Vivir en cristiano, con ocho hijos… y mucho trabajo

A los 18 años Sebastián se trasladó desde su ciudad natal –La Serena– a Santiago, a estudiar Medicina en la Universidad de Chile. Un viejo profesor de su colegio le dio antes de marchar un consejo que sería fundamental en su vida posterior: le recomendó pedir plaza en la Residencia Universitaria Alborada, obra de apostolado del Opus Dei en la capital.

Sebastián jr con Tomás Andrés, Juan Diego, Sebastián papá, María Consuelo, María Jesús, Bernardita, Consuelo mamá con Javier Ignacio y José Manuel.

Más de veinte años después, el Doctor Sebastián Illanes, especializado en Ginecología y Obstetricia, sub especializado en Medicina Fetal, con un Magister en Biología de la Reproducción por la Universidad de Bristol y Vicedecano de Investigación de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes, reflexiona: “aunque nadie en mi familia conocía la Obra, y yo –que había sido bautizado y había hecho la Primera Comunión– no asistía a misa dominical ni mucho menos tenía una vida de piedad; entendí que Alborada sería una excelente opción para mí. Pasado un tiempo en la Residencia comencé a asistir a charlas de formación y ya en ese momento empecé a notar que Dios me pedía más. Tuve en esa época muchos altibajos y rebeliones, pero siempre acababa por volver a las charlas y al trato con Dios”.

En cuarto año de carrera conoció a Consuelo Cerón, quien estudiaba Enfermería en la misma universidad. Ella tenía una historia parecida en cuanto a la práctica de la fe católica. Sebastián la animó a acercarse a los medios de formación impartidos por las mujeres de la Prelatura. En 1995, ya graduados, se casaron. Un año después Sebastián pidió la admisión en el Opus Dei como Supernumerario de la Prelatura. Consuelo haría lo propio tres años más tarde. 

“El tener como modelo a Cristo –dice Sebastián– te permite entregarte en forma completa en tu matrimonio, donándote de manera que lo que importa sea la felicidad del otro”.

“Las enseñanzas de la Obra –señala Sebastián– nos han permitido tener una visión de nuestra vida que yo llamaría ‘más tridimensional’. En la superficie no se diferencia en nada de la vida de cualquiera, pero vista con los ojos de la fe, adquiere hondura sobrenatural y todo pasa a tener un significado mucho más pleno. Para explicarlo, me gusta hacer cierta comparación: si un cuerpo irregular está lejos de la luz, sus imperfecciones proyectan muchas sombras; pero si lo acercas a la luz, esas imperfecciones, aunque sigan presentes, se van notando menos. Eso nos ha pasado a nosotros, seguimos teniendo muchas imperfecciones, pero –al estar cerca de Dios– proyectan menos sombras en nuestras vidas”.

 

Sebastián y Consuelo tienen ocho hijos, todo un desafío para dos profesionales con un extenso currículum de atención a pacientes, de docencia y de investigación. Ella es Directora de la Escuela de Enfermería de la Universidad de los Andes. “Entre otras enseñanzas de San Josemaría –dice Sebastián–, hay una muy valiosa a la hora de sacar adelante una familia amplia como la nuestra: que el Espíritu Santo nos acompaña con su gracia y sus dones, especialmente con el de fortaleza, tanto en nuestra vida matrimonial como en nuestro trabajo profesional. En otras palabras, que Dios da sentido a nuestras vidas, que es el principio y el final de cada una de nuestras actividades, y que en cumplir su voluntad está nuestra alegría y gozo”. 

“La unidad fuerte entre los esposos es un paraguas ideal para el desarrollo de los hijos”.

"El tener como modelo a Cristo –agrega– te permite entregarte en forma completa en tu matrimonio, donándote de manera que lo que importa sea la felicidad del otro, aunque a veces cueste vencer la resistencia natural del propio egoísmo. Cuando los esposos tienen como finalidad buscar la felicidad del otro, el éxito del matrimonio, medido por los parámetros de la fe, está asegurado. Y esto beneficia también y principalmente a los hijos. La unidad fuerte entre los esposos es un paraguas ideal para el desarrollo de los hijos”. 

