Un taller alegre y familiar

Mimí Alliende conoció a San Josemaría en Santiago de Chile en 1974. Animada por sus palabras, instaló un taller de restauración, dorado y policromado de imágenes religiosas. Es un sitio alegre y familiar, donde quienes trabajan buscan cuidar los detalles y recibir a todos con una sonrisa.

Mimí Alliende trabajando en su taller. Foto: El Mercurio.

¿Cómo conociste el Opus Dei?

Conocí el Opus Dei a través de una amiga que me invitó a un retiro. Al año siguiente, durante la Semana Santa, me volvieron a invitar y acepté. Fue entonces cuando me di cuenta de que Dios quería algo más de mí. Medité sobre la entrega y supe que ese era mi camino. Seis meses después pedí la admisión a la Obra como Numeraria.

Ciertamente no estaba dentro de mis planes, lo encontraba una locura… no estaba dispuesta a dejar atrás tantas cosas que me gustaban. Me resistí pensando que dejaba mucho. Aunque en eso me equivoqué, con el tiempo y conociendo más la Obra me di cuenta de que la vocación es un gran regalo de Dios, que libremente aceptamos o rechazamos. Es el regalo más grande que Dios me pudo hacer.

Sala exposición del taller

¿Qué es lo que más te llamó la atención del espíritu del Opus Dei?

Me encantó la naturalidad, lo normal, el hecho de poder acercarse a Dios en el trabajo diario, el que sea. Con el tiempo me llamó la atención la importancia de la filiación divina. Dios Padre es un Dios cercano que se le puede querer en lo corriente, en el trabajo, en las cosas pequeñas que hacemos diariamente. También me cautivó el ejemplo de los primeros miembros del Opus Dei, de su entusiasmo por cambiar el mundo y su alegría.

Pero lo que realmente me apasionó fue el apostolado: mostrar a mis amigas que también se podían encontrar con Dios en su vida diaria y corriente.

Durante la Navidad, el taller realiza muchos nacimientos para particulares, empresas e instituciones

¿Conociste a San Josemaría?

Sí, tuve la suerte de conocer a San Josemaría. Me impresionó su alegría, su cariño a las personas, el respeto y cómo se entregaba a cada uno. Tenía un gran corazón, muy buen humor, era cariñoso y a la vez se le notaba muy metido en Dios. Hablaba de lo humano y lo divino de forma entretenida y amena. Hacía compatible una gran exigencia con un cariño inmenso.

Recuerdo que durante los días que estuvo en Chile habló mucho de la confesión, del sufrimiento, del sacrificio día a día en las cosas pequeñas, de la presencia real del Señor en la Eucaristía, de la Santa Misa, del trato diario con el Señor… nos enseñó a querer más a Jesús y a hacer oración. Conmovía oírlo hablar de la Virgen, cómo la quería, trasmitía ese cariño del hijo con su madre.

Ambiente de trabajo en el taller

¿Cómo fueron los inicios de tu taller?

Todo empezó cuando vino San Josemaría a Chile en el año 1974. Entonces, entre otras muchas cosas, aconsejó preocuparse por hacer retablos y altares de buena calidad que llevaran a la piedad y que fueran más didácticos.

Me entusiasmé, busqué ideas en otros países como España, y empecé a trabajar. Gracias a ello aprendí a dorar y policromar, que es la técnica que uso actualmente.

¿Cuándo se transformó este interés en una profesión?

Más adelante, y viviendo en Viña del Mar, decidí trabajar a día completo en esto. Disponía de más tiempo para especializarme. Comencé a pintar y vender con la gran ayuda de mis amigas que me apoyaron en todo momento. Viajé a la ‘cuna‘ del arte colonial cuzqueño y quiteño donde aprendí a trabajar mejor la policromía. Llegando a Chile puse en práctica lo aprendido, y expuse en Viña del Mar y Santiago. Nuevamente viajé a Perú y Ecuador donde organicé talleres y preparé algunas exposiciones para España que fueron muy bien recibidas. Fue un tiempo de mucho trabajo, que sin duda valió la pena.

A los dos años arrendé un local que convertí en taller. Comenzamos a restaurar capillas y oratorios y a hacer imágenes sin perder el estilo colonial como parte del sello propio del taller.

Una de las figuras del Niño Jesús que se hacen en el taller

Hoy estoy establecida en Santiago con un nuevo taller. Queremos que sea un taller alegre donde se busca cuidar los detalles, y recibir a la gente con una sonrisa. Hemos podido hacer nacimientos para instituciones bancarias, colegios, parroquias y también para regalos de matrimonio.

Lo que más emociona es ver como muchas recién casadas, llegada la Navidad, compran su primer nacimiento, para reeditar en su propia casa la costumbre que vivieron en sus familias.

¿Cómo se ve reflejada tu fe en las obras que realizas?

Busco que las imágenes lleven a la piedad y favorecer a que se mantengan las tradiciones cristianas, como la de adorar y besar al niño Jesús en tiempo de Navidad. La figura de San José, por ejemplo, nos gusta representarla de forma que trasmita paternidad, ternura y protección. En su mano derecha lleva un lirio que representa la pureza. Todo esto es una catequesis que vamos aprendiendo en el taller y así se lo explicamos a las personas que visitan nuestras exposiciones.

El taller tiene actualmente un grupo de profesionales estables y esto nos ha permitido llegar a mucha gente y a la vez poder ayudar a capillas e iglesias que quedaron destruidas por el terremoto.