Homilía de Mons. Ernesto Giobando, Obispo Auxiliar de Buenos Aires, con motivo de la fiesta de san Josemaría

Con motivo de la fiesta de san Josemaría, el pasado 26 de junio Mons. Ernesto Giobando celebró la Santa Misa en la Catedral Metropolitana. Compartimos su homilía.

“Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida”. No somos más que un poco de arcilla con un aliento de vida. Es el fundamento de la humildad. Condición necesaria para dejarse moldear por las manos del Alfarero. “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios… el espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios ¡Abba!” La santidad no está en las cosas que hacemos por Dios, sino en dejar que Dios haga su obra en nosotros: Opus Dei.

Esta santidad se refleja en san Josemaría Escrivá porque se siente arcilla blanda, soplo que inspira obras de Dios en el corazón de los hijos e hijas de Dios. De un modo sencillo, sin tanta bulla, con una sonrisa. Siempre me ha llamado la atención la sonrisa de muchos sacerdotes de la Obra.¿Cómo vivir la santidad? Gran parte de la santidad se adquiere con la virtud de la paciencia, virtud no evaluable por el candidato a santidad, sino por los que conviven con él o ella. “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»” (GE,7)

Quisiera detenerme en aquellos modelos de mujeres santas. En estos tiempos donde la mujer ocupa el centro de la escena pública y privada, intra y extra eclesia, contemplar y tomar el ejemplo de estas mujeres nos harán bien para dar nuestro aporte, mejor dicho, el aporte de muchas mujeres al interior de la Iglesia y en la sociedad. Uno de esos modelos es el de Guadalupe Ortiz de Landázuri, cuya beatificación se celebró el 18 de mayo de este año. Quiero compartir con ustedes unos párrafos de la carta que escribió el Papa Francisco al Prelado del Opus Dei: “La santidad supone abrir el corazón a Dios y dejar que nos transforme con su amor y supone también salir de sí mismo y andar al encuentro de los demás donde Jesús nos espera, para llevarles una palabra de ánimo, una mano de apoyo, una mirada de ternura y consuelo. Guadalupe Ortiz, con la alegría que brotaba de su conciencia de hija de Dios, aprendida del mismo san Josemaría, puso sus numerosas cualidades humanas y espirituales al servicio de los demás, ayudando de modo especial a otras mujeres y a sus familias necesitadas de educación y desarrollo. Y todo esto lo realizó sin ninguna actitud proselitista sino sólo con su oración y su testimonio”.

Quiero referirme también al accidente y muerte de Teresa Cardona, los “santos de la puerta de al lado”. Y para eso quiero compartir la carta de Javier Vidal-Quadras, padre de una numeraria y conocido de Teresa, seguro muchos de ustedes ya la leyeron: “Siempre atenta a todo, dispuesta a ayudar, sin querer hacer sombra a nadie, dejando que los demás brillaran, incluso con la luz que ella les prestaba. Ella fue asumiendo nuevas responsabilidades, acordes a su preparación y disposición.

Digo que no la conocía mucho, pero no es cierto del todo. Teresa era, es también ahora en su trayecto al Cielo, numeraria del Opus Dei. Y eso sí lo conozco bien, aunque solo sea porque tengo una hija que también lo es. Sé lo que significa. Significa haber transformado la maternidad corporal en maternidad espiritual, con esa capacidad de expansión que tiene el corazón humano que se entrega indiviso a Dios y es capaz de anticipar de alguna manera la íntima unión que todos alcanzaremos en la otra vida.

Significa olvidarse de una misma y poner todos los talentos, que suelen ser muchos, al servicio de los demás, para llevar cuantas más almas sea posible a Dios y a la felicidad humana. Significa reescribir el rostro con una sonrisa permanente, iluminar la mirada con la limpieza de un amor sin condiciones, tener los brazos siempre abiertos a quien quiera refugiarse en ellos. Significa soportar todas las incomprensiones con alegría y devolver siempre bien por mal, regando a veces con lágrimas la tierra propia y ajena para que crezca y dé fruto.

Significa no tener nada propio y, al mismo tiempo, tener todo a disposición de los otros, vivir una vida desprendida y generosa, volcada a los demás. Significa irse de voluntariado a Costa de Marfil con un grupo de niñas, mientras la mayor parte de la sociedad se prepara para disfrutar de unas merecidas vacaciones. Significa dejar la vida en un recodo cualquiera del camino para, desde allí, callada y eficazmente, dejar sembrada en muchas almas una semilla imperceptible que irá creciendo en el corazón de todas sus compañeras de voluntariado, en las personas que les acompañaban, en sus padres, familiares, amigos y en todos los que, como nosotros, desde la distancia próxima del dolor humano y sobrenatural, rezamos por Teresa. Significa, como diría Teresa, que Dios sabe más y todo lo que sucede es para bien de los que le aman, aunque a veces hagan falta años para entenderlo”.

Dice el Papa Francisco que “para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales” (GE, 14).

Creemos que estos textos reflejan el programa de vida que ofrecía san Josemaría a mujeres y varones que quisieran hacer de sus vidas una ofrenda agradable al Padre. Aquellos que se animan a volver a echar las redes mar adentro, allí donde el Señor Jesús indica, y saber que el fruto de la pesca no es mérito nuestro, sino sólo puro Don y Gracias. Que María Santísima, la primera gran Mujer Santa de la Iglesia, y la más humilde servidora, nos conceda estas gracias.