Sobre la formación profesional (V): El proyecto profesional integrado en la misión

En el recorrido profesional, la formación nos ayuda a mantener el foco en la meta sobrenatural, a integrar los distintos aspectos de la vida sin que el eje profesional sea el único y a vivir abiertos a cambiar si está en juego un bien mayor.

La vida de todo ser humano, incluida la vida profesional, es un camino, hecho de etapas, encrucijadas, curvas, subidas y bajadas, metas, victorias y frustraciones. También la vida de Cristo fue un caminar: pasó por las etapas de crecimiento de la infancia a la madurez, recorrió físicamente Tierra Santa, y desde el momento de su Encarnación en Nazaret empezó un largo camino de subida a Jerusalén para la Pascua.

En nuestro día a día, Jesús camina a nuestro lado de forma misteriosa, como lo hizo con los discípulos de Emaús[1].Nos acompaña en nuestro trabajo e intentamos descubrirlo en las personas con quienes nos relacionamos por nuestra profesión. La formación espiritual, doctrinal, humana, apostólica y profesional que recibimos nos ayuda a mantener vivo este deseo de encuentro con Él, y a realizarlo. Y cuando laboralmente no sabemos por dónde seguir o qué decisión tomar, nos vemos como Tomás apelando a Cristo: “«Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»”[2].

Las encrucijadas profesionales

Recorrer el camino de la propia existencia como cristianos significa saber que lo que integra todas nuestras elecciones, nuestras rutas y nuestros proyectos es la meta: participar de la intimidad divina y acompañar a otros a que la descubran, y “el camino justo es Jesús”[3], explica el papa Francisco. Él nos llama, guía, sostiene y acompaña a través de la aparente dispersión de nuestras actividades y responsabilidades diarias.

A pesar del deseo de vivir con fidelidad nuestra llamada a santificar las realidades terrenas, no siempre tenemos una visión clara de cuál es la decisión profesional que mejor lo facilita, especialmente cuando afecta a otros aspectos igualmente importantes en nuestra vida. ¿Conviene aceptar un traslado a otro país, o es perjudicial para mis hijos? ¿Conviene empezar un negocio juntos marido y mujer, o será negativo para nuestra relación? ¿Conviene seguir estudiando para tener más opciones laborales, o es mejor casarnos jóvenes? ¿Conviene reducir mi jornada de trabajo o trasladarme de ciudad por una necesidad apostólica, o en este momento puedo poner en riesgo mi futuro profesional? ¿Conviene que acepte este nuevo puesto de trabajo, que permite un radio de acción más amplio, o en el fondo me mueve una ambición vanidosa o el deseo de evadirme de otras responsabilidades? Y en cada pregunta late un “Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Cuál es el camino mejor? ¿Cómo integro mejor matrimonio y trabajo, paternidad y trabajo, apostolado y trabajo, disponibilidad y trabajo...? ¿Dónde me esperas?”.

La respuesta concreta dependerá de las circunstancias, pero siempre hay algunos principios claros que iluminan la elección: la prioridad de las personas sobre las cosas, de la realidad sobre la idea, del conjunto sobre la parte, del bien espiritual sobre el material. Dialogar con los afectados y aconsejarnos con quien conoce la situación familiar, el entorno profesional o nuestras características personales, y quiere el bien de todas las partes, también nos puede ayudar. Y, en todo caso, volver los ojos a Jesús, “el camino justo”, en la oración, pues “en ese silencio es posible discernir, a la luz del Espíritu, los caminos de santidad que el Señor nos propone”[4].

Un camino en compañía

En el camino profesional nunca andamos solos. Siempre lo recorremos con quien tenemos relaciones y vínculos: la familia, los amigos, los colegas. Especialmente caminamos junto a aquellos con quienes hemos comprometido nuestro futuro: el esposo o esposa, los hijos y, en quienes tienen vocación al Opus Dei, las otras personas de esa familia que es la Obra y aquellos a quienes se orienta su acción evangelizadora. Ellos han pasado a ser parte de la propia identidad y de la propia misión.

