“Entre tener seis niños en la casa o un buen auto en la puerta, ¡prefiero los hijos!”

La figura de Agustín Cornejo, recorriendo el campo, riéndose y disfrutando con sus alumnos, forma parte del paisaje de Las Garzas. Ex alumno de esta Escuela Agrícola, es Supernumerario del Opus Dei y se desempeña actualmente como Jefe de Campo del lugar.

Muchas cosas me cautivaron al llegar a la Escuela Agrícola Las Garzas

Menor de once hermanos, huérfano de padre y madre desde los seis años, Agustín Cornejo entró a estudiar a la Escuela Agrícola Las Garzas gracias a la generosidad del marido de su hermana mayor, que se hizo cargo de sus seis cuñados menores. 

Llegó a Las Garzas, "creyendo que era trabajar en el campo, no más." Pero después se dio cuenta que debía estudiar. "¡Había que podérsela!", dice con su pintoresco lenguaje campesino. Confiesa que "fue mucho lo que me cautivó de la escuela: estaban los profesores, los sacerdotes, hacíamos pichangas, trabajábamos, nos alimentábamos y estudiábamos. Cae de cajón que aquí estaba la familia. Pero cuando terminé, partí a trabajar. Y trabajando, decidí volver, porque me esforzaba mucho, pero la plata escaseaba y echaba de menos el calor de hogar. Hablé con el director, estuve unos días sin trabajo y me invitaron a un retiro. Yo había ido a un matrimonio con amanecida, así que no había dormido nada. Pero me dije: ¡ah, voy igual! En la fiesta, alguien preguntó quién podía llevarle una hermana a San Fernando. Me ofrecí porque así podía pasarme al retiro callado no más y nadie me iba a decir que no fuera. Así que partí y allí me ofrecieron este trabajo, el año ´88."

¿Ya se había casado?

No, todavía no se me había ocurrido. Cuando conocí a la señora Elvira –así apoda a su mujer–, le dije como al segundo día que nos casáramos. Me preguntó que si estaba loco y le contesté: si no es para casarse, estoy demás aquí; porque se veía que esta chiquilla no era para hacerle daño. Ella aceptó, pero me pidió que esperáramos un poco.

¿En qué momento pidió la admisión al Opus Dei?

Me gustaba la seguridad de estar con Dios, de trabajar con El. Siempre con la intención de hacerlo mejor.

Llevaba ya tres años trabajando en Las Garzas y pensaba todo el tiempo ¿cuándo me lo van a preguntar?        –recuerda con una sonrisa pícara–. Yo no entendía mucho, pero me gustaba la seguridad de estar con Dios, de trabajar con El. Siempre con la intención de hacerlo mejor. No importa que me equivoque, que a veces patine o vaya hacia atrás. Ya habrá alguien que me diga como rectificar. Así quiero vivir.

¿Y su señora?

No, ella alegaba que la dejaba sola, que me iba a puro rezar, que me ocupaba de mis cosas. Pero, igual, me arreglaba el bolso. Hasta que un día me dijo: Soy de la Obra. ¡Ya estaba bueno, pues! –le dije–, llevo seis años rezando por ti.

Agustín y Elvira tienen seis hijos "por ahora". Dos de ellos estudian en Las Garzas, en 3° y 4° medio, respectivamente.

"Ver la mesa con seis cabros, para mí es un orgullo –comenta–. Doy gracias a Dios por haberlos tenido. La menor de mis hijas ya lee y el otro día me recitaba las capitales del mundo. Claro que rezo harto por ellos y mi señora también. ¡Trabajar tanto para tener un solo hijo, no vale la pena! Entre tener seis niños en la casa o un buen auto en la puerta, ¡prefiero los hijos y mi camioneta del año 77! ¡No hay dónde perderse! Una de mis hijas me pregunta: ¿hasta cuándo estaremos pobres? Toda la vida, le digo. A no ser que usted trabaje, le vaya muy bien y quiera ser muy generosa con los papás. Creo que les hace bien no vivir en la abundancia: todos se ayudan harto, se prestan las cosas unos a otros.

¿Y a usted le gustaría que alguno de sus hijos fuera a la universidad?

