Homilia pronunciada en la misa por el primer año del fallecimiento del Padre Ignacio Gomez Lecomte primer fiel del Opus Dei en Colombia

Presentamos la homilía del primer aniversario del Padre Nacho del domingo 20 del tiempo ordinario.

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha…”(Lc 13, 22-20).

Al leer y meditar esta pasaje de la Sagrada Escritura, que nos ofrece la liturgia en este día de hoy, domingo 20 de tiempo ordinario, me pregunto, y nos preguntamos quizás todos nosotros: ¿Qué significa entrar por la puerta estrecha?

Si miramos la vida de Jesús, entrar por la puerta estrecha quiere decir despojarse de la propia grandeza de su ser divino, para venir a compartir con nosotros, sus hijos, nuestra pequeñez. Por eso nos dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis la paz de vuestros corazones”. Es un llamado del Señor a hacer de la sencillez y de la humildad nuestra forma de vida. También san Josemaría, gran imitador de Jesucristo, especialmente cuando lo contemplaba en su vida  oculta, vivió y predicó un principio que fue característico de su propia existencia: “ocultarse y desparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca”.

Hoy, cuando venimos a este templo para evocar el recuerdo del Padre Nacho,  experimentamos la convicción de que en él se cumplieron estas palabras que acabo de pronunciar: él sí supo encontrar el camino que nos propone Jesús y confirma san Josemaría. En medio de la verdad de su lúcida inteligencia, de su inmensa cultura y de su profunda piedad, él supo pasar oculto, con una sencilla humildad muy bien disimulada. De tal modo que, al cabo de sus más de cincuenta años de fidelidad sacerdotal, solo quedara resaltada la gracia de Dios y se cumplieran al cabo de sus días la palabras del divino Maestro: “Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que  vean vuestras buenas obras  y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Todos los días del padre Nacho fueron los de una existencia extraordinaria, vivida de manera ordinaria, sencilla y atrayente. Una vida sin relieve a los ojos humanos pero repleta de valor, de valor redentor a la manera como fue la vida de Jesucristo en los años silenciosos del hogar de Nazaret y del taller de José.

Quizás fue Jorge Luis Borges quién escribió refiriéndose a la existencia humana como si no fuera más que un olvido: “el olvido que seremos”.  En este primer aniversario del día en que Dios llamó a su presencia al padre Nacho, nosotros queremos decir sencillamente que no, que su paso por la tierra no se borrará fácilmente de la memoria de nuestro corazón. Alguien, que lo admiraba, lamentó alguna vez el dolor de no tener libros escritos por él  para poder recrearse en su sabiduría, o encontrar modos que lo llevaran  por los caminos de la fe que él recorrió. Podemos responderle con convicción que está equivocado. Que el padre Nacho sí dejó innumerables escritos: son aquellos que grabó con fuego en la vida de cada uno de quienes lo tratamos.

La vida del padre Nacho no puede quedar en el olvido. Para eso está el testimonio de su humildad, que nos invita a erradicar el orgullo y la soberbia de creernos mejores que los demás. Su inmenso corazón y su afán conciliador, que ocultaba discreto por medio de su desarmante sencillez. Tampoco olvidamos su disciplina intelectual, que nos enseña que la formación cultural es un modo eficaz de caminar hacia una verdadera cultura cristiana. Recordamos, con el deseo de copiarlos en el trato con los demás, su alegría permanente y los rasgos de su buen humor contagioso. Evocamos su espíritu deportivo, teórico y práctico, su afición por el beisbol y su devoción por los Yankis de Nueva York, que sus compañeros del colegio y sus alumnos rememoran con particular cariño. Nos sentimos removidos, hoy que tanta falta hace en las relaciones humanas, por su capacidad de comprensión, su delicadeza para disculpar, su permanente deseo de servir, al tiempo que procuraba que estas muestras de generosidad pasaran inadvertidas. Agradecemos su espíritu de sacrificio, para darse sin reservas y en silencio hasta el mismo umbral de la eternidad. Y su afán apostólico hasta el límite de su vida, cuando todavía llevaba prendidos en su corazón los nombres de las personas por quienes ofrecía todo su sufrimiento a Dios: esas personas somos todos nosotros.

Hoy, en el recogimiento de esta celebración eucarística tan especial, queremos hacer presente ante Dios, por intermedio de la Santísima Virgen a quien amaba entrañablemente como Madre, la gratitud por el legado precioso de este sacerdote bueno y fiel. Y pedimos a Jesús, con callada intensidad, que nos conceda aprender mucho de lo que nos legó este buen instrumento suyo. Así nos disponemos, cada día mejor, en este Año de la Fe, que se acerca a su fin, a ser discípulos y misioneros para que, como nos insiste el Papa Francisco, seamos promotores eficaces de una Nueva Evangelización. Así sea.

 

 

Pronunciada por el Padre Javier Abad Gomez