“Cualquier persona que trabaja y tiene familia ha de esforzarse en equilibrar esas dos esferas, tanto hombres como mujeres, y contar con la ayuda de Dios para santificar sus circunstancias ordinarias”[5]. En algunas profesiones, la presencia en el hogar es quizá más inestable –pensemos en un camionero, una azafata de vuelo o un pescador de altura- y hace falta un compromiso especialmente creativo y compartido.

Otras veces en el camino es preciso ralentizar el paso o recalcular el recorrido, cuando lo necesitan quienes nos acompañan. Quizás suponga una renuncia dolorosa. La sabiduría popular ya señala que quien camina solo llega antes, pero quien camina acompañado llega más lejos. En el contexto actual, en el que la proyección profesional parece en ocasiones la única brújula para orientarse, el único eje alrededor del cual tomar decisiones, para rehacer cuando sea necesario el mapa de la propia existencia necesitamos actualizar con frecuencia el sentido de la misión, recordar el valor de los vínculos, poner el corazón en los otros tesoros vitales que tenemos, arriesgar confiando en Dios y en los demás y no solamente en la seguridad de tener todo bajo control. “Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación”[6], señala el papa Francisco.

En otras ocasiones, en la trayectoria profesional surgen obstáculos, o bien atajos, o posibilidades nuevas no previstas. La metáfora del trayecto, del camino, nos habla de tiempo, paciencia, esfuerzos, paradas, y recorrerlo requiere un sentido y una intencionalidad que implican la libertad personal y la iniciativa, el riesgo. Pero también es bueno recordar que Dios se hace el encontradizo, como en Emaús, a través de esas novedades, y que su providencia nos guía y sostiene.

El proyecto profesional, como el camino, es siempre un recorrido abierto, porque no es individualista, está enraizado en la realidad y se abre a las sorpresas de Dios. Todos hemos experimentado que lo que parecía una pérdida con frecuencia abre la puerta a una ganancia mayor. A la vez, es importante que nuestro proyecto sea ambicioso, porque la meta es alta: poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas[7]. Por eso mirar y escuchar a Jesús es imprescindible: quizás en algún momento nos anima a dar media vuelta y regresar, como a los dos discípulos, mientras que en otras ocasiones nos envía a remar mar adentro, como a los Apóstoles.

Levantar la mirada en el camino

Vocación y misión son inseparables en nosotros, como lo son en Jesucristo. Nuestra misión es parte de nuestra identidad y nos define. Somos para Dios y para las almas; nuestra vida es servicio. Podemos decir, como Él, “yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo”[8].

Necesitamos un corazón abierto, disponible, grande, para realizar lo que el Prelado del Opus Dei sintetiza así: “Estamos llamados a contribuir, con iniciativa y espontaneidad, a mejorar el mundo y la cultura de nuestro tiempo, de modo que se abran a los planes de Dios para la humanidad: (…) los proyectos de su corazón, que se mantienen de generación en generación”[9].San Josemaría lo explica del siguiente modo: “Que entreguemos plenamente nuestras vidas al Señor Dios Nuestro, trabajando con perfección, cada uno en su tarea profesional y en su estado, sin olvidar que debemos tener una sola aspiración, en todas nuestras obras: poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades de los hombres[10].

Esta misión impregna todos los ámbitos de la vida humana: familia, trabajo, amistades, descanso, enfermedad, etc. Y se extiende también a todos los momentos de la propia biografía y a las elecciones que se hacen. Poner a Cristo en el centro de la propia vida y de todas las actividades implica también ponerle en el centro del proyecto profesional: es la luz que permite orientarse en ese camino, hacer las elecciones adecuadas en cada momento.

