SALVADO DE LAS AGUAS

Héctor Lizana es profesor y encargado de la lechería de la Escuela Agrícola Las Garzas, en Chimbarongo, Chile. Su experiencia como alumno y hoy como docente de esta escuela técnica le significó un cambio radical en su vida. Aquí también conoció la figura de San Josemaría y su devoción le salvó literalmente la vida.

Héctor Lizana: 'Comprendí el inmenso favor que había recibido de Dios por intercesión de San Josemaría'.

"Yo venía de Teno, de un ambiente de muy escasos recursos –cuenta Héctor Lizana–, donde no existía comunicación en la familia. Mi papá se expresaba con gestos, con actitudes, pero jamás conversá- bamos. Aquí en Las Garzas se me abrió un mundo porque me dieron la oportunidad de conversar, de contar mis problemas y de recibir ayuda y consejo. Me enseñaron a ofrecer siempre el trabajo a Dios. Por lo tanto, a esmerarme por hacerlo bien. Y para eso, a ser leal, sincero, honrado y trabajador".

Lo que Héctor no imaginaba era que San Josemaría, a quien se encomienda desde que llegó como alumno a la Escuela Agrícola Las Garzas, le haría este año –que coincide con el quinto aniversario de su canonización– un inmenso favor que él mismo cuenta, todavía emocionado: "Aprovechando unos días de vacaciones, el martes 13 de febrero de 2007, invité a mi familia a un día de excursión al Alto Bío-Bío (río caudaloso y excelente para la pesca deportiva, distante 700 kms al sur de Santiago). Me acompañaron mi esposa con mis dos hijos pequeños, mi suegra con un bebé y dos jóvenes más. Los dejé en una de las riberas del río mientras yo pescaba unos 300 metros más abajo.

Para mi sorpresa, en pocos minutos comenzó a crecer fuertemente el caudal del río. Rápidamente me desplacé al lugar donde había dejado a mi familia y los encontré en medio del río con el agua a la altura de las rodillas. Al crecer el caudal se formó un nuevo brazo que los dejó aislados en cuestión de segundos (esto suele ocurrir cuando las centrales hidroeléctricas sueltan sus aguas para disminuir el volumen del embalse).

El nivel subía por minutos y cada vez se hacía más difícil escapar. Para llegar a la orilla había que pasar por el torrente que en algunos puntos llegaba hasta el pecho de un adulto. En ese momento, me acordé de mi amigo San Josemaría, a quien me he encomendado infinidad de veces, para que me ayudara a consolar a los míos y pudiera sacarlos de esa situación. Como pude y mientras rezaba, nadé hasta donde se encontraban.

En la lechería de la escuela agrícola Las Garzas.

Luego, con la ayuda de algunos lugareños, logramos pasar una larga y gruesa soga a lo ancho del río y la sujetamos firmemente en ambos extremos. A excepción de mi suegra y yo, nadie más sabía nadar, por lo que llevarlos hasta la cuerda y cruzar el fuerte caudal era una tarea de alto riesgo.

Poco a poco logré sacar a la orilla segura a los primeros. Le tocó el turno a mi mujer y a mi hijo más pequeño que tomé en brazos. Ya habían pasado cerca de dos horas dentro del agua y mi mujer no tenía más fuerzas para seguir luchando. Comenzó a soltarse de mi mano. En mi desesperación le grité ¡Negra, no me dejes, no me abandones! ¡Piensa en tus hijos!… Gracias a Dios, ella sacó fuerzas de flaqueza y logró llegar a la cuerda y finalmente quedar a salvo.

Sólo faltaban mi suegra y el bebé. Se había juntado gente del lugar y una persona facilitó un bote de goma que serviría para sacar a los últimos. Desgraciadamente, en plena navegación el bote fue destrozado por la fuerza del agua y todos fuimos arrastrados por la corriente. Mi suegra logró llegar a la orilla pero le fue imposible retener al niño en sus brazos. Yo también fui arrastrado río abajo. Parecía inevitable el fallecimiento del menor hasta que en un remanso hice pie y a mi lado apareció el pequeño, flotando y vivo. Milagrosamente, ninguno sufrió daño grave.

Desde la orilla, con toda mi familia a salvo y mirando el río furioso que corría delante de mí, comprendí el inmenso favor que había recibido de Dios por intercesión de San Josemaría.

 

Héctor se encomienda a San Josemaría desde que era alumno de la escuela.

¿Qué experiencia le quedó de este favor tan grande?

Lo más notorio ha sido la unión de la familia, que se ha hecho mucho más fuerte. Mirando las cosas con perspectiva, me pregunto ¿por qué Dios me ha favorecido de esta manera tan extraordinaria? Todavía no tengo la respuesta, pero espero encontrarla… Por ahora, sólo puedo decir: ¡Gracias Padre, por haber librado a toda mi familia!

Usted valora mucho la comunicación que aprendió en Las Garzas. ¿Cómo le ha marcado esto para educar a sus hijos?

Desde pequeños los hemos incentivado con mi mujer para que conversen con sus papás. Yo me siento con mi niño en las piernas, para ponerme a su altura y le pregunto: a ver hijo, ¿cuáles son tus problemas? Ahora, apenas llego a la casa, me dice "papá, necesito hablar contigo".

¿Cómo es la comunicación con su señora?

Nos podríamos haber separado al primer mes de casados, porque yo seguía saliendo con mis amistades de soltero y cuando llegaba a la casa ella estaba enojada, pero no me decía nada. Como a la tercera vez le dije: oye Negra, esto no me gusta porque si estás enojada, quiero saber qué es lo que te molesta. Si no, podemos seguir así una semana, un mes, tres meses y las cosas van a terminar mal. Para que nuestro matrimonio salga adelante, tenemos que conversar. Y le pedí que si algo no le gustaba, me lo dijera. A lo mejor no de inmediato, porque los ánimos iban a estar muy acalorados, pero sí después, en un momento más agradable. Y yo haría lo mismo. Desde entonces, la comunicación ha andado muy bien entre nosotros.

Y en su trabajo, ¿cómo lo ha marcado Las Garzas?

He aprendido a luchar por ser leal, honrado, trabajador.

Nos han enseñado a ofrecer siempre el trabajo. Y si lo voy a ofrecer, tengo que esmerarme por hacerlo bien. Para eso, hay que luchar por ser leal, sincero, honrado y trabajador. Aquí en la lechería las mentiras no sirven de nada: si se oculta algo, puede traer como consecuencia un animal muerto o cualquier otro desastre. A los alumnos los formamos en valores como la lealtad, la sinceridad, el trabajo bien hecho, la puntualidad, la buena presentación. A veces pienso que una de las razones por la que no me ahogue en el río, es para que pueda transmitir a los alumnos los valores que aprendí aquí y así devolver en parte lo mucho que he recibido.