Soledad Parra: la “oveja negra” que respondió al llamado de Dios

Nació en una familia de testigos de Jehová y desde muy niña se las arreglaba para asistir a las clases de religión católica de su colegio para conocer más de esta fe que de una forma inexplicable tanto la atraía. No fue hasta muchos años después que se encontró profundamente con Dios, luego de que un sacerdote le entregara una estampa de San Josemaría, cuando lloraba sin consuelo por la enfermedad de su hija.

Soledad junto a su esposo Abraham y sus tres hijas. "San Josemaría se convirtió en mi amigo".

Soledad es una rebelde. Según su madre, ella siempre fue católica y, por lo mismo, la oveja negra de una familia de testigos de Jehová. “A mí, en el colegio me eximían de las clases de religión, pero yo le decía a mi profesora que me dejara entrar”. Además, a veces se arrancaba a misa y, durante el mes de María, en el camino a clases cortaba flores para llevar a la Virgen. En paralelo buscaba la forma de no asistir a los ritos de los testigos de Jehová, a pesar del esfuerzo de sus padres. “Yo siempre busqué mi identidad y busqué mi religión”, dice.

Soledad, junto a su esposo Abraham.

Pasaron los años, se casó con Abraham, judío, y tuvieron tres hijas. De ellas, la menor nació con una cardiopatía congénita. En esa época Soledad trabajaba en un quiosco en la Universidad de los Andes y recuerda especialmente a un sacerdote que todos los días antes de hacer clases compraba un café. Un día la vio llorando: “¿Tiene mucha pena?, me preguntó. Y yo le dije que sí, que me sentía sola, que en ese momento me encontraba desamparada en el mundo, porque no le encontraba una explicación al porqué de la enfermedad de mi hija”, relata Soledad. Era el año 2004.

Tengo un amigo que quiere conocerte

Al día siguiente el sacerdote se le acercó con una estampita y le dijo: "Tengo un amigo que quiere conocerte. Él te va a ayudar a buscar soluciones en tu vida, va a ser tu amigo”. Soledad vio en la imagen a un hombre con una mirada que la marcó. “Es como que la persona estuviera ahí contigo”, describe. Era san Josemaría. “Después empecé a leer sobre él y me gustaba como él veía la vida, lo que él hablaba de la organización personal, de cómo enfrentar las cosas difíciles, cómo llevar el día a día y que siempre con orden y con amor, las cosas salen mucho mejor”, cuenta.

La estampa con la oración a san Josemaría acompaña a Soledad en su trabajo.

Tal como le dijo el sacerdote, el santo de la estampa se convirtió en su amigo, a quien le contaba sus penas y alegrías. Sintió que Dios de esta forma le decía: "esta es tu oportunidad y aquí estoy yo para enseñarte, para guiarte y para que tengas más fe en mí de la que tienes". “Yo lo tomo así. Y le pedí que nunca me abandonara”, cuenta Soledad.

Años después, Soledad trabajaba en una casa particular y su hija mayor le dijo que no quería terminar cuarto medio en su colegio diurno, por lo que empezó a buscar alternativas. Así llegaron al Colegio Los Andes, que tiene un programa de clases vespertinas. Cuando la fue a inscribir, Soledad quiso unirse también y terminar su etapa escolar, que había dejado en primero medio. “Me integré al colegio, terminé mi enseñanza media en dos años, me bauticé, recibí todos los sacramentos y me prepararon para todo lo que tenía que hacer. Fueron los momentos más bellos de mi vida”, reflexiona.

Soledad terminó sus estudios en el vespertino del Colegio Los Andes y allí también recibió sus sacramentos.
"A pesar de nuestras diferencias, –yo soy católica y mis padres, testigos de Jehová– respetamos mutuamente nuestras creencias".

Hoy Soledad trabaja como funcionaria del Registro Civil en La Reina. Lleva casi cuatro años en ese trabajo y todos los días llega más de una hora antes de que comience su jornada laboral a rezar y a hablar con su amigo, san Josemaría, cuya estampita guarda en su escritorio. “El día a día yo siempre se lo dejo en manos de él. Todos los días lo miro, rezo, le digo que me ayude con la carga que tengo, le pido consejos y también que me ayude a obrar bien. Como él decía, a hacerlo con amor. Es algo muy especial, tú lo miras y sientes esa tranquilidad”, dice. Y agrega: “En la oficina tengo que atender a personas con todo tipo de caracteres. De repente quisiera mandar todo ‘a la punta del cerro’, pero lo miro a él que está en mi escritorio y digo: no”.

Su hija menor, Valentina, ya tiene casi 19 años. En 2021 le hicieron un cambio de válvula pulmonar y más adelante tendrán que hacerle una nueva intervención quirúrgica. “Pero siento que en la operación del año pasado no estuve tan extremadamente nerviosa como al principio, porque esa vez tenía la fe. Tenía a alguien que me respaldaba, que me decía que todo iba a estar bien. Estaba tranquila y a san Josemaría siempre conmigo”, asegura.

Soledad junto a su esposo Abraham y sus hijas: Antonia, Michelle y Valentina Zack Mordog.

“Gracias a Dios nunca me ha faltado la fe, porque uno siempre está ahí, rezando tanto por las niñas, por todos. Y uno tiene que hacerlo así, porque la fe es inmensa. Dios nunca me ha dejado abandonada”, concluye.