Acompañamiento espiritual

En su exhoración apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos recuerda la conveniencia del acompañamiento o dirección espiritual para la vida cristiana

“Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño.” (Evangelii Gaudium, n. 171). Con estas palabras, el Papa Francisco nos recuerda la conveniencia del acompañamiento o dirección espiritual para la vida cristiana.

Es el Espíritu Santo, quien ha de santificar: "el modelo es Jesucristo; el modelador, el Espíritu Santo, por medio de la gracia"[1]. Quien ejerce una dirección espiritual personal es un "instrumento" de Dios, que es quien da el crecimiento (cfr. 1 Co 3,7-9). Hay que dejar "a la gracia de Dios y al Director que hagan su obra" para que aparezca "la imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo"[2]. Esa gracia es una participación en la vida de Jesucristo, que en la Eucaristía "nos hace cor unum et anima una (Hch 4, 32), un solo corazón y una sola alma; y nos convierte en familia, en Iglesia"[3].

1. El acompañamiento fraternal de los hijos de Dios en Cristo

Es lógico que se busque acompañamiento espiritual cuando se avanza en la vida espiritual y se nota que el Señor pide mayor vibración. Teológicamente podríamos decir identificarse con Cristo, ser otro Jesús para el prójimo. Esta es la razón auténtica por la cual cada cristiano puede desear legítimamente la ayuda del consejo espiritual. Vivir en la disposición continua de buscar a Dios, habitar en el convencido deseo de agradarle. Hay un impulso interior que pide algo más, pero no en el orden de la eficiencia (hacer muchas cosas), sino en el dejarse hacer por el otro (Dios)[4].

La consideración de la Iglesia como familia es una de las claves sobre el acompañamiento espiritual. En este ambiente de fraternidad cristiana, de familia, queriendo a las personas con el proverbial corazón de padre y de madre, se ayuda a cada uno a buscar, encontrar y amar a Cristo[5].

El acompañamiento espiritual es por lo tanto una realidad con fundamento bautismal

El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda a propósito de la dirección espiritual que: "El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento"[6]. Estos dones se pueden encontrar en sacerdotes y también en los fieles no ordenados: religiosos, religiosas, laicos. Efectivamente, llevar la dirección espiritual de otras personas es uno de los modos en que los laicos pueden ejercer su sacerdocio común, que capacita "para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación"[7].

El acompañamiento espiritual es por lo tanto una realidad con fundamento bautismal, como desarrollo de haber recibido el Bautismo, y un concreto apostolado. Se puede, en efecto, leer en clave de dirección espiritual (introduciendo los matices y las acomodaciones oportunas) lo que san Josemaría escribe en relación con el apostolado de amistad y confidencia; un apostolado que en la existencia laical presupone el testimonio de la vida cristiana dado con naturalidad a través de las situaciones ordinarias del vivir: "Y, al vernos iguales a ellos en todas las cosas, se sentirán los demás invitados a preguntarnos: ¿cómo se explica vuestra alegría?, ¿de dónde sacáis las fuerzas para vencer el egoísmo y la comodidad?, ¿quién os enseña a vivir la comprensión, la limpia convivencia y la entrega, el servicio a los demás? Es entonces el momento de descubrirles el secreto divino de la existencia cristiana: de hablarles de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de María. El momento de procurar transmitir, a través de las pobres palabras nuestras, esa locura del amor de Dios que la gracia ha derramado en nuestros corazones"[8]. Todo ello supone, ciertamente, que quien asume la tarea de dirigir espiritualmente a una persona reúna las condiciones debidas de madurez espiritual, de prudencia, de discreción, de afabilidad, etc., y de formación, ya que en la dirección espiritual no se trata de aconsejar desde las propias experiencias y opiniones, sino desde la fe de la Iglesia.

2. Hacia la santidad

"Para ir hacia el Señor necesitamos siempre un guía, un diálogo. No podemos hacerlo solamente con nuestras reflexiones"[9]. El papel del "maestro" espiritual consiste en secundar la labor del Espíritu Santo en el alma y dar paz, en vista del don de sí y de la fecundidad apostólica[10]. Por eso su labor nos introduce en el Evangelio, en el que "todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia"[11]. La dirección espiritual ayuda a descubrir lo que el Evangelio dice a cada alma, y a reaccionar con una respuesta de entrega. "Sigue siendo válida para todos (...) la invitación a recurrir a los consejos de un buen padre espiritual, capaz de acompañar a cada uno en el conocimiento profundo de sí mismo, y conducirlo a la unión con el Señor, para que su existencia se conforme cada vez más al Evangelio"[12]. La dirección espiritual bien recibida lleva a confrontar la propia vida con Cristo y con su mensaje de amor (cfr. Jn 13, 34), y a ver, a la luz de la Escritura y contando con la acción del Espíritu Santo, la mano de Dios en la propia existencia.

