Bordando manteles y almas

Hace 53 años Nemesio y Mercedes se instalaron en un campo familiar a orillas del mar en la costa chilena. Nunca imaginaron que serían protagonistas de una gran aventura espiritual y social. En estas tierras nacieron y crecieron sus hijos, conocieron el Opus Dei y crearon la Fundación de Desarrollo Social Cachagua, que ha entregado formación espiritual y preparación profesional a cientos de familias.

Nemesio y Meche en la sede de la fundación.

"Algo tengo que hacer para remediar esta pobreza", ése fue el primer pensamiento que asaltó a Meche Ruiz-Tagle cuando, como flamante recién casada, conoció en terreno las durísimas condiciones de pobreza y aislamiento en que vivían las familias que poblaban el extenso territorio que abarcaba la Hacienda de Catapilco.

Hace 53 años, junto a Nemesio –su marido y el primer Vicuña que llegó a administrar las tierras que pertenecían a su familia desde la época de la Colonia–, se instaló a vivir en una casa de fundo perdida entre cerros y a orillas del mar. Así, con las propias restricciones económicas y las limitaciones de vivir en medio de la nada, sin luz eléctrica ni alcantarillado, decidieron sacar adelante el fundo familiar, para su sustento y para dar trabajo a la gente de la zona y gestar otras iniciativas que permitiesen ayudarlos a salir de la extrema pobreza. Algunos años más tarde estas inquietudes se encauzarían en la Fundación de Desarrollo Social Cachagua.

"Al comienzo –cuenta Meche– lo que más me preocupaba era vestirlos, ya que en pleno invierno la gente andaba a pie pelado y sin nada abrigado. Con la ayuda de una costurera de la zona armamos una pequeña cooperativa donde a las mujeres les enseñábamos a coser. Así podían mantenerse y vestir a sus familias".

Poco a poco el entorno iba cambiando. Empezaron a llegar los veraneantes y se formó el balneario de Cachagua y de paso un terremoto echó abajo la mayoría de las casas de los inquilinos. "Ahí mi suegro decidió construir una población para que la gente estuviera más resguardada", recuerda Meche. Junto a este primer villorrio se construyó una capilla y comenzó su segunda preocupación: ya no bastaba con vestir el cuerpo, también había que arropar el alma.

Un cura todo terreno

Queríamos algún trabajo en que las mamás no descuidaran a sus hijos, comenta Meche.

Los abuelos de Meche habían recibido a don Adolfo Rodríguez, el sacerdote que comenzó la labor apostólica de la Obra en Chile, pero ella sabía casi nada del Opus Dei.

A pesar de las dificultades para llegar al lugar donde vivían, un día apareció don Antonio Martí, otro sacerdote español de la Obra, que en su afán apostólico pasaba horas arriba de una destartalada micro para visitar al joven matrimonio. Así, con la amistad y el trato permanente del sacerdote y de otros fieles de la Prelatura, fueron cayendo uno a uno los prejuicios contra el Opus Dei. Cuando nació su quinto hijo, ambos pidieron casi al mismo tiempo, sin saberlo, la admisión a la Obra.

Con la vocación, despertó en el matrimonio la imperiosa necesidad de formar a la gente del pueblo en un oficio, pero también su alma. La gran inquietud era buscar un trabajo que cumpliera dos requisitos: "que las señoras no tuvieran que salir de sus casas para no descuidar a sus hijos y sin máquinas que las limitaran". En un viaje a Estados Unidos, Meche se dio cuenta de lo difícil que era encontrar buena mantelería y decidió que ése sería el producto que elaboraría la incipiente fundación.

Pero tanto Nemesio como Meche soñaban con un lugar digno para que pudiesen trabajar las bordadoras, donde al mismo tiempo recibieran medios de formación y clases de educación familiar. Gracias a la generosidad de los hermanos de Nemesio –que donaron varios sitios del balneario– pudieron edificar la pequeña casa blanca con la que uno se topa al llegar a Cachagua.

Mantelería para el Papa

Así confeccionaron mantelería para el Papa Juan Pablo II cuando estuvo en Chile.