La importancia de la cercanía y entendimiento del marido y la mujer les quedó especialmente grabada a propósito de un suceso relacionado con su vida en Bristol, Inglaterra, entre 2003 y 2005. “Cuando me quedaban tres meses para terminar la beca, viajamos a Roma y pudimos tener una entrevista con el Prelado de la Obra, Monseñor Javier Echevarría. En ese tiempo Consuelo esperaba a Juan Diego, nuestro sexto hijo. Le contamos al Prelado que la universidad nos había pedido la casa en que vivíamos y que Consuelo regresaría con los niños a Chile, para dar a luz aquí, mientras yo terminaba mis estudios. El Padre nos miró como contrariado, y nos pidió que hiciéramos todo lo posible para no separarnos, o para que la lejanía durase el menor tiempo posible. Agregó que rezaría para que se solucionara el problema. Pues bien, nada más llegar a Bristol, la universidad nos avisó que había una nueva casa disponible para nosotros, de modo que pudimos quedarnos juntos hasta el final”.

Los hijos son todo un desafío para dos profesionales con un extenso currículum de atención a pacientes, de docencia y de investigación.

Cuenta Sebastián que en Inglaterra un colega egipcio y musulmán, casado, con dos hijos, le llamó un día a su oficina y le preguntó con sumo interés cómo hacían Consuelo y él para, teniendo los cinco hijos de entonces, andar siempre sonrientes y felices. Le parecía algo extraño que unos padres de familia numerosa no se quejaran. “Por supuesto que le expliqué las razones sobrenaturales, pero lo que se me quedó grabado es que a veces basta una sonrisa o un poco de buen humor para llegar al corazón y al alma de otras personas”.

Ciertamente, la vida en Bristol empujó a Sebastián a una mayor audacia en el apostolado. “El Centro de la Obra más cercano estaba en Oxford, a doscientos kilómetros de casa. Esto nos exigía a la hora de asistir a medios de formación, pero también nos hacía sentir la responsabilidad de ser de los primeros de la Obra en una ciudad. Consuelo contactó a dos Supernumerarias italianas que vivían allí, y entre las tres empezaron a dar medios de formación para mujeres. Incluso organizaron un club para chicas que llegó a tener diez ‘socias’ que acudían regularmente los sábados en la mañana. Por mi parte contacté a otro fiel de la Obra que trabajaba en la ciudad y con él montamos una charla que parecía la ONU: un español, un mexicano, un galés, un sudafricano, un chileno, un francés, etc.”. 

Para aumentar la concurrencia, Sebastián abordaba a personas a la salida de la catedral católica romana de Bristol y así se incorporaron Lech (un polaco, Doctor en Física, que ahora se prepara para el sacerdocio en el Seminario en Varsovia) y Zsonborg, húngaro (que se especializaba en Patología Perinatal). Un día salió al paso de un nigeriano quien, nada más oír las primeras palabras de Sebastián, comentó: “tú debes ser del Opus Dei”. Este señor conocía la Obra en Nigeria. Era médico y hacía una beca en Leeds. Había estado con Monseñor Álvaro del Portillo y tenía un hijo bautizado Josemaría en honor del Fundador de la Obra. Como Leeds queda cerca de Manchester, Sebastián lo puso en contacto con el Opus Dei en esa ciudad.

“Por último –afirma Sebastián–, la especialidad que tengo, Medicina Fetal, me permite dar un testimonio cristiano en un área de grandes dilemas éticos. Cuando llegué a Bristol no pocos se extrañaron de que, siendo contrario al aborto, quisiera yo cursar esa especialidad (buena parte del manejo que se hace es diagnosticar patologías para decidir abortos). Sin embargo con el tiempo pude conseguir que se respetara mi posición: diagnosticar in útero para curar si es posible y, si no es posible –como muchas veces sucede–, acompañar a la paciente, a los padres, en su dolor”.