Así lo explicaba Benedicto XVI en una vigilia de Pascua: “Cristo separa la luz de las tinieblas. En Él reconocemos lo verdadero y lo falso, lo que es la luminosidad y lo que es la oscuridad. Con Él surge en nosotros la luz de la verdad y empezamos a entender. Una vez, cuando Cristo vio a la gente que había venido para escucharlo y esperaba de Él una orientación, sintió lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor (cf. Mc 6, 34). Entre las corrientes contrastantes de su tiempo, no sabían dónde ir. Cuánta compasión debe sentir Cristo también en nuestro tiempo por tantas grandilocuencias, tras las cuales se esconde en realidad una gran desorientación. ¿Dónde hemos de ir? ¿Cuáles son los valores sobre los cuales regularnos? ¿Los valores en que podemos educar a los jóvenes, sin darles normas que tal vez no aguantan o exigirles algo que quizás no se les debe imponer? Él es la Luz”[11].

Integrar para avanzar

La vida profesional comporta hoy un gran dinamismo. Necesitamos detectar y comprender continuamente las necesidades del entorno, no sólo para hacer frente a las exigencias cambiantes del mundo laboral, sino también para servir mejor desde la propia profesión.

Conviene tener en cuenta que el amor, que vivifica y anima el trabajo, es también dinámico: siempre crece, se desarrolla, mejora, empuja en un movimiento ascendente a la persona misma, mucho más allá de sus conocimientos teóricos o técnicos. Ese dinamismo del amor da serenidad a la hora de afrontar desgastes y dificultades. Y ayuda a encontrar la unidad más allá de los conflictos, porque la mirada del amor es integradora y busca el bien.

Una dedicación profesional animada por la caridad no es mero curriculum. La formación que adquirimos a través de la misma experiencia profesional santificada repercute en nosotros. Nos enriquece como personas, nos hace crecer en conocimientos y capacidades, nos da experiencia de humanidad, nos habilita para ocuparnos de cosas muy distintas con flexibilidad, nos hace más reflexivos y decisivos. Y esto a su vez nos ayuda a ocuparnos mejor de la familia, nos permite ampliar el círculo de amistades, nos facilita hacer una tarea evangelizadora más profunda, nos amplía el corazón y la mirada para identificarlos con Cristo. La dedicación exigente y entusiasta a la profesión, vivida con la pasión del servicio y de la misión, no está reñida con una actitud de disponibilidad, de apertura a otras necesidades, sino que facilita que esa disponibilidad sea más completa. Como señala el Prelado del Opus Dei, la disponibilidad “se manifiesta en su plenitud cuando pensamos qué talentos hemos recibido de Dios para ponerlos a disposición de la misión apostólica; nos adelantamos, nos ofrecemos, con iniciativa. Por eso, la disponibilidad no es inmovilidad sino, al contrario, el deseo habitual de moverse al paso de Dios”[12].

La realización personal no se reduce a la realización profesional ni depende sólo de ella; la profesión (una determinada) es parte de esa realización, pero no la agota, porque tantas veces cambiamos de ocupación, de profesión. Quien estudia una formación profesional al cabo de los años quizá vuelve a la universidad; quien pierde el empleo se reorienta hacia otro sector; quien se cansa de un trabajo que se ha vuelto monótono convierte una afición en su nuevo modo de ganarse la vida; quien deja de ejercer su profesión unos años por motivos familiares o apostólicos, con el tiempo regresa desde un ángulo nuevo.

Lo que siempre está presente es el sentido profesional, la profesionalidad, en el desempeño de la tarea que nos ocupa en cada momento. Algunas características de esta actitud son, por ejemplo, “cuidado de los detalles sin perder la visión de conjunto, teniendo presente el modo en que nuestro trabajo condiciona el de los demás, cultivo de las relaciones que se entablan a propósito del trabajo, disposición y generosidad para formar a otros, que puedan progresar más allá de nosotros, contribuir a solucionar los problemas comunes, poniendo las últimas piedras”[13].

La vocación profesional, pues, se integra en un proyecto vital más amplio, en la vocación recibida de Dios por cada persona, que es luz para ver y fuerza para querer[14] ante las situaciones cotidianas. Esta luz y esta fuerza, alimentadas por la oración y la formación, nos ayudan a colocar la tarea profesional en su lugar, a discernir, desear y elegir lo mejor. Así procuramos evitar la mediocridad y el conformismo que puede generar la comodidad de un sueldo asegurado; o la excesiva dedicación que convierte el trabajo en lugar de evasión, en el que no entran las realidades del propio hogar, donde no importa alargar la hora de regresar a casa; o la reducción de la profesión a un proyecto individualista donde desarrollar la propia personalidad al margen de los demás.