Cada semana, puntualmente, se reúnen en la sede de la Fundación varias mujeres del lugar. Allí cortan, deshilan, bordan y planchan cuidadosamente cada pieza de lino que las ha hecho famosa. Meche se encarga de los diseños y en una sala de ventas contigua se exponen, venden y se reciben los encargos de los finos manteles, individuales y servilletas que confeccionan. Hasta el Papa Juan Pablo II cuando visitó Chile se llevó de recuerdo la mantelería que le prepararon con inmenso cariño. La sede es también el lugar donde se reúnen semanalmente a recibir cursos de doctrina y también donde encuentran consuelo y oído para las penas y dificultades.

El ambiente que se palpa es de gran amistad y compañerismo. Allí no hay permiso para el chismorreo ni para hablar mal de de nadie. Como aclara Meche, "a cada persona nueva que llega se le explica que aquí no se cuentan cuentos, sino que se viene a trabajar mucho y por amor a Dios, y a ayudarse unas con otras".

Esa misma discreción es la que se vive en su pequeña oficina donde cada bordadora le señala sus cuitas y preocupaciones. "Aquí a puertas cerradas las escucho, les aconsejo en sus problemas matrimoniales o con los de sus hijos y lo más importante es que rezamos juntas para que con la ayuda de Dios se solucionen", cuenta Meche.

Trabajar sin descuidar el hogar

'...lo fundamental es que he podido hacer este trabajo sin descuidar mi casa', cuenta Salomé Silva.

Salomé Silva es Cooperadora del Opus Dei y asiste desde hace veinte años a los talleres de la Fundación. Mientras borda con esmero el borde de un mantel, explica que "este trabajo ha sido muy importante en lo económico para ayudar a mi familia, pero lo fundamental es que he podido hacerlo sin descuidar mi casa".

Para Salomé el sello que le ha dado la Fundación es el crecimiento espiritual. "Me ha ayudado a aumentar mi fe y esto se traduce en que enfrento las cosas y los problemas de otra manera. También he mejorado la comunicación con mi familia y con el vecindario.

Esto lo vivo en las cosas pequeñas de todos los días. He aprendido a vivir la solidaridad con los vecinos, preocupándome de saber como están, saludándolos y ofreciendo con alegría las cosas que me cuestan, como por ejemplo lavar la loza todos los días".

Lo mismo le ha sucedido a Georgina Fernández que ya lleva terinta años bordando al alero de esta obra. Para ella lo más importante es que, junto con crecer en virtudes humanas y en el conocimiento de la doctrina católica, "lo paso muy bien, me relajo, he hecho grandes amigas y encontré un amigo muy especial, san Josemaría, quien me saca de muchos apuros. Como le tengo fe, le pido un favor y siempre me resulta".

Muñecas para las hijas, doctrina para los maridos

Muñecas de York que hacen las estudiantes de colegio.

Poco a poco las hijas de las bordadoras, que en un comienzo acompañaban a sus madres y jugaban a su lado mientras ellas trabajaban, comenzaron a crecer y nació la inquietud de hacer algo por su formación y por entregarles herramientas para que también ayudasen a la economía familiar. En el viaje a la beatificación de san Josemaría, en una parada en Inglaterra, Meche encontró la materia de inspiración para trabajar con las más pequeñas: una colección de muñecas de York enteras tejidas a mano. Su cuñada que la acompañaba —quien se embarcó también en el proyecto— le regaló un libro con todos los modelos y de allí sacaron las ideas para la colección que hoy se vende junto a los manteles.

Todos los sábados las colegialas llegan a la Fundación a trabajar en sus muñecas, reciben charlas de formación y muchas de ellas han podido acceder a la universidad, donde tienen como slogan de vida: "recordar los consejos que nos dio la señora Meche".

Ella recuerda divertida una anécdota de las tres primeras que partieron a estudiar a Valparaíso y arrendaron una pieza para vivir juntas. Una de ellas tapizó el dormitorio con afiches donde destacaba algunos de los consejos dados. Un día les entraron a robar y tuvieron que dar parte a Carabineros. Cuando los Carabineros llegaron a hacer la constancia de lo robado, uno de ellos muy intrigado les preguntó: "¿Me pueden decir quién es la señora Meche que les da tan buenos consejos?".

Y los maridos tampoco se han quedado atrás en esta ruta divina que se abrió en ese balneario chileno. Ellos de la mano de Nemesio también han encontrado a Dios en sus trabajos y ocupaciones. Dos de ellos incluso viajaron a Roma a la canonización de san Josemaría apoyados por la Fundación que les ayudó a financiar el pasaje y la estadía.