«Mi vida se iba por el desagüe y me agarré a aquel papel como a un clavo ardiendo»

A los 50 años, después de 28 trabajando como directivo de una gran empresa, José tuvo una fuerte crisis. ¿Profesional? ¿Personal? ¿Existencial? Tenía una buena familia, un buen trabajo, estaba reconocido y ganaba dinero. Pero él, que había estudiado la carrera de Bellas Artes con la ilusión de ser pintor, se sintió de repente con media vida ya pasada y sin apenas haber comenzado a vivirla. Entonces, tomó una decisión radical que cambiaría su existencia.

Fotos: Mónica de Solís.

“¿Queréis que os cuente mi reinvención?” José es artista y esto se percibe en la decoración de su taller, en su trabajo, en su modo de hablar y de afrontar los temas. Sin miedo a parecer radical. “Creo que mi proceso interior es un milagro. Con todas las letras, no lo entiendo de otra forma”.

Y cuenta cómo se educó en un colegio religioso donde se rezaba, donde se creía. Un lugar seguro.

Y entonces llegó un acontecimiento traumático que lo expulsó del paraíso de su infancia. “Mi madre murió cuando tenía 15 años y tuve un montón de preguntas sin resolver. Perder a mi madre tan pronto es algo que marcó la vida de mi familia. Fue el principio del fin”.

“Le eché la culpa de la pérdida y le odié. Dios no tenía sitio en mi vida. Yo, desde luego, no pensaba dárselo”

José se apartó de Dios: “Le eché la culpa de la pérdida y le odié. No tenía sitio en mi vida. Yo, desde luego, no pensaba dárselo”. Con los años, el odio fue cediendo y se transformó en indiferencia mientras la vida de José iba progresando.

“Estudié Bellas Artes porque quería ser pintor pero, nada más terminar la carrera, me ofrecieron un trabajo en una empresa importante de muebles. Acepté y empecé a crecer profesionalmente. El trabajo lo envolvía todo. Llegué a lo más alto de la empresa. Me gustaba, era un buen trabajo, era reconocido y ganaba dinero. No podía pedir más. Y sin embargo…”.


►Escucha la historia contada por José.


Sin embargo, José no era feliz y le estalló en la cara una crisis profesional que escondía una crisis personal.

“Yo era tan indiferente a cualquier inquietud espiritual, estaba tan vacío desde hacía tantos años que lo primero que detecté no fue una crisis personal sino profesional. Llevaba 28 años trabajando como un mulo, contento, manteniendo a mi familia pero sin desarrollar mi vocación. Yo estudié Bellas Artes porque quería ser pintor. Y el trabajo me había alejado de ello. Tenía 50 años y me preguntaba qué estaba haciendo con mi vida”.

“Yo estudié Bellas Artes porque quería ser pintor. Y el trabajo me había alejado de ello. Tenía 50 años y me preguntaba qué estaba haciendo con mi vida”.

José confiesa que esa inquietud profesional escondía algo más profundo. Que en el fondo no estaba contento con su existencia. Decidió arriesgar y tomar una decisión radical: “Dejé el trabajo. Fue una etapa dura porque mi familia no lo entendió. Les parecía una irresponsabilidad. Empezó a haber mal ambiente en casa porque además no conseguía trabajo. Había dejado un buen puesto y ahora estaba en el paro”.

Su hija pequeña, de 8 años, se dio cuenta de la situación y una noche se acercó a su padre con lo que entendía que era una receta para salir del hoyo “Me dio una estampa de un santo y me dijo: “Rézala que te ayudará”. Era la novena para pedir trabajo a través de la intercesión de san Josemaría. Sorprendentemente, esa misma noche recé. Y recé con fe… yo que no tenía fe. Estaba tan desesperado, mi vida se iba tan por el desagüe que me agarré a aquel papel como a un clavo ardiendo”.

“Es lo que yo le había pedido a san Josemaría: encontrar un trabajo en el que pudiera desarrollar mi vocación y ayudar a los demás”

A los siete días, sin dar tiempo a terminar la novena, a José le llamó el capellán del colegio de su hijo mayor: “Hacía un tiempo, yo le había presentado un proyecto para enseñar a los niños a través del arte. Me dijo que les interesaba. Se abría una puerta muy importante en mi vida. Es lo que yo le había pedido a san Josemaría: encontrar un trabajo en el que pudiera desarrollar mi vocación y ayudar a los demás”.

Y después de esta puerta se empezaron a abrir otras. “De repente, toda esa indiferencia, ese vacío se convirtió en inquietud, empecé a preguntarme cosas, quería saber sobre la vida de Jesús, sobre la Misa, empecé a leer el Evangelio. Quería conocer la vida de aquel santo que me había ayudado y me pasé una Semana Santa encerrado viendo vídeos de san Josemaría. Era como un niño. Y me voy transformando interiormente. Estoy más contento. Estoy feliz pero con mayúsculas. Y mejora mi relación con mi familia. Encuentro otro sentido al trabajo. Yo trabajaba bien, pero ahora no lo hago por ganar dinero. Lo hago por los demás, por Dios y trato de no conformarme y hacerlo todavía mejor, porque siempre se puede mejorar”.

“Una vez que Dios te coge de la mano no lo sueltas, a no ser que seas muy tonto. No quieres volver a lo de antes”.

José no duda que su regreso a Ítaca es un milagro: “Yo estaba en el infierno de la indiferencia y una mano me coge y me lleva a casa. Y una vez que Dios te coge de la mano no lo sueltas, a no ser que seas muy tonto. No quieres volver a lo de antes”.

Quieres quedarte para siempre en Ítaca.

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