Los caminos de Dios

Es común en la vida de muchas personas que, por motivos personales, familiares o sociales, se deje la propia profesión para dedicarse a otras tareas: en otras palabras, es la vida la que nos guía en la determinación de la propia profesión, y no tanto los estudios que se han realizado o la capacitación alcanzada. En estos casos la preparación profesional adquirida se pone al servicio de la nueva tarea profesional, donde se desarrolla la propia misión: como hicieron los apóstoles llamados a orillas del mar de Galilea, a quien Cristo les dice “Yo os haré pescadores de hombres”[15].

Así lo explicaba san Josemaría: “La vocación profesional es algo que se va concretando a lo largo de la vida: no pocas veces el que empezó unos estudios, descubre luego que está mejor dotado para otras tareas, y se dedica a ellas; o acaba especializándose en un campo distinto del que previó al principio; o encuentra, ya en pleno ejercicio de la profesión que eligió, un nuevo trabajo que le permite mejorar la posición social de los suyos, o contribuir más eficazmente al bien de la colectividad; o se ve obligado, por razones de salud, a cambiar de ambiente y de ocupación”[16].

No es la materialidad de lo que hacemos lo que imprime sentido y valor a nuestra labor, sino su relación con el bien humano y espiritual de la persona que trabaja y de aquellas otras con las que entretanto se relaciona[17]. Esto nos hace entender que es la caridad lo que da la medida justa del sentido y el valor de la dedicación al trabajo. “Es preciso entender y vivir la plena disponibilidad como libertad, en el sentido de no tener más atadura que el amor (es decir, no estar atados necesariamente a un trabajo, a un lugar de residencia, etc., sin dejar por eso de estar bien arraigados donde estemos). Lo que nos hace libres no son las circunstancias externas, sino el amor que llevamos en el corazón”[18].

Esa misión apostólica que el Señor nos ha confiado, de hacer divinos todos los caminos de la tierra, nos hace luz para los demás, especialmente en y desde nuestro trabajo. “Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, para que eso sea posible, y así tu preciosa misión no se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina”[19].


[1] Cfr. Lucas 24,13-35.

[2] Juan 14,5-6.

[3] Francisco, “Haciendo camino”, homilía en Santa Marta, 3 de mayo de 2016.

[4] Francisco,Gaudete et exsultate, n. 150.

[5] Paula Hermida, Cristianos en la sociedad del siglo XXI. Entrevista a Fernando Ocáriz, Cristiandad, Madrid 2020, pp. 47-48.

[6] Francisco,Gaudete et exultate, n. 26.

[7] Cfr. San Josemaría, Carta n. 6, n. 12c.

[8] Cfr. Juan 18,37.

[9] Fernando Ocáriz, Carta Pastoral 14 febrero 2017, n. 8.

[10] San Josemaría, Carta 15-X-1948, n. 41, en E. Burkhart, J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, I, Rialp, Madrid 2010, p. 428. Cfr. Forja, n. 678.

[11] Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 11-IV-2009.

[12] Fernando Ocáriz, Carta pastoral 28 octubre 2020, n. 11.

[13] Ana Marta González, “Mundo y condición humana en san Josemaría Escrivá. Claves cristianas para una filosofía de las ciencias sociales”, en Romana nº 65, julio-diciembre 2017.

[14] Cfr. Fernando Ocáriz, Carta 28 octubre 2020, n. 2.

[15] Marcos 1,17.

[16] Cfr. san Josemaría, Carta 15-X-1948, n. 33; recogido en BURKHART-LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, III, Rialp, Madrid 2010, p.180.

[17] Cfr. san Josemaría, Carta 29-VII-1965, n. 13.

[18] Fernando Ocáriz, Carta pastoral 28-X-2020, n. 11.

[19] Francisco,Gaudete et exultate, n. 24.

Alba Canet y Susana López