Homilía del cardenal Lazzaro You Heung-sik

Palabras del Prefecto del Dicasterio para el Clero, en la ordenación sacerdotal de 25 fieles del Opus Dei, el 20 de mayo de 2023.

Hermanos y hermanas, queridísimos ordenandos,

hoy ocurre un gran evento: ¡Jesús toma 25 hombres y los convierte en instrumentos suyos, en sus ministros!

Cristo mismo hablará a través de vosotros; ofrecerá por medio de vuestras manos la absolución de los pecados y reconciliará a los fieles con el Padre; repetirá, a través de vosotros, las mismas palabras que dijo a sus discípulos: "Este es mi Cuerpo, que se ofrece en sacrificio por vosotros"; "Esta es mi sangre, que será derramada por vosotros y por todos".

Pero no seréis solo vosotros quienes actuaréis -¡no seríais capaces!- sino que será Cristo quien actuará a través de vosotros, por medio de vosotros. Y Él no os hace instrumentos suyos solamente durante un período, sino para siempre, como hemos cantado en el Salmo. Hoy se establece entre vosotros y Jesús una nueva unión, que no se disolverá nunca.

Actuaréis en medio del Pueblo de Dios in persona Christi capitis: en virtud de Cristo, Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia. Pero, ¡cuánto es diferente el modo en que Cristo hace Cabeza: Él no manda, no domina, sino que sirve! Cuando pienso en esto, me viene a la mente la imagen del lavado de los pies: el Maestro y Señor se hace siervo de sus discípulos. Para mí, este gesto revela mucho sobre el sacerdocio ministerial.

Jesús da su vida y así da vida al nuevo Pueblo, a la nueva Humanidad. Impresiona que, en las lecturas escogidas para hoy, se subraya hasta cuatro veces la misma idea: "El Buen Pastor da la vida por sus ovejas"; "Yo... conozco a mis ovejas... y ofrezco la vida por mis ovejas". Esto se dice en el capítulo 10 del evangelio de san Juan. Y en la segunda lectura a los Corintos: "Uno ha muerto por todos". Y enseguida se repite: "Él ha muerto por todos".

Por medio del anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y el servicio pastoral, sois llamados a ser signo y instrumento de esta donación de Cristo sin reservas, de esta ofrenda que hace de Sí mismo a todos.

Una gran llamada, una misión que os es encomendada como un don gratuito, no por vuestros méritos. Sois como los apóstoles de quienes habéis oído hablar en los Hechos de los Apóstoles: "Testigos escogidos": escogidos por Dios, no porque os lo hayáis ganado.

Por todo esto, podemos afirmar que hoy está ocurriendo algo verdaderamente grande, que nos llena de gratitud y de alegría hacia el Padre del Cielo. ¡Él os ha elegido para hacer de vosotros instrumentos suyos al servicio de su Pueblo!

Contemplamos el don de Cristo que os será conferido por la imposición de las manos y la fórmula de la ordenación, un don que os compromete totalmente.

En breve os entregaré el cáliz y la patena, y diré a cada uno de vosotros: "Recibe la ofrenda del pueblo santo para el sacrificio eucarístico. Sé consciente de lo que harás, imita lo que celebrarás, conforma tu vida al ministerio de la Cruz de Cristo Señor".

No se trata solamente de celebrar la Eucaristía, sino de convertiros vosotros mismos en Eucaristía, vida entregada por los hermanos y hermanas; haceros Eucaristía, para que siempre el Pueblo de Dios se convierta -como decía el cardenal coreano Stefano Kim- "en hostia en la sociedad", presencia del amor de Cristo hasta el final de los tiempos.

Este es uno de los compromisos que adquirís hoy. Os preguntaré: "¿Queréis estar cada vez más estrechamente unidos a Cristo Sumo Sacerdote, que como víctima pura se ha ofrecido al Padre por nosotros, consagrándoos vosotros mismos a Dios junto con Él por la salvación de todos los hombres?". Y vosotros responderéis: "Sí, quiero". Luego, os tumbaréis en el suelo, durante el canto de la letanía de los santos: un gesto de entrega completa y abandono. 

