La historia de Álvaro forma parte de “En Camino”, una serie de historias de hombres y mujeres que se pusieron en camino. Es el testimonio de personas que se encontraron con Jesús y cambiaron las coordenadas de su vida. La ruta, por momentos, puede volverse confusa, tranquila, difícil o apasionante. Y aunque en estas historias, el destino es el mismo, cada camino es único, como su viajero. Todos coinciden en descubrir, que con Jesús como copiloto, el viaje es una aventura increíble.
Los primeros pasos de un artista
Su historia comenzó en Uruguay, con una infancia alegre, junto a sus padres y su hermano Héctor, un año mayor que él. Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que siendo muy joven, falleció su padre, de apenas 52 años: “A veces la vida te golpea. Esto influye muchísimo, implica hacer un parate y replantearse muchas cosas del pasado y de lo que vendrá también”, explica.
“A veces la vida te golpea. Esto influye muchísimo, implica hacer un parate y replantearse muchas cosas del pasado y de lo que vendrá también”
Alvaro cuenta cómo su amistad con Jesús nació de chico, entre amigos y deporte. Los sábados jugaban al fútbol y después de varios partidos buscaban encontrar algún momento para rezar unos minutos en una capilla con un sacerdote que guiaba la meditación: “Recuerdo esos encuentros con mucho cariño. Estábamos todos los estudiantes alrededor del sagrario, escuchando al padre que nos animaba a rezar y a reflexionar sobre cuestiones muy interesantes, que me inspiraban a profundizar en la fe”.
Al comenzar la carrera de Arquitectura, Alvaro descubrió su vocación como artista. Mientras transcurrían sus primeros meses de estudio, tenía que hacer entrega de una carpeta de dibujos a uno de los grandes maestros de su Universidad y ocurrió algo inesperado. El profesor, al verla, se detuvo un rato largo, contemplando lo que había recibido. El tiempo corría, los nervios y la incertidumbre hacían transpirar a Álvaro, pero su profesor no emitía palabra. Finalmente le comentó: “Montañés, usted no es arquitecto, sino que es pintor”.
“Con mi arte busco lograr que nos haga mejorar como personas, y nos vuelva más sensibles”
El arte tiene el poder de interpelar, de sacar al peatón de su zona de confort; incomodarlo, para salir transformado luego de esa experiencia. Con su arte, Álvaro busca crear una imagen original, que ayude a los demás a levantar la mirada de lo terrenal y alcancen un plano estético, más místico y sensible. “Busco lograr que nos haga mejorar como personas, y nos vuelva más sensibles”, aseguró.
Confía mucho en el trabajo, en la pasión, pero también en el esfuerzo por el hacer y el crear: “Los artistas somos unos privilegiados, porque trabajamos lo creativo, lo nuestro es un destello de la gran sabiduría del Creador. Tenemos que aprovechar ese don que nos ha dado y reproducirlo, para que crezca y hagamos lo mejor posible el trabajo; bien terminado, bien pensado, con mucha profesionalidad”.
Después de terminar sus estudios como artista visual, viajó durante mucho tiempo por trabajo; pasó por lugares de los más variados donde expuso su arte y aprendió de grandes maestros. Finalmente, en el año 98 se instaló en Buenos Aires, donde abrió su taller en el barrio de Belgrano, desde el cual sigue construyendo grandes obras y da clases de pintura acrílica, óleo y técnicas mixtas.
Montañés cumplió ya 45 años en el mundo del arte. A lo largo de este recorrido, su vocación profesional fue progresando y haciéndose cada vez más rica; pero transcurrió mucho tiempo hasta que finalmente descubrió otro llamado que Dios le tenía preparado.
Luces del camino
Pasaron más de 20 años desde que Álvaro conoció el Opus Dei hasta que descubrió que Dios lo llamaba a ese camino. Y fueron también muchas las luces que lo ayudaron a ver, poco a poco, cómo Dios lo invitaba a seguirlo.
Una de las luces más fuertes que lo guiaron fue el ejemplo de vida de su hermano Héctor, quien en 1986 se ordenó sacerdote. “Yo creo que nunca me dijo nada en especial; pero siempre me removió su ejemplo de vida, su entrega, sacrificio y amor por el prójimo”, observó Montañés.
“Mi camino en el Opus Dei nunca fue lineal; tuve momentos en que el recorrido fue más curvo y otros más rectilíneo”
Para la ordenación de su hermano, Álvaro viajó a Roma con su madre para participar de la ceremonia y tuvo un encuentro que marcó su vida. En ese momento, el beato Álvaro del Portillo era prelado del Opus Dei. Montanés recuerda que los invitaron a pasar a Villa Tevere, a una sala no muy grande, con unos sillones. “Apenas ingresamos, Don Álvaro me abrazó y me dijo 'Tocayo'”. La sala no estaba especialmente iluminada, pero sintió como Don Álvaro, con ese gesto simple y lleno de cariño, tocó su corazón y “convirtió la atmósfera del lugar en un espacio particularmente cálido”.
“Mi camino en el Opus Dei nunca fue lineal; tuve momentos en que el recorrido fue más curvo y otros más rectilíneo”, comentó Álvaro. Sin embargo, desde que conoció la Obra hasta la actualidad, cada año busca reservarse un fin de semana para dedicarlo exclusivamente a conversar con Dios y profundizar en su amor, en la oración y en el silencio; un retiro espiritual. “A mí, los retiros me encantaban”, comentó Álvaro al recordar su historia. “Yo salía mucho mejor de lo que entraba, por lo que sabía que era algo muy bueno”.
Alvaro confiesa que conocer el camino de los primeros cristianos alumbró su propia vida y vocación. Se sentía profundamente identificado con ellos: desde su trabajo como docente y como pintor encontraba su misión similar a esos primeros hombres y mujeres que querían seguir a Jesús y vivir según sus enseñanzas, encontrándolo en su vida corriente, en su familia y trabajo.
Llegada a destino
Al poco tiempo de instalar el taller en Belgrano, al igual que cuando era chico, volvió a asistir a esas meditaciones con el sacerdote, que lo encendían y animaban a estar cerca de Dios. Empezó a frecuentar más los sacramentos, a rezar con mayor intensidad, “a tener una relación más directa con Cristo, como un amigo que está al lado tuyo todo el día”.
“Desde que vi mi vocación con claridad, ya no es lo mismo hacer mi trabajo de una manera que de otra”
En el año 2000, quiso decirle que sí a Dios y a su vocación como supernumerario; un llamado para hacerse santo en medio del mundo, buscando a Dios en medio de las circunstancias más cotidianas de la vida, procurando irradiar el amor de Cristo en su entorno social. Álvaro comenta que el trabajo sigue siendo igual, su vida no cambió, pero hay una luz que hasta hoy lo ilumina y anima a hacer las cosas de la mejor manera. “Desde que vi mi vocación con claridad, ya no es lo mismo hacer mi trabajo de una manera que de otra; ofrecer el trabajo y ponerlo en manos de Dios lo vuelve algo verdaderamente divino”, aseguró Montañés.
Al poco tiempo de estar viviendo en la Argentina, Álvaro conoció a Fabiana, unos años después se casaron y el paisaje de su vida se llenó de colores con la llegada de su hijo. “Ahora estoy armando un gran collage de distintas imágenes, como padre, como artista, como amigo. Todo eso se relaciona de la mejor manera y genera una gran pintura que es única y vale la pena contemplar y seguir construyendo”.