La fraternidad sacerdotal constituyó para san Josemaría uno de sus mayores desvelos y afanes apostólicos. En 1950 vio que la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz –que había fundado en 1943– podía hacerse extensiva y beneficiar también a los sacerdotes diocesanos que quisieran buscar la santidad en el ejercicio de su ministerio, según el espíritu del Opus Dei.
En esta asociación se plasma un rasgo destacado de la fisonomía espiritual del fundador del Opus Dei y que lo explicaba monseñor Javier Echevarría, uno de sus sucesores: “el empeño continuado y creciente con que, desde los primeros años de sacerdocio, se esforzó por vivir y hacer vivir en profundidad el sentido de la fraternidad sacerdotal. Esta es nuestra gran tarea, repetía a los que acudían a escucharle: amar a nuestros hermanos sacerdotes. Hemos de sentir la satisfacción de ser servidores de todas las almas, pero en primer lugar de los sacerdotes, nuestros hermanos”.
Actualmente pertenecen a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz unos 4.000 clérigos de todo el mundo. Esta ofrece a los que participan de sus actividades, medios espirituales para sostener y apoyar la vida interior, la formación doctrinal y pastoral y la unión fraterna entre ellos. En Chile, el primer miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz fue el obispo emérito de Los Ángeles, monseñor Adolfo Rodríguez, quien llegó desde España en 1950 para desarrollar la labor pastoral del Opus Dei.
Casi siete décadas después de la venida de don Adolfo, con la bendición del cardenal Ricardo Ezzati, el 6 de mayo fue inaugurada una casa de esta Sociedad Sacerdotal destinada a la acogida y formación de los sacerdotes diocesanos. La finalidad es contar con un lugar al servicio de la Iglesia de Santiago, donde los sacerdotes puedan asistir a medios de formación, encontrar acompañamiento espiritual y desarrollar sus estudios, todo ello al alero de un ambiente de fraternidad y de familia, según el espíritu del Opus Dei. Además, los presbíteros podrán participar de actividades de descanso con sacerdotes de otras diócesis, como las de Melipilla, Rancagua, San Bernardo y del Obispado Castrense.
“La vida de los sacerdotes es un tesoro para la diócesis, y ese tesoro necesita ser alimentado y cuidado espiritualmente –señaló el cardenal–. Que haya una casa donde un grupo de sacerdotes se puedan encontrar para orar, reflexionar, compartir la vida bella de ser sacerdote es una gracia muy particular por parte del Señor. Quisiera agradecer a la Prelatura que ha puesto a disposición este espacio y la experiencia de una formación adecuada. Que el Señor haga fecunda esta obra”.
Fortaleciendo el ministerio
El P. Guillermo Colipe, párroco de tres iglesias de la zona sur de Santiago, que asiste al lugar todos los lunes para participar en encuentros de formación y luego almorzar en comunidad, destaca el espíritu diocesano de san Josemaría que se vive: “Durante varios años trabajó como sacerdote atendiendo a los pobres en Madrid, y conocía muy bien el alma sacerdotal y es justamente eso lo que acá se nos inculca: amor a la arquidiócesis y fidelidad al obispo”.
El P. Julio Díaz, párroco de la iglesia Nuestra Señora de los Pobres, ubicada en la zona norte de Santiago, señala que asistir a los encuentros ha sido muy enriquecedor: “Vivir la espiritualidad del Opus Dei en la vida cotidiana pastoral en una parroquia de un lugar popular, me ha ayudado mucho en aspectos como la acogida, la liturgia, la confesión y por sobre todo a enriquecer mi vocación sacerdotal”.
Por su parte, el P. Miguel Luis González, quien dedica parte importante de su tiempo al trabajo con jóvenes en la Pontificia Universidad Católica, comenta que recibir formación espiritual durante la semana es algo que beneficia a los sacerdotes de la diócesis: “Los temas abordados ayudan al fortalecimiento del ministerio y a una profundización en todo lo referido a lo pastoral”. Agrega que le ayuda a vivir de manera especial “el espíritu de la santificación del trabajo, el apostolado, la filiación divina y la atención en los detalles del ministerio”.
Encuentros fraternales
Los sacerdotes valoran el espíritu cálido y familiar que se vive en la casa. Ahí tienen las puertas abiertas para festejar fechas especiales, como, por ejemplo, cumpleaños, aniversarios de sus ordenaciones sacerdotales y fiestas como la Pascua de Resurrección, que celebran con un almuerzo muy animado. El P. Guillermo explica que “he encontrado amistades y mucha cercanía de parte de mis hermanos sacerdotes” y el P. Julio cuenta que “se forma un ambiente alegre, hay una rica comida que también nos ayuda a descansar y despejarnos”. En la misma línea, el P. Miguel Luis asegura: “¡Claro que me gusta venir! Hay una gran fraternidad, lo paso bien, afianza la amistad con los sacerdotes, esto te ayuda, te deja con más fuerzas, ánimo y optimismo”.
El gran objetivo de esta iniciativa es que se convierta en un hogar donde, al igual que en una familia, todos sean bienvenidos, estén y se sientan acompañados.