Roberta, madre de cinco hijos en el Cielo y cuatro en la tierra

“Es fácil tener fe cuando todo va bien. Pero cuando no tienes la posibilidad de cambiar nada, ahí es cuando realmente te debes poner en las manos de otro”. Este es el testimonio de Roberta y Enrico, dos italianos con una historia impresionante.

“Un coche que venía en dirección opuesta a la nuestra adelantó sin mirar. Cuando me di cuenta de que el impacto era inminente, me encontré cantando la parte del salmo 23 que dice aunque camine por un valle oscuro... Intuitivamente giré el volante para ponerme entre el coche que venía hacia nosotros y el lado del coche en el que viajaba Marco”.

Roberta, italiana, conoció a Enrico en la parroquia de su pueblo natal, Fiorenzuola d’Arda. Se formó como contadora, pero la vida la llevó a trabajar con ancianos dependientes. Hoy tiene 58 años y se casó en 1991. Roberta y Enrico tienen cuatro hijos y otros cinco en el Cielo.

Cada día es una gracia

“Unos meses después de casarnos, en mi primer embarazo, perdí el bebé —recuerda Roberta, supernumeraria del Opus Dei—, al que poco después siguió otra pérdida. No nos desanimamos pero, cuando llegó el tercer embarazo, tuve que quedarme en cama durante tres meses debido a una serie de complicaciones. En esos meses de reposo, recé a la Virgen pidiéndole que esta vez todo fuera bien. Nuestras oraciones fueron escuchadas y Marco nació en 1993: empecé a apreciar cada día suyo como una verdadera gracia”.

Marco poco antes del accidente

“Cuando Marco tenía nueve meses, ocurrió el accidente que antes he empezado a relatar, cuenta Roberta”. El giro del volante no fue suficiente y del impacto que tuvimos, mi hijo dejó de respirar durante unos minutos, lo que fue suficiente para que entrara en coma”.

Después del accidente, Roberta y Marco fueron trasladados a dos hospitales diferentes: la madre a Fiorenzuola, con las piernas rotas en varios puntos, y el niño a Parma, al departamento de reanimación. Además, en ese contexto, Roberta descubrió que estaba embarazada, pero perdió al bebé mientras estaba hospitalizada.

La esperanza de despertar del coma

“Después de algunas semanas me dieron el alta. Salí del hospital con una pierna escayolada y muletas. Muchas personas que no conocíamos venían a visitarme a casa para expresarnos su apoyo. Una enfermera se organizó para llevarme a Parma en una ambulancia medicalizada, para que Marco escuchara mi voz y le ayudara así a despertar del coma”.

“Hemos experimentado en nuestra propia piel que las predicciones médicas solo pueden llegar hasta cierto punto”, explica Roberta. “En ese departamento, algunas personas que estaban en coma sin esperanzas despertaron de repente, mientras que otras para las que había grandes esperanzas no lo lograron. Marco era muy pequeño y por eso había esperanza de que despertara”.

A pesar de todos los cuidados, los médicos les informaron que no había nada más que pudieran hacer por el niño. Fue llevado a casa con toda la asistencia necesaria: “Nuestra casa se convirtió en un hospital. Apesadumbrada, seguía pidiendo al Señor que lo curara”.

La sonrisa de Marco

Resuelta a dedicarse a tiempo completo al cuidado de Marco, Roberta preparó la carta de renuncia: “Lo único que le había pedido a la Virgen era que al menos Marco pudiera sonreírme. La noche antes de presentar la renuncia lo encontré boca abajo y cuando lo giré tenía una enorme sonrisa: la Virgen había venido a llevárselo al cielo...”.

“Tuve días de confrontación con el Señor. Me enojé con Él y comencé a dudar de su existencia. Había perdido cuatro hijos y Marco había fallecido después de estar en coma durante nueve meses. No me parecía un trato justo para nuestro matrimonio cristiano y abierto a la vida”.

En este momento de su biografía, Roberta se sentía en el filo de una navaja: “Después de algunos días, comencé a reflexionar sobre el sentido de la vida, a la luz de todo lo que habíamos presenciado en el hospital y los días siguientes. ¿Qué sentido tiene la vida de los discapacitados, de los que nacen con enfermedades gravísimas que conducen rápidamente a la muerte o de las que no se pueden curar? ¿Qué sentido tiene la vida de dieciocho meses de un niño que pasa la mitad de sus días en coma?”.

Roberta y sus hijos

Ponerse en las manos del Señor

“Es fácil tener fe cuando todo te va bien, prosigue Roberta, pero cuando no tienes la posibilidad de cambiar nada, ahí es cuando realmente debes ponerte en las manos de Otro. Hablando con el Señor en la oración, le dije que prefería creer en su existencia y en que todo tenía sentido. Una vez aceptado esto, comencé a sentirme mejor”.

“Comenzamos a reconocer una serie de señales a través de los ojos de la fe. En cada cumpleaños, en el mío o el de mi esposo, recibíamos cartas de toda Italia, provenientes de conventos que no conocíamos, asegurándonos que estaban orando por nosotros. Espontáneamente, varias personas que habían vivido experiencias similares nos buscaron y compartimos nuestra historia con ellas”.

Entre 1995 y 2002, Roberta y Enrico tuvieron cuatro hijos que hoy son adultos: María, Francesco, Benedetta y Margherita. Francesco nació el 17 de noviembre de 1996, exactamente dos años después de la muerte de su hermanito Marco.

“En nuestra casa hay un cuadro con la foto de Marco. Cuando nacieron nuestros hijos, les decíamos que tenían un hermanito en el cielo. Crecieron con la certeza de tener un hermano en el cielo, tanto que hablaban de él serenamente con sus amigos”.

Una breve vida con frutos inconmensurables

“El período del coma de Marco trajo muchos frutos a nuestra vida y a la de quienes nos rodearon. Aprendí a ofrecer al Señor las contrariedades, porque en algunos casos era lo único que podía hacer, y a recurrir al Santo Rosario todos los días. Comenzamos también a asistir a misa todos los días, poniendo todos los medios a nuestro alcance”.

Los cuatro hijos de Roberta y Enrico en la Plaza de san Pedro

Después de los cuatro hijos que vinieron al mundo, hubo un nuevo embarazo que, lamentablemente, se truncó después de unos meses. Roberta y su esposo vivieron esta situación con el corazón lleno de esperanza, a pesar del dolor: “No hay una explicación a nivel humano: lo único que da felicidad es entender que tu vida tiene un sentido sobrenatural, desde que naces hasta que mueres. La vida de Marco duró poco, pero por lo que logró hacer en nosotros, en mis familiares y por los muchos milagros en las personas que conocimos, su huella es indeleble. La duración de la vida no es la única forma de evaluar si estamos bien”.

¿Qué quiere el Señor de mí?

Hasta que tuvieron tres hijos, Roberta continuó trabajando. Con el cuarto, haciendo algunos sacrificios, decidió dedicarse a tiempo completo a la familia: “Estaba prácticamente absorbida solo por los hijos. Incluso ir a misa era un problema. Nos mudamos por un tiempo debido al trabajo de mi esposo y, por casualidad, conocimos el Opus Dei. Al cabo de un tiempo, en una conversación con una amiga supernumeraria, me quejé porque me costaba entender qué quería el Señor de mí: me había dado cuatro hijos, pero ahora ni siquiera tenía tiempo para ir a misa. Ella me abrió un nuevo horizonte sobrenatural explicándome que el Señor no quería nada más de mí que lo que ya estaba haciendo: cuidar bien a mi esposo y a mis hijos. Empecé de inmediato mi camino con el Opus Dei llena de alegría”.