"La función del director espiritual –enseña san Josemaría– es abrir horizontes, ayudar a la formación del criterio, señalar los obstáculos, indicar los medios adecuados para vencerlos, corregir las deformaciones o desviaciones de la marcha, animar siempre: sin perder jamás el punto de mira sobrenatural, que es una afirmación optimista, porque cada cristiano puede decir que lo puede todo con la ayuda divina (cfr. Flp 4,13)"[13]. Con el crecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad, se ayuda a tratar a Dios personal y continuamente, muchas veces a través de un plan de vida. De esa forma, la oración (vocal y mental), la confesión frecuente, la participación en la Eucaristía –verdadero centro de la vida cristiana–, la familiaridad con la Sagrada Escritura, llevan a profundizar en el sentido de la existencia, a conocer el amor de Dios, a mejorar en conocimiento propio y deseos de servir a todas las almas.

"La fe y la vocación de cristianos afectan a toda nuestra existencia, y no sólo a una parte"

San Josemaría aconseja tratar siempre, en la dirección espiritual, tres puntos necesarios para un verdadero progreso espiritual: la fe, la pureza y la vocación[14]. Esta trilogía pueda relacionarse con lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles, describiendo la vida y la perseverancia de los primeros cristianos "en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones"[15]. La fe remite a la doctrina apostólica[16]. La pureza se vincula al Pan eucarístico: la Comunión frecuente nos ayuda a tener una mirada limpia y protege el tesoro de la castidad. La oración, respuesta a la Palabra de Dios que llama, es esencial para ser fiel a la propia vocación[17].

"La fe y la vocación de cristianos afectan a toda nuestra existencia, y no sólo a una parte"[18]; por tanto, está en relación con la vida familiar, el trabajo, el descanso, la vida social, la política, etc. Aunque la dirección espiritual no tiene como materia inmediata esos ámbitos debe, no obstante –evitando toda injerencia en lo que no le es propio– ofrecer luces y consejos para que cada uno, con libertad y responsabilidad, seguro en la fe y en la moral católicas, tome las decisiones que considere oportunas con conocimiento de causa y dejando que la luz de Dios ilumine toda su vida. Desde esta perspectiva la dirección espiritual tiene como meta promover la "unidad de vida"[19] que lleva a buscar y a amar a Dios en todo, y a vivir toda la existencia con conciencia de la misión que la vocación cristiana implica. La dirección espiritual contribuye al proceso de crecimiento de cada cristiano en su condición de hijo o de hija de Dios Padre en Cristo por el Espíritu; ayudando a descubrir con alegría la figura y el amor de Cristo y lo que reclama su seguimiento.

3. Libertad y responsabilidad

El hermano que acompaña espiritualmente a otro hermano ofrece un parecer desinteresado y recto, respetando la personalidad de aquel al que aconseja, sin suplantar su libertad y por tanto su responsabilidad. Como escribe santo Tomás de Aquino, "los hijos de Dios son movidos por el Espíritu Santo libremente, por amor; no servilmente, por temor" (Summa contra gentiles, IV, 22). Un concepto que san Josemaría condensa así: "Sólo cuando se ama se llega a la libertad más plena"[20]. La persona humana es un misterio: "En cada alma hay un fondo delicado, en el que sólo Dios puede penetrar"[21]. Y a cada persona e toca secundar las inspiraciones que reciba del Espíritu Santo, pastor de nuestras almas[22].

La tarea del pastor de almas está “encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su vida, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide, sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana. Ese modo de obrar y ese espíritu se basan en el respeto a la trascendencia de la verdad revelada, y en el amor a la libertad de la humana criatura. Podría añadir que se basa también en la certeza de la indeterminación de la historia, abierta a múltiples posibilidades, que Dios no ha querido cerrar"[23]. Señala también san Josemaría que "para conseguir la perfección cristiana en la profesión o en el oficio que cada uno tenga", los cristianos "necesitan estar formados de modo que sepan administrar la propia libertad: con presencia de Dios, con piedad sincera, con doctrina"[24]. Por eso, los consejos de la dirección espiritual sirven para iluminar la inteligencia, robustecen la libertad. En ocasiones, esa transmisión de la verdad se hará con fortaleza. "La verdadera finura y la verdadera caridad exigen llegar a la médula, aunque cueste"[25]: siempre con delicadeza y respetando los ritmos que sean propios de cada persona.