Hace algunos días os conté cómo, durante mi ordenación, en ese momento, me entregué a Jesús crucificado y abandonado, para que Él pudiera revivir en mí. Ese ha sido, desde entonces hasta hoy, el alma de mi vida y de mi ministerio. Seréis instrumentos de Cristo, sacerdote para siempre. Pero para serlo auténticamente, y no oscurecer su presencia y su acción, es necesario vivir una vida santa: hace falta que seáis Él, que su vida "reviva" en vosotros. 

Hoy, Él os configura a sí mismo, el Buen Pastor, pero hace falta que vosotros, día tras día, os configuréis con Él; que no sólo anunciéis su Palabra, sino que seáis Palabra viva; que no solo absolváis de los pecados, sino que seáis reflejo de la misericordia y ternura de Dios.

Qué cierto es lo que el apóstol Pablo afirma en la segunda Carta a los Corintios, que hemos escuchado: "Si uno es en Cristo, es una nueva criatura". Esta novedad de vida es principalmente un don de la gracia, que exige nuestra respuesta y adhesión cotidiana. 

Ciertamente, no podréis conseguir vosotros solos esta gran tarea. La sabiduría de los Padres de la Iglesia, afirma: "Ninguno puede tener a Dios por Padre, si no tiene a la Iglesia como Madre". Necesitamos del "humus" de la comunión eclesial, para que la semilla de la vida de Cristo pueda crecer en nosotros y dar fruto. A menudo tenemos una visión demasiado individualista de la fe y también del ministerio sacerdotal. 

Con todo, si leemos los textos del Concilio Vaticano II, podemos constatar que se habla de "presbíteros", casi siempre en plural. Podríamos hablar siempre de "presbiterio". De hecho, la Exhortación Apostólica Post Sinodal 'Pastores dabo Vobis' afirma que "el Ministro ordenado tiene una "radical forma comunitaria" y puede ser desarrollado solo como "una obra colectiva" (n. 17). Según la visión del Concilio, el sacerdote es uno con otros sacerdotes, con el obispo y con el pueblo entero de Dios. 

Estaré siempre agradecido a un sacerdote que se hizo cargo de gran parte de mi formación al ministerio. Él nos decía siempre: "Cada sacerdote necesita una casa". Con su vida y con su ejemplo, él me enseñó a ser como soy, a no reducir la fraternidad sacerdotal a un hecho únicamente sacramental, sino a vivirla también, concretamente, a compartir las alegrías y los dolores con los hermanos, poniendo en común la propia experiencia y también los propios bienes, sabiendo hacer casa, familia: hacerme próximo a todos, aprender de todos. Agradezco a Dios haber tenido siempre presente esas palabras, desde que era seminarista hasta sacerdote de parroquia; luego, como profesor, rector de seminario, obispo y ahora también en la guía del Dicasterio para el clero. Hace mucho bien vivir así y construir con sencillez las relaciones fraternales. 

"Yo soy el Buen Pastor", hemos leído en el Evangelio, "conozco a mis ovejas y las ovejas me conocen a mí como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre". En estas palabras de Jesús, se expresa una relación de gran familiaridad entre Él y el Padre, y también entre Él y nosotros, familiaridad que estamos llamados a llevar a todas partes allí donde el Señor nos envía a edificar la Iglesia-familia, el sacerdocio-familia, la parroquia-familia. Para que la humanidad sea siempre más familia de Dios. Y todo esto mirando más allá del recinto, del rebaño, como nos recuerda el Evangelio. "Tengo otras ovejas que no son de este rebaño, también a estas tengo que guiar, escucharán mi voz y serán un solo rebaño y un solo Pastor". 

"Ovejas que no son de este rebaño". Pienso, no sin emoción, en el cardenal vietnamita Van Thuan. Cuando después de ser arrestado en Saigón, fue transportado al norte del país, en la bodega de un barco. Allí se encontró encadenado junto a un budista fundamentalista, y rodeado por los rostros tristes de otros prisioneros, personas de confesiones diferentes. En ese momento, entiende lo siguiente: "Este barco, esta prisión, es mi catedral, y estos prisioneros son el pueblo de Dios que ha sido encomendado a mi atención pastoral". 

Queridos ordenandos: os deseo que seáis sacerdotes así. Dedicados totalmente a Jesús, que se ofrecen con él por la salvación del mundo, hermanos de todos. Encomendémonos por tanto a María para que ella pueda cantar también con nosotros: "Grandes cosas ha hecho en mí el Omnipotente; Santo es su nombre".