único y aliviador.

Cuando de acercar a los niños se trataba, se podía convertir en mago o en ascensor. Sus cuentos e historias eran fascinantes y nos cautivaban a todos. Si estaba en el colegio o la universidad, le gustaba ser miembro del equipo de fútbol o de ciclismo con esa energía y espíritu deportivo que siempre lo caracterizaron. En fin, siempre supo cómo cautivar la mente y los corazones de los niños y jóvenes.

Cómo olvidar sus clases magistrales de Teología donde hacía sencillo y simple lo más complejo, y con sus ejemplos y anécdotas estas se convertían en un escenario divertido y ameno. Tampoco podremos olvidar algunas de sus grandes meditaciones sobre el desprendimiento material o sobre la muerte; eran simplemente grandiosas.

Su alma y corazón siempre estuvieron al servicio de los demás sin importar raza, o condición social. Un “¿Padre me puede confesar?” se convertía en un mandato inaplazable, independientemente del horario y sitio. Su comida y su descanso siempre podían esperar cuando de confesar, ayudar, o acercar a Dios a alguien se trataba.

Tenía la gran capacidad de convertir en posible lo que para muchos era imposible. Simplemente se necesitaba de su decisión, perseverancia y gran fe para que todo empezara a fluir. Hacía que la gente que estaba a su alrededor vibrara con su proyecto, el proyecto de todos. Algunas personas me dicen: “Tenía algo que lo hacía diferente de los demás, esa energía, esa paz…”. Muchos lo conocieron por muy poco tiempo, pero lo recuerdan completamente ya que siempre dejaba una huella imborrable en todos los que se acercaban a él.

Tenía un don muy especial y era el de hacer sentir a cada persona única y preferida por él, don que heredó de su mamá. Su acercamiento a cada persona era diferente porque entendía que no todos estábamos en el mismo nivel de espiritualidad. Cada vez que avanzábamos él estaba atento y sembraba en nosotros una semilla adicional, con una prudencia absoluta y una infinita ternura.

Lograba comunicarnos y explicarnos todo lo que en algún momento algunos hubiéramos considerado exagerado y radical, con todo el amor y sencillez posible y de una forma gradual. Entendíamos que la búsqueda de la felicidad es la misma búsqueda de Dios, y como él decía: “He conocido muchos hombres y mujeres en estos 20 años de sacerdocio, pero no he conocido el primero que sea feliz alejado de Dios”.

Su funeral fue un acto de aprecio y amor por todos los que lo conocimos, quienes lo despedimos con una ovación de aplausos a la salida del Santuario de Fátima en Manizales. Lo más impactante fue el esfuerzo que hizo el Arzobispo de Manizales, Monseñor Fabio Betancur, quien a pesar de su delicado estado de salud, sin poder ver ni poder hablar bien, celebró el funeral. Tuvo que haberlo apreciado muchísimo. Más impactante todavía que durante el sermón el Arzobispo dijo que ya le había empezado a pedir al Padre Jorge para que le devolviera la vista y la voz. Sin lugar a dudas tuvimos y seguimos teniendo un ser maravilloso a nuestro lado.

Los que tuvimos la fortuna y privilegio de conocerlo o haber estado muy cerca de él, nos alegramos porque sabemos que está en el lugar donde siempre quiso estar y por el que luchó incansablemente, solo que su partida genera un inmenso dolor, que algún día ojalá muy cercano, se transforme en alegría y lucha constante por el sendero que nos trazó.

No nos queda la menor duda que desde arriba nos ayudarás mucho más, como en algún momento y durante tu enfermedad me lo dijiste.

Un hasta pronto.

Patricia Botero // Periódico El Diario de Pereira (Colombia)