“Una hija mía a quien yo quiero mucho”

María Clinton es supernumeraria del Opus Dei desde hace 50 años. En junio de 1974, durante su visita a la Argentina, tuvo la oportunidad de estar muy cerca de San Josemaría y notar su cariño. Confiesa que desde entonces sólo vive para dar gracias a Dios y contarle a los demás “quién es el Padre”.

Son demasiadas cosas para una sola persona”, la frase que sale espontánea al final de cada recuerdo, es un buen resumen de la vida de María Clinton, una supernumeraria del Opus Dei que en junio de 1974 tuvo la oportunidad de conocer a San Josemaría y conversar con él.  

Al decir “demasiadas cosas”, María sorprende, porque no se refiere a sucesos llamativos y mucho menos a “cosas” materiales. Su vida fue sencilla y siempre vivió con lo indispensable. Así se lo relató a San Josemaría el 18 de junio de 1974 cuando cientos de personas se reunieron en el Colegio de Escribanos para conocer y hablar con el Fundador del Opus Dei:

-"Padre yo he sido siempre pobre: mi padre era portero, y yo vivo en lo que aquí llamamos un conventillo. Pero siempre he estado contenta. Nunca sentí ser pobre, ¡nunca!... hasta ahora. Porque quisiera tener mucho para dárselo todo, Padre."

A María le cuesta recordar cuál fue la respuesta de San Josemaría, porque afirma que sólo se quedó con el recuerdo de la mirada que le dirigió y la sonrisa que mantuvo el tiempo que duró la conversación.

¿Cómo es esa mirada? “Es la mirada de un padre, de una persona santa, tan enamorada de Dios que lo transmite sin hacer nada raro”, refiere María.

Ese mismo día, San Josemaría estuvo en La Chacra, una casa de Retiros ubicada en Bella Vista. Mercedes Martínez, una numeraria del Opus Dei, pudo saludarlo allí y se presentó diciéndole que ella era del Opus Dei gracias a María Clinton, que le había dado la posibilidad de conocer la Obra. San Josemaría supo inmediatamente de quién le estaba hablando y le pidió que le transmitiera su saludo: “Dile a esa hija mía, que la quiero mucho, que si la hubiera tenido cerca le daba un abrazo y que tiene que ser muy santa.”

"Estuve años sin contarle a nadie lo que me había mandado a decir el Padre” -confiesa María-. “Me daba vergüenza, porque pensaba: ¿quién soy yo para que piense en mí? Después me di cuenta de que saber la anécdota podía servirle a muchas personas, así que empecé a contarlo”.

“La mimada del Padre”, es el apelativo que se ganó luego de unas palabras que le dirigió el Fundador del Opus Dei al encontrarla entre el público presente en el encuentro multitudinario que tuvo lugar el 26 de junio en el Teatro Coliseo.

María y Angelita en el encuentro con San Josemaría en el Coliseo

En esa oportunidad fue con una amiga, Angelita, que estaba en silla de ruedas porque desde los 7 años era paralítica. Por esa situación tuvieron lugar en la primera fila, lo cual permitió que Angelita cumpliera con su sueño: 

 “Estaba empecinada en hablar con el Padre, lo cual no estaba previsto”, cuenta María. “Sabía que era un santo y quería decirle que ella era periodista, que aunque estaba paralítica podía hacer mucho y quería que el Padre le dijera qué más podía hacer, porque el dolor ya hacía tiempo que lo venía ofreciendo por él”. Y pudo decirle todo eso y más.

Cuando San Josemaría ubicó a Angelita, que le hablaba entre el público, dijo: "Ah, ahora te veo. Hija mía y además, ¡con quién te veo!: con una hija mía a quien yo quiero mucho", dijo refiriéndose a María. 

“Yo sólo atiné a tirarle un beso con la mano”, recuerda María con simpatía. “Después me dijeron que sólo yo podía haber sido la única atrevida que le tirara un beso al Padre”, agrega.

San Josemaría reconoció a María entre la multitud

En esa misma tertulia, la última en Buenos Aires, San Josemaría dijo que se iría pero que volvería y además se quedaría. ¿Qué le hacen pensar esas palabras? “El Padre se quedó, pero estuvo siempre espiritualmente cerca de sus hijos y eso es algo que sentí desde el mismo día que pedí la admisión al Opus Dei”.  ¿Cómo vive los meses de junio? “En continua acción de gracias a Dios. Por todo lo que me da, lo que me ha dado y lo que me seguirá dando”.  ¿Cambió algo en su vida después de este encuentro? “Más que un cambio podría decir que me reafirmé en la necesidad de darle gracias a Dios. Desde los 38 años, que son los años que tenía cuando pedí la admisión en el Opus Dei, hasta este momento sólo me dediqué a darle gracias a Dios, porque el mensaje de San Josemaría era lo que buscaba, y Dios colmó sobradamente mis expectativas”.

Por eso no tiene reparos en confesar que a sus 88 años le pide a Dios: “Dejame la mente lúcida porque si no, no voy a poder seguir diciéndote gracias, y sé que Él me entiende.”