Un mundo sediento de paz

Monseñor Escrivá sostenía —al considerar la situación del hombre y la sociedad del siglo XX—, que "estas crisis mundiales son crisis de santos". ¿Qué puede decir al respecto? ¿Sigue siendo válido ese dictamen para el hombre y la sociedad del siglo XXI?

Sí, desde luego, sigue siendo válido. Añadiría más: pienso que cada día se descubre con más claridad la densidad y la verdad de esas palabras. Basta repasar tantos acontecimientos de la actualidad marcados por la violencia, la corrupción o la injusticia. No me refiero sólo a las guerras y al terrorismo internacional. Aludo también a casos que están muy cerca de cada uno de nosotros, que leemos todos los días en las páginas locales de los periódicos. Estamos comprobando que no guarda límites la agresividad que desarrolla el ser humano cuando se olvida de Dios, de las normas morales, del respeto a la vida y a la dignidad de los demás. Y no se puede combatir el mal sólo con la amenaza del castigo. Es preciso sembrar y proclamar el bien, la verdad, a través de las pequeñas y las grandes acciones de la caridad y de la justicia, cada uno en su lugar, aunque haya que ir contra corriente.

Para que abunde la paz en el mundo debe crecer primero la paz en los corazones, decía San Josemaría. Y la paz interior no se obtiene con una vida despreocupada y ególatra, sino con sacrificio, con la renuncia al egoísmo. Santo se hace precisamente quien, siguiendo el modelo de Jesucristo, convierte su vida en una ofrenda a Dios y a los demás: paradójicamente, al declarar la "guerra" a sí mismo, al "hombre viejo", encuentra el sosiego de la propia conciencia, la paz interior, que luego transmite necesariamente a su alrededor.

Paulina Lo Celso (Argentina), 6 de enero de 2003