Trabajos de Verano en Angol

Veinticinco estudiantes que reciben formación espiritual en la residencia universitaria Araucaria llegaron hasta Angol, en el sur de Chile, para visitar a las familias y realizar talleres con los niños y mamás de una pequeña localidad.

Algunas de las voluntarias realizando trabajos de construcción

"Al subir al bus de ida a Angol, la mayoría de nosotras estaba agotada, hablábamos de los exámenes y sus resultados todavía inciertos", dice Clemencia, estudiante de Odontología de la Universidad de los Andes. "Pude notar el agotamiento cuando a medio camino, yo misma desperté y vi a mis compañeras bajo el poder de un plácido sueño. Entonces me pregunté ¿será posible cumplir con las expectativas de quienes nos esperan en Angol?". 

La cariñosa recepción de la gente y la necesidad que tienen de que alguien les converse o les hable de Dios impactó a María Jesús, estudiante de Pedagogía y Letras de la Universidad Católica. "Siempre están dispuestas a escuchar y a aprender algo.... y también a dar de lo que tienen en sus casas, a pesar de que se nota que les está costando, señala. Las señoras que participaban en los talleres nos esperaban con bebidas bien heladitas cuando llegábamos al poblado después de media hora de caminata. A veces, nos tenían cosas extras, como calzones rotos o sopaipillas". 

Talleres de artesanía para las mamás

La principal actividad que realizaron estas universitarias fueron los talleres para señoras y niños, donde desarrollaron temas navideños que combinaban charlas de formación espiritual con actividades manuales. Por ejemplo a los niños, cuenta M. Jesús, les enseñamos a fabricar pesebres con palos y pajitas y, a las señoras, a hacer bandejas con la técnica del découpage, ¡que les encantó! "Era bonito ver como ellas iban tomando confianza a medida que hacían sus bandejas y al final, no podían creer que ellas mismas las habían elaborado". 

Titi encontró una buena manera de aprovechar las vacaciones haciendo este tipo de actividades, ayudando a las personas y mostrándoles que también están llamadas a la santidad desde su trabajo, desde el estudio, desde el matrimonio. Tal como a María Jesús, le impresionó lo cariñosa que es la gente en Angol, el gran interés que mostraron por todas las actividades que se organizaron para ellos, y lo agradecidos que estaban. ¡Espera volver a repetirlo el próximo año! 

Jugando con las más pequeñas

Aportamos una pepita de mostaza 

Además de los talleres, las universitarias construyeron dos ermitas para la Virgen. "Armamos un pequeño jardín alrededor de una imagen de fibra de vidrio que pusimos en un pilar.... ¡que pesaba 100 kilos!, cuenta María Jesús", así que tuvimos que recurrir a la ayuda de la gente del lugar. "Parecía que mientras más trabajo, más energía teníamos, cuenta Clemencia. Unas construían, otras compartían con las señoras del lugar y otras muy admirables y pacientes, trataban de enseñar a los niños sobre la importancia de la Navidad. Concluí que esto fue posible gracias al gran enriquecimiento espiritual que significa estar cerca de la gente y saber que, en alguna medida, estamos ayudando. En siete días no cambiamos el mundo, dice Clemencia, pero sí aportamos una pepita de mostaza dejando como testimonio alegría, enseñanza y dos ermitas...". 

Me sentí inmensamente acogida

Para mí la experiencia de los trabajos de verano en Angol fue muy especial porque, siendo de Concepción, no conocía a ninguna de las que fueron, porque la mayoría era de Santiago, y aún así, me sentí inmensamente acogida, señala Camila. El ambiente fue muy agradable, y el trabajo, si bien intenso, a la vez gratificante. Otra cosa que destaco es, además de la cercanía con las comunidades locales, el compartir con distintas personas de la Obra, conociendo sus historias -algunas muy singulares- y su gran vocación. 

Haciendo manualidades con los niños de Angol

Con la ayuda de san Josemaría

El último día, iban de paseo hacia la Piedra del Águila -un lugar de la Cordillera de Nahuelbuta- en un minibus totalmente repleto. "Entonces, relata María Jesús, sucedió algo impresionante: íbamos subiendo y de repente el motor se calentó y empezamos a ascender con gran dificultad. El chofer nos advirtió que algo pasaba y alguien dijo "recemos una estampa a San Josemaría", y todas tratamos de seguirla. Cuando dijimos el último Amén ¡¡¡el motor recuperó su potencia habitual!!! El chofer no daba más de la impresión; yo, que iba a su lado, veía lo sorprendido que estaba porque no dejaba de repetir que él conocía su máquina y había visto que la aguja mostraba que el motor estaba caliente...".

"¡Para todas las que participamos en estos trabajos de verano y que veníamos de universidades tan diversas fue muy bueno darnos cuenta de que lo que nos une es más grande y que no importa dónde vivamos ni en qué universidad estudiemos!", afirma Camila.