Si va uno, tienen que poder ir todos. Y para eso no hay plata. Por eso, estoy rezando y con el mazo dando. Pero siempre que ellos quieran ir, que no sea porque lo desea el papá. Vamos a ver cómo están las notas, cómo les va en la PSU y después cómo se logra. Dios puede escribir con la pata de una mesa. Si a mí me hubieran dicho cuando niño que iba a estudiar en Las Garzas y que luego iba a trabajar aquí veinte años, habría creído que estaban locos. Pero Dios le va dando las cosas a uno de a poquito, como a las guaguas, que comienzan por la leche, luego la papilla y después los porotos pasados. Eso sí, yo les digo que, si quieren estudiar, tengan claro dos cosas: primero, que deben hacerse responsables de su estudio, sin esperar que el papá y la mamá los estén cateteando, y segundo, que deben ir a la universidad para aprender, para servir, para ayudar a los demás. Si lo van a hacer sólo para ganar plata, están equivocados.

¿Qué es lo que más lo motiva en su trabajo?

¡Las Garzas es toda mi vida! –dice con pasión–. Vibro con los chiquillos.

¡Las Garzas es toda mi vida! –dice con pasión–. Vibro con los chiquillos. Soy muy pelusa: me gusta echar la talla. Además, me acuerdo de lo aturdido que es uno cuando joven y no tiene a nadie que le diga las cosas claritas: trabaja bien, cumple los horarios, cuídate, cuida la casa, ojo con las fiestas, donde te llevan, con el alcohol, con las mujeres. Generalmente, los jóvenes no se abren más que con los amigos y ellos no los invitan a las cosas buenas. El chiquillo, cuando uno le da confianza, va cambiando y empieza a comentar de dónde viene y qué ha hecho y termina agradecido con la mano un poco más firme. Los papás ahora están muy blandos con los hijos: mucho permiso, mucha plata.

Nos da gusto cuando vemos que los alumnos van cambiando y después que terminan la escuela nos llaman por teléfono para contarnos que están trabajando, que se han casado, que están con su señora, con sus hijos. Ver que hay logros .Y también que hay logros en el fundo, entre los trabajadores, con los apoderados, en la producción. Porque sería un contrasentido enseñar y no producir buena uva.

Y en ese trabajo, ¿cómo es su encuentro con Dios?

A veces se me pierde. Tengo que estar atento, porque como no somos angelitos, el demonio mete su colita y hace que me enoje de más o no actúe como tiene que hacerlo un hijo de Dios. Tengo que parecerme a El, desaparecer yo para que aparezca Dios dentro de mí, y así el alumno pueda ver a alguien que lo trata con cariño, con amor, que se preocupa de él, le dice las cosas de buen modo. A veces, habrá que tratarlo más duro. Entonces uno lo hablará con Dios, le preguntará un poco, rezará por ese chiquillo y llegará el momento en que tendrá que actuar, pero ya más libre porque lo ha conversado antes con el Súper Jefe.

Descubrí que le puedo ofrecer a Dios tener paciencia con un alumno, podar bien una parra...

En Las Garzas me siento como ratón en el queso porque puedo rezar. Un tipo que está metido en la oficina viendo sus papeles, tiene que parar lo que está haciendo para rezar. En cambio, yo recorro la escuela, voy de un lugar a otro y mientras, rezo. Si veo a algún amigo, pido por él. Y le dejo todo lo más pesado a Dios, porque nosotros no podemos hacer casi nada. Tampoco tengo grandes cosas para regalarle, pero le puedo ofrecer tener paciencia con un alumno, podar bien una parra, tratar mejor a mi señora, a mis hijos.

San Josemaría ¿es amigo suyo?

¡Por supuesto! El me conoce y me ayuda a encontrar más fácilmente a Dios. Es un buen intercesor, porque sin la gracia de Dios, pocazo podemos hacer. Si miro detrás de la cortina veo cuánta gente reza y ha rezado por mí. No lo andan cacareando, pero sé que me han encomendado, han ofrecido una Misa o el rezo del Rosario. Por eso, nunca me he sentido solo.