La libertad asumida como elección del bien es inseparable de la correlativa responsabilidad personal

El que es acompañado espiritualmente ha de tener una actitud abierta a la ayuda. Por esto es necesario recordar que "la humildad es la verdad en el camino de la lucha ascética"[26]. Una de las manifestaciones más importantes de la humildad es la sinceridad que, en ocasiones, ha de ser "sinceridad salvaje"[27], es decir, manifestación de lo que hay en el alma, sin adornos ni eufemismos. La dirección espiritual sigue los rasgos de una confidencia[28], que está basada en la confianza. Por eso, así como la dirección procede sin "encorsetar a nadie (...), respetando a cada alma tal como es, con sus propias características"[29], el que la recibe deja "a la gracia de Dios y al Director que hagan su obra", ya que, si no se fundamenta así, "jamás aparecerá la escultura, imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo"[30]. Esto requiere una cierta regularidad en las conversaciones.

En este ámbito de fraternal confianza, es lógico procurar ser dócil a la palabra oída que, delante de Dios, se reconoce como una luz del Espíritu Santo. Se puede, pues, hablar de obediencia a la dirección espiritual, pero teniendo presente que la obediencia no es un concepto unívoco (cfr. S.Th. II-II, q. 104). En la dirección espiritual, uno no hace caso al consejo de otra persona porque esté obligado, ni tampoco porque reconozca su mayor experiencia o saber, sino porque advierte que a través de sus palabras, Dios le ilumina y aconseja. Muchas veces, los consejos de la dirección espiritual no son totalmente detallados, sino que se nos impulsa a reflexionar y sobre todo confrontarse con el Señor en la oración. Efectivamente corresponde al interesado ponderar lo escuchado y decidir con una resolución que, ciertamente, ha sido iluminada por el consejo, pero que dimana de sus deliberaciones y de su voluntad.

La libertad asumida como elección del bien es inseparable de la correlativa responsabilidad personal. "Cada uno es como es, y hay que tratar a cada uno según lo ha hecho Dios y según lo lleva Dios. Omnibus omnia factus sum, ut omnes facerem salvos (1Co 9, 22), hay que hacerse todo para todos. No existen panaceas. Es preciso educar, dedicar a cada alma el tiempo que necesite, con la paciencia de un monje del medioevo para miniar –hoja a hoja– un códice; hacer a la gente mayor de edad, formar la conciencia, que cada uno sienta su libertad personal y su consiguiente responsabilidad"[31]. De este modo, el acompañamiento espiritual, en un contexto de amistad y trato con Dios, orienta, da optimismo, abre a la esperanza, amplía horizontes y contribuye a que el alma sea capaz de cosas grandes.

Bibliografía:

  • Artículos de Collationes.org: El arte de dirigir almas ((link a la web)).
  • ESPA, Fulgencio, Cuenta conmigo, Palabra, Madrid 2017.
  • FERNÁDEZ-CARVAJAL, F. Para llegar a puerto. El sentido de la ayuda espiritual, Palaba, Madrid, 2010.
  • DERVILLE, Guillaume. Voz: «Dirección espiritual». Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Burgos, Monte Carmelo - Instituto Histórico Josemaría Escrivá, 2013, pp. 339-345.

[1] Carta 8–VIII–1956, n. 37: AGP, serie A.3, 94-1–2.

[2] Camino, n. 56.

[3] Conversaciones, n. 123.

[4] Cfr. Fulgencio Espa, Cuenta conmigo, 33, Palabra, Madrid 2017.

[5] Cfr. Camino, n. 382.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2690; cfr. nn. 1435, 2695.

[7] Es Cristo que pasa, 120.

[8] Ibídem, 148.

[9] BENEDICTO XVI, Discurso, Audiencia general, 16–IX–2009.

[10] cfr. Camino, n. 62.

[11] Forja, n. 754.

[12] BENEDICTO XVI, Discurso, Audiencia general, 16–IX–2009.

[13] Carta 8–VIII–1956, n. 37: AGP, serie A.3, 94-1–2.

[14] cfr. Surco, n. 84; Amigos de Dios, 187.

[15] Hch 2, 42.

[16] cfr. Conversaciones, 73.

[17] cfr. Forja, nn. 297 y 789.

[18] Es Cristo que pasa, 46.

[19] cfr. Es Cristo que pasa, 10; Gaudium et Spes, n. 43.

[20] Amigos de Dios, 38.

[21] Carta 8–VIII–1956, n. 37: AGP, serie A.3, 94-1–2.

[22] cfr. Es Cristo que pasa, 174.

[23] Es Cristo que Pasa, 99.

[24] Conversaciones, 53.

[25] Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, tomo II, p. 320.

[26] Surco, n. 259.

[27] Forja, n. 127.

[28] cfr. Camino, n. 64.

[29] Amigos de Dios, 249.

[30] Camino, n. 56.

[31] Carta 8–VIII–1956, n. 38: AGP, serie A.3, 94-1 –2.