“Me encontré con mi vocación al Opus Dei en La Pintana”

Alejandra Núñez es profesora y subdirectora del Colegio Almendral, de la Fundación Nocedal, en una población de escasos recursos en Santiago. Postuló a este trabajo sin saber que esta iniciativa educacional estaba inspirada en el pensamiento de san Josemaría. Poco a poco la fueron conquistando el ambiente de familia que se respiraba y el cariño con que la trataban; el amor por el trabajo bien hecho y "pequeños detalles que hacían una diferencia” y que la llevaron a descubrir que la vocación al Opus Dei e...

Alejandra Núñez, subdirectora del Colegio Almendral.

...s para todas las personas.

“¿Qué hace este colegio acá?”, se preguntó con asombro Alejandra Núñez cuando llegó “por casualidad” al Almendral para una entrevista de trabajo como profesora. El edificio de ladrillos y los jardines bien cuidados parecían un oasis en medio de un sitio despoblado y rodeado de un basural en la población El Castillo, de La Pintana, una comuna con altos índices de pobreza en Santiago de Chile.

“¿Dónde me metí?”, pensó al con-

templar el contrastante panorama del colegio de niñas al que estaba postulando. 

Pero pasada la primera impresión, le interesó inmediatamente trabajar allí al imaginar lo que podría hacer por esas niñas que crecían en circunstancias tan adversas. 

“Siempre me gustó el servicio, por eso estudié educación diferencial”, cuenta. “En esa época, participaba en un grupo de apostolado y acción social donde conocí a mi marido. Mis padres me habían inculcado desde chica el amor a la Virgen y buscaba algo, pero no perseveraba en ninguna cosa, porque al poco tiempo sentía que no era lo mío". 

¿Qué le atrajo del colegio, fuera de la labor que se podía hacer? 

“Lo primero que me llamó la atención fue el cariño con que me trataron: si bien me exigían, también se preocupaban mucho de mí; nunca estuve sola, dejada de lado. Me hacían sentir como una más, en un ambiente de familia. Al principio, no entendía el espíritu del colegio. Fue un proceso lento”. 

“Cuando se convive con personas que tienen tantas necesidades, surgen todos los días ocasiones para hablarles del amor que Dios nos tiene”.

Hasta ese momento, Alejandra nunca había oído hablar del Opus Dei, pero ya san Josemaría se había metido en su vida sin que ella lo supiera: la abuela de su novio y futuro marido había sido una de las primeras Supernumerarias de Chile. 

“Gracias a una profesora que me invitaba a los retiros –recuerda–, fui entendiendo la Obra. Hasta que san Josemaría me hizo un favor muy grande. Nos habíamos casado hacía dos años y no habíamos podido tener hijos. Los médicos nos dijeron que sólo teníamos un cinco por ciento de probabilidades de ser papás. Yo lloraba desconsoladamente y Jeannette, una amiga de la Obra, me aconsejó que se lo pidiera al fundador de la Prelatura. Acepté y le sugerí a Nicolás, mi marido, que también se encomendara al santo. Empezamos a rezar en marzo, y en mayo quedé embarazada de María Ignacia, mi primera hija. ¡El médico estaba impresionado, no lo podía creer! Menos todavía cuando a los seis meses de nacida mi hija, quedé esperando a Matías, que hoy tiene tres años y medio. 

“Con la niña, tuve que guardar cama los dos primeros meses, pero apenas la guagua se consolidó me fui a un retiro espiritual. Allí ví claramente mi vocación al Opus Dei. 

“¡En La Pintana encontré mi camino, lo que buscaba!” 

¿Cómo vive acá su vocación de Supernumeraria? 

“Para mí no es difícil, porque tengo tantas oportunidades aquí mismo. Soy una persona corriente, asequible, con una vida simple, que me casé y tuve a mis hijos estando ya en el colegio. Por eso trato de que mis alumnas vean que la vocación al Opus Dei es para todo el mundo, no para un grupo selecto de personas. El apostolado con ellas es fácil. Cuando se convive con personas que tienen tantas necesidades, surgen todos los días ocasiones para hablarles del amor que Dios nos tiene, de la filiación divina, de la Virgen como Madre. Conmigo se abren, porque, como las conozco desde chicas y también a sus familias, tenemos mucha cercanía”. 

¿Y qué pasa con las mamás? 

“Lo primero que me llamó la atención fue el cariño con que me trataron: si bien me exigían, también se preocupaban mucho de mí”.

“El apostolado con las mamás es más arduo, ya que la mayoría no tuvo el privilegio de formarse desde pequeñas. Además, están muy influidas por los valores que les entrega la televisión, que es su guía. Para ellas es válido todo lo que sale en la tele… Hay que comenzar por lo más básico y enseñarles a rezar. Pero tenemos una gran ayuda en las niñas. Son ellas las que les enseñan a los papás. 

“Las mamás aprecian mucho las charlas de formación, porque les permiten entender lo que las niñas les hablan en la casa.” 

Las profesoras nuevas que llegan al colegio, ¿captan el espíritu con facilidad? 

“Toma tiempo, por eso con las profesoras me sirve mucho mi propia experiencia. Yo me demoré en entender el espíritu de la Obra en el colegio: el respeto a los demás, la importancia del trabajo bien hecho, cara a Dios; el cuidado de las cosas pequeñas, la devoción al Señor en el sagrario, preparar bien una clase, hacer con amor una genuflexión al entrar al Oratorio. Por eso, me doy cuenta que a las profesoras hay que darles tiempo. No se puede pretender que entiendan todo y que lo practiquen después de un par de charlas. La gente necesita tiempo. Siento que en ese sentido puedo ayudarlas mucho con el cariño y la amistad, tal como lo hicieron conmigo”.