Homila del Vicario del Opus Dei en Colombia en la fiesta de San Josemaría

Monseñor Hernán Salcedo Plazas, en la Misa con ocasión de la fiesta de San Josemaría en Bogotá, agradeció a Dios por habernos dado a san Josemaría, como el pastor santo del Opus Dei

Monseñor Hernán Salcedo Plazas en Bogotá, Iglesia de Cristo Rey.

Os daré pastores conforme a mi corazón[1], dice el Señor por boca del profeta Jeremías, palabras que recoge la antífona de entrada de la Misa de hoy. El primer movimiento de nuestro corazón al considerarlas, es de agradecimiento a Dios por habernos dado a san Josemaría, como el pastor santo del Opus Dei. A su primer sucesor, el venerable Álvaro del Portillo, le gustaba decirnos que él era simplemente la sombra o la batuta de ese primer y permanente pastor y padre, puesto por Dios al frente de esa pequeña porción de la Iglesia católica, que es la Obra de Dios.

         Fue san Josemaría, mientras nos acompañó físicamente en la tierra, un pastor no sólo santo sino lleno del don de ciencia y de experiencia divina y humana. ¡Nos transmitió tantísimas luces y enseñanzas en todos los campos de la vida cristiana! Fue un maestro sapientísimo del amor a Dios en medio de la calle, del trabajo ordinario, de la vida cotidiana. Un maestro con una gran capacidad de hacer vida concreta lo que iba aprendiendo en su trato con la que él llamaba trinidad de la tierra, Jesús, María y José, camino para llegar al trato enamorado con la Trinidad del Cielo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Iba siempre por delante, abriéndonos camino, descubriéndonos nuevos horizontes insospechados de amor, advirtiéndonos dónde se escondía el enemigo de nuestra santidad. No era de esos pastores malos que van detrás del rebaño tirando piedras a las ovejas y azuzándoles los perros.

         Ahora está en el Cielo, lo sabemos por la fe, al ser declarado entre el número de los santos, el día de su canonización. Y, en el Cielo, ¿qué hace? Hace lo que hacía en la tierra, pero con una eficacia divina, sin fallos humanos de ninguna clase, por su unión perfecta e indefectible con Dios Uno y Trino, con santa María Virgen y todos los santos y ángeles. Ahora es con plenitud el pastor y padre del Opus Dei, hasta el fin de los siglos.

         Cuando una persona es muy, muy santa, no deja en la tierra tareas pendientes, a medio hacer. Deja las cosas acabadas a quienes vienen después, que pueden continuar la carrera emprendida sin perder ni un segundo, sin detenerse a arreglar lo que han recibido, pues es una obra perfecta, enteramente de Dios, que hace todo bien. Este es el primer modo como san Josemaría sigue sacando el Opus Dei adelante: velando para que no se pierda nada de lo que nos entregó, para que no agüemos el buen vino que nos legó.

         Un segundo modo, como nos sigue ayudando, es haciendo fructificar ese tesoro en el corazón de cada uno de sus hijas e hijos, y de las personas que participan de los apostolados de la Obra. Es un modo muy divino, pues va a la intimidad de los corazones con luces, con mociones que Dios le encarga de transmitirnos, acompañándonos con su oración ininterrumpida de intercesión ante el trono de Dios por cada uno.

Monseñor Hernán Salcedo Plazas, Vicario Regional del Opus Dei en Colombia

         En concreto, hace eco al Espíritu Santo que nos atestigua en lo más profundo de nuestro ser que somos hijos de Dios, hijos pequeños y predilectos de Dios-Padre en Cristo. Es lo que nos dice la segunda lectura de la santa Misa: los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios (…) Y, si somos hijos, también herederos (…) de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados[2].

         Vamos a pedir a san Josemaría que hoy nos enseñe cómo podemos ser coherederos con Cristo, sufriendo con él para ser con él glorificados, en nuestra condición de ciudadanos corrientes, uno más entre los demás. La respuesta está en la oración colecta de la santa Misa de hoy, que acabamos de rezar.

Dice: “Oh Dios, que has suscitado en la Iglesia a san Josemaría, sacerdote, para proclamar la vocación universal a la santidad y al apostolado, concédenos, por su intercesión y su ejemplo, que en el ejercicio del trabajo ordinario nos configuremos a tu Hijo Jesucristo y sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención.”

De esa preciosa oración de la Iglesia, vamos a fijarnos en la gracia que pedimos nos sea concedida: que en el ejercicio del trabajo ordinario nos configuremos a Jesucristo, Hijo de Dios, y sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención. San Josemaría, explícanos con tus palabras qué senda hemos de seguir para alcanzar esa gracia, y alcánzanos la luz de entenderlas con el resplandor de lo que se hace vida.

Quizás lo primero que nos diría es: aprende bien tu oficio, ejecútalo con esmero, porque si no, no podrás santificarlo ni ofrecérselo al Señor[3]. O, con otras palabras suyas: ¡qué me importa que me digan que fulanito es buen hijo mío –un buen cristiano–, pero un mal zapatero![4] Ahora, cada uno de nosotros se puede examinar sobre este primer punto y sacar propósitos concretos de mejora.

