Dios, rock y un violín

Manuel Lamberti es de Puerto La Cruz (Venezuela). Tiene 19 años, estudia violín y toca en una conocida banda de rock. Durante 2 años, fue el concertino de la Orquesta Juvenil del Estado Anzoátegui. Al igual que sus colegas, llama «estudiar» al tiempo diario dedicado al violín. Es numerario del Opus Dei.

—¿Cómo te ayuda el espíritu de la Obra?

Todo lo que ha dicho San Josemaría acerca del trabajo y el estudio me ayuda muchísimo. Antes de conocer a la Obra estudiar 3 horas de violín para mí era una cosa terrible, me costaba muchísimo. Y bueno, claro, todavía me sigue costando, pero cuando sabes que puedes sobrenaturalizar esas tres horas de violín y ofrecerlas a Dios todo se hace mucho más llevadero, por decirlo así, porque sabes que no solamente te estás beneficiando en esta vida, porque vas a ser un buen músico, sino también en la otra.

—¿Se puede encontrar a Dios en la música? ¿Acaso Dios está en la música?

En mi caso, cuando interpreto una obra importante, que de alguna forma me conmueve, inmediatamente digo dentro de mí “esto se lo ha tenido que soplar Dios al compositor”.

—¿Entonces tocar violín te acerca a Dios?

Sí, cuando sobrenaturalizo mi trabajo, cuando ofrezco a Dios las horas de estudio y las horas de clase en la universidad. Una vez que se conoce el espíritu de la Obra uno aprende a darle otro sentido a las cosas. Por ejemplo, a mí me fastidia muchísimo tener que entrar a las horas de entrenamiento auditivo, y si fuera por gusto no entraría nunca, pero en cambio ahora digo “bueno, vamos a ofrecer estas horas de clase” y así terminas disfrutando la cosa.

—¿Pero a qué te refieres con eso de «sobrenaturalizar el trabajo»?

Bueno, cuando estás muy cerca de un concierto o de un recital, siempre se tiene el peligro de fajarse a estudiar para lograr la cuestión y olvidarte de que eso al final es para Dios y de que en verdad es Dios el que te ayuda a hacerlo bien. Entonces lo que hago es que, cuando estoy estudiando, a veces pongo un crucifijo en el atril, o una estampa, para tener siempre presente a Papá-Dios. Obviamente, esto no es que salga facilito, es una lucha.

También pasa muchas veces que las cosas no salen como tú querías: a veces puedes estudiar muchísimo y luego igual la pones en el concierto: entonces ahí es cuando te acuerdas de nuevo de que realmente la cosa es por Dios, de que si el proceso fue hecho con amor, a Él no le importa tanto el resultado, aunque haya sido un desastre, y eso te ayuda a no desanimarte.

—Y hoy estás en un conocido grupo de rock…

Sí, la verdad es que hemos ido teniendo éxito, sonamos bastante en la radio y tenemos varios conciertos al año. La gente se sorprende porque creen que luchar por ser buen cristiano no es compatible con esa profesión. Curiosamente a algunos de mis amigos les ha interesado la Obra justamente por eso, porque se dan cuenta de que no necesariamente hay que estar recluido en un monasterio para ser buen cristiano.

—Entiendo que, de entrevista en entrevista, en los medios de comunicación, a veces pasan cosas…

Hay veces, sobre todo cuando estamos promocionando algún disco, que tenemos muchas entrevistas en los medios en un mismo día… y nos llegan las doce del mediodía estando en el carro; entonces apagamos la música y le preguntamos al manager si no le importa rezar el Ángelus con nosotros… Creo que la primera vez se sorprendió bastante, pero ahora ya sabe y la pasa bien. Esas cosas nos ayudan a tener presente a Dios durante el día.

—¿Es verdad que los músicos son despistados?

Bueno, en mi caso sí. Desde que estaba pequeño dejaba botadas todas las cosas por ahí. Siempre se me olvida el celular, las partituras… Pero es una lucha y como tal trato de ofrecérsela a Dios por otras personas: para que alguien se cure de una enfermedad, o lo que sea.

 —Hace un rato me contaste que San Josemaría te hizo un favor grande en relación a tu violín.

El cuento con el violín es que una vez fui a una master class en un conocido hotel de Caracas con un profesor que vino de Alemania. Fui hasta el sitio en metro y por eso llegué muy temprano; decidí ponerme a estudiar hasta que empezara la clase. Pero antes quise lavarme las manos, así que dejé el violín en un salón mientras iba al baño y… cuando regresé ya no estaba: se lo habían robado.

Es un violín muy bueno, que cuesta varios miles de dólares; es mi instrumento de trabajo. Así que se movilizó todo el personal de seguridad de la orquesta y del hotel… pero nada. Mi familia y yo nos pusimos a rezar y a pedirle a San Josemaría que apareciera el violín. Pasó un mes. Mis amigos me decían que lo diera por perdido, que buscara otro, pero nosotros seguimos rezando.

Siguió pasando el tiempo hasta que un buen día un amigo violinista me dijo “Manuel, mi profesor dice que cree saber dónde está tu violín. Un nuevo alumno suyo fue con él a su clase”. Fuimos a verlo y efectivamente ahí estaba, era mi violín. Se lo habían vendido a esta persona por una cantidad pequeñísima. Se la pagamos y recuperé el violín después de más de un mes de haberse perdido. Se lo debo a San Josemaría. Así que luego, en agradecimiento, he podido repartir muchas estampas con la oración a San Josemaría diciendo “Hey, ¡este es el santo que me consiguió el violín!”.