Antonio de Maeztu es de Lodosa (Navarra), estudió el bachiller en un instituto en Calahorra (La Rioja) y de allí se fue a Bilbao, donde cursó ingeniería técnica industrial. Al terminar la carrera universitaria trabajó en distintas empresas de montajes eléctricos durante 9 años. Unos amigos le propusieron colaborar en una actividad social en el colegio Gaztelueta. Allí conoció el Opus Dei, y con el tiempo descubrió su vocación y pidió la admisión como agregado.
En un momento dado le surgió la posibilidad de volver a su tierra y trabajar en el el servicio de publicaciones de la Universidad de Navarra. Años después pasó a la Asociación de Amigos y estuvo trabajando hasta que llegó el momento de su jubilación. Allí realizó tareas de gestión, administración, relaciones públicas e incluso empezó a acompañar a benefactores de la universidad a sus consultas médicas en la Clínica Universidad de Navarra. Muchos de ellos, con los años, se han convertido en grandes amigos para él.
Estar abierto a las sorpresas de Dios
Antonio, ya jubilado hace unos siete años, conoció la labor de formación de seminaristas que se hace en el Seminario Internacional Bidasoa. Y de una forma natural, dicho con palabras del Papa Francisco, “se dejó sorprender por el Dios de las sorpresas”, y empezó a colaborar como miembro del Patronato buscando fondos económicos. Al fin y al cabo, “las vocaciones sacerdotales son un diamante en bruto que debemos custodiar y cultivar”, dice, citando a su vez al Papa Francisco.
En Bidasoa viven un centenar de seminaristas procedentes de más de 22 países distintos, que los envían sus obispos para formarse en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra. En general, estos seminaristas provienen de diócesis bastante pobres donde faltan recursos económicos y no pueden sufragar los costes. Desde el Patronato de Bidasoa y la Fundación CARF buscan donativos y recursos económicos para cubrir los gastos de manutención, matrícula universitaria, etc., y que esto no sea un impedimento para su formación.
Fundación CARF, una iniciativa impulsada por el beato Álvaro del Portillo
El beato Álvaro del Portillo tenía una profunda preocupación por la formación de los sacerdotes, que san Josemaría le había inculcado. Llevó a cabo, por iniciativa de san Juan Pablo II, la puesta en marcha de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma, y dio un impulso a las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra, en Pamplona.
Todo esto hizo necesaria la construcción de colegios y residencias internacionales para seminaristas y sacerdotes, como complemento necesario para su formación académica.
La cuantía económica de los estudios y las residencias no eran, ni son asumibles por los seminaristas y sacerdotes de muchas diócesis del mundo. El beato Álvaro, consciente de estas necesidades, fue uno de los impulsores del CARF, indispensable para facilitar las ayudas económicas que hacen posible los estudios de tantas personas, con el que el Patronato Bidasoa trabaja tan íntimamente unido.
Formar seminaristas de todo el mundo para la iglesia universal
Antonio lo tiene claro, “formar aquí seminaristas que van a ejercer después su labor sacerdotal en Filipinas, Kenia, Uganda, Colombia, Perú, Sri Lanka, China, etc., ¡es una labor apasionante que vale la pena!”.
En los más de 30 años que lleva en marcha Bidasoa han cambiado de sede varias veces hasta contar con la actual (más grande, cercana a la Universidad y con mejores condiciones para ello); han pasado por este seminario internacional más de 700 sacerdotes que se han formado aquí y ahora ejercen su ministerio por todo el mundo. Algunos de ellos, más de una docena, han sido ordenados obispos.
Maeztu comenta emocionado: “Es una labor muy bonita que realiza el Opus Dei para la iglesia universal: promover la formación de sacerdotes diocesanos, difundir su buen nombre y rezar por las vocaciones en todo el mundo”. Para ello se sirven de un sencillo boletín con fotografías, testimonios y reportajes en los que dan a conocer a los seminaristas, piden oraciones y animan a colaborar económicamente para su sostenimiento con lo que puedan.
¿Cuánto cuesta un seminarista?
El importe necesario para que un candidato al sacerdocio pueda vivir, estudiar y formarse, durante un año, en las universidades de Roma o de Pamplona es de 18.000 €.
Las diócesis solicitan a las universidades una beca para sus candidatos. En todos los casos, la diócesis sufraga una ínfima parte del coste, que le supondría la formación del estudiante en su país de origen, como una muestra del compromiso de un futuro máximo aprovechamiento de las ayudas.
Más de 800 obispos de los cinco continentes solicitan estas ayudas que son sufragadas gracias a la generosidad de los más de 10.000 donantes con los que cuenta el CARF. En números globales podríamos decir que un seminarista cuesta: 11.000 €, para su manutención y alojamiento; 4.000 €, para costear la matrícula y las tasas académicas y 3.000 €, en libros y complementos de formación.
“Doy gracias a Dios y a mi obispo por haber venido a estudiar a Bidasoa”
Es una de las frases más repetidas entre los seminaristas y los que en su día allí se formaron cuando se les pregunta por su experiencia. “En Bidasoa se vive tan bien que nadie se quiere ir”, remarca don Agusto Bayer, sacerdote de la diócesis de Santa Marta (Colombia)”.
“Me ayudaron a aumentar mi amor por María y a comprender que Ella es una buena Madre que cuida con amor de cada uno de sus hijos sacerdotes”, dice don Luis Enrique Palacios, sacerdote de la arquidiócesis de Guayaquil (Ecuador).
Otro de los antiguos residentes de Bidasoa es Mons. Gilson Andrade, obispo de Nova Iguaçu (Brasil). Así describe sus años y la formación recibida allí: “Bidasoa más que una institución es una familia. Allí aprendí el significado de las verdaderas alegrías de las fiestas cristianas y he intentado a lo largo de mis años de sacerdote y ahora de obispo ayudar a la gente a celebrar bien las fiestas litúrgicas “en la misa y en la mesa”, como nos decía nuestro rector. La experiencia vivida allí me ayuda hoy a procurar hacer ambiente de familia en las instituciones eclesiales bajo mi responsabilidad. Doy gracias a Dios por haber recibido parte de mi formación sacerdotal en Bidasoa y por haber disfrutado de excelentes formadores”.
El sentimiento de agradecimiento a Dios, al obispo de su diócesis, a los formadores y a tanta gente buena como Antonio que, con su generosidad económica, hacen posible que ellos estén formándose aquí para luego sembrar la paz y la alegría por todo el mundo.