Pero enseguida nos añadiría: Rechazad la excesiva profesionalitis, es decir, el apegamiento sin medida al propio trabajo profesional, que llega a mudarse en un fetiche, en un fin, dejando de ser un medio[5]. La profesionalitis es un defecto grave, una inflamación patológica de la actividad profesional, muy propia de nuestra época. La dedicación desmedida al trabajo profesional atenta contra el amor de Dios, la atención a la familia y a los amigos y a otras relaciones que se deben cuidar, contra el necesario descanso. Es tan serio este peligro que san Josemaría enseñaba que por ese desorden el trabajo pasa de ser obra de Dios a ser obra del diablo.

Es un peligro muy serio, con raíces profundas y perversas, como advertía el pasado 5 de junio el Papa Francisco en su audiencia de los miércoles: “la persona humana está en peligro: esto es cierto, ¡la persona humana está hoy en peligro (…)! Y el peligro es grave porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es solo una cuestión de economía, sino de ética y de antropología. La Iglesia lo ha subrayado muchas veces; y muchos dicen: sí, es justo, es verdadero… pero el sistema continúa como antes, porque lo que domina son las dinámicas de una economía y de unas finanzas carentes de ética. Lo que manda hoy no es el hombre, es el dinero”. Y podemos añadir: lo que manda hoy es el afán de sobresalir, de triunfar, de dominar a otros, de éxito… y así sucesivamente.

En definitiva, que no trabajamos para dar gloria a Dios sino para nuestra gloria. Así pasamos a la tercera enseñanza de san Josemaría que vamos a meditar hoy. Nos advertía en una ocasión: Trabajad cara a Dios, sin ambicionar gloria humana. Algunos ven en el trabajo un medio para conquistar honores, o para adquirir poder o riqueza que satisfaga su ambición personal, o para sentir el orgullo de la propia capacidad de obrar[6]. Éste es ciertamente un descamino grave. La senda buena es: Con el trabajo, alabamos a Dios[7].

Y esto, ¿qué significa en la práctica? Significa trabajar de tal modo que el trabajo nos identifique con Cristo, nos haga almas enamoradas de Dios, personas que luchan por ser enteramente suyas. Vamos de nuevo a las palabras de san Josemaría: -Jesús nos urge. Quiere que se le alce de nuevo, no en la Cruz, sino en la gloria de todas las actividades humanas, para atraer a sí todas las cosas (Jn, 12,32) (…) Mas, para cumplir esta Voluntad de nuestro Rey Cristo, es menester que tengáis mucha vida interior: que seáis almas de Eucaristía[8].

Y, ¿qué es ser almas de Eucaristía? La respuesta a esta pregunta es amplísima. Señalemos solo un punto esencial. Significa subir con Cristo a la santa Cruz. Por eso nos recomendaba el fundador del Opus Dei: Antes de empezar a trabajar, pon sobre tu mesa o junto a los útiles de tu labor un crucifijo. De cuando en cuando, échale una mirada… Cuando llegue la fatiga, los ojos se irán hacia Jesús, y hallarás nueva fuerza para proseguir en tu empeño[9].

Por esta senda, serviremos con ardiente amor a la obra de la Redención, pues quien vive en Cristo se comporta con los demás como otro Cristo a toda hora, también en su tarea profesional, porque para el cristiano, el apostolado resulta connatural: no es algo añadido, yuxtapuesto, externo a su actividad diaria, a su ocupación profesional[10]. ¡Con qué vibración nos impulsa san Josemaría a ser cada uno Cristo que pasa por los caminos de la tierra!, conviviendo, ayudando, sanando. Y no se detiene ahí su celo, pues hacemos un apostolado fecundísimo no solo con el trato de amistad y confidencia, sino cuando nos esforzamos por orientar con sentido cristiano las profesiones, las instituciones y las estructuras humanas[11], en las que trabajamos y nos movemos.

Acudamos hoy, por último, a nuestra Madre, Santa María, que comprendió mejor que criatura alguna la santificación del trabajo, para que nos alcance la gracia de entender que en la calle –en la oficina, en el estudio, en la cátedra, en el laboratorio, en la fábrica, en las labores del campo…– debemos vivir constantemente nuestra unión con Dios[12]; que hemos de trabajar de tal modo que sepamos estar con Cristo, haciéndole compañía a lo largo de la jornada, bien unidos a su sacrificio: todo nuestro trabajo tiene este sentido. Y esto nos llevará durante el día a decir al Señor que nos ofrecemos por Él, con Él y en Él a Dios Padre, uniéndonos a todas sus intenciones, en nombre de todas las criaturas. Si vivimos así, todo nuestro día será una Misa: desde que nos levantamos hasta que nos acostemos[13], con afán de llevar a Jesús oleadas de almas, para que se salven.

Amén [1] Jer 3, 15

[2] Rm 8, 14.16-17

[3] Cfr. Amigos de Dios, n. 61.

[4] Ibid.

[5] Carta 24-XII-1951, n. 82.

[6] Carta 15-X-1948, n. 18.

[7] Carta 8-XII-1949, n. 58.

[8] Instrucción, 1-IV-1934, n. 1.

[9] Vía Crucis, XI Estación, n. 5.

[10] Es Cristo que pasa, n. 122.

[11] Carta 9-I-1959, n. 17.

[12] Apuntes de la predicación (AGP, P10; n. 71).

[13] Apuntes de la predicación, 27-V-1962 (AGP. P01 II-1969, p.11).