El sacramento de la caridad nos impulsa hacia Dios y hacia los hermanos

Acercamos una columna de opinión del padre Víctor Urrestarazu, vicario del Opus Dei en Argentina, publicada en infobae.com con motivo del Congreso Eucarístico Nacional que se celebra del 16 al 19 de junio en Tucumán.

Desde hoy y hasta el 19 de junio tiene lugar en Tucumán el Congreso Eucarístico Nacional, una importante reunión de católicos de todo el país que posee dos movimientos: uno hacia adentro, que consiste en la renovación del culto a la Eucaristía, y otro hacia afuera, que se constituye en la reflexión sobre la promoción de la caridad personal y social en la comunidad.

La Eucaristía, que se celebra especialmente en la Santa Misa, es el centro de la vida de la Iglesia. Así lo destaca el título de uno de los documentos más importantes de san Juan Pablo II: "La Iglesia vive de la Eucaristía". Esto introduce una consideración de primer orden, muchas veces ensombrecida en la conversación pública: el núcleo que nutre y motiva toda la actividad de la Iglesia, y que reluce detrás de todas las estructuras humanas, es espiritual y sobrenatural. Para los católicos Jesús instituyó este sacramento en la última cena, un día antes de morir en la cruz en sacrificio por los pecados de la humanidad, y por obra de un milagro -que por habitual no es menos extraordinario-, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por esto, los católicos "adoramos" la Eucaristía y vivimos siempre en tensión de estar a la altura de la entrega, la humildad y la generosidad que significa esta gracia de tener a Dios "materialmente" entre nosotros.

En la teología reciente, el misterio de la Eucaristía, llamado por Benedicto XVI "sacramento de la caridad", se vincula directamente con las obras de la caridad cristiana en el mundo. Es el movimiento del amor al prójimo que ve a Jesús en cada hermano y hermana, tal como decía la Madre Teresa de Calcuta. En esta dirección, el Cardenal Re, enviado papal para el evento, recuerda en su mensaje sobre la llamada "para construir una sociedad más justa, más digna del hombre" y señala que el Papa Francisco está "de modo especial en los corazones de los argentinos".

Justamente, "hacer la comunión" es la expresión común para referirse a la primera vez que un católico recibe el sacramento de la Eucaristía. El Congreso será una oportunidad de reflexión sobre la comunión en la Iglesia, entre todos los cristianos y las diversas religiones del mundo, y también sobre la unidad fraternal de los argentinos. Resuenan, en los albores del Bicentenario de la Independencia, esas palabras de la Oración por la Patria que la Conferencia Episcopal difundió en los días duros de la crisis del 2001: "Queremos ser Nación… una Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común".

El Congreso es ocasión de profundizar en la inspiración cristiana de numerosas obras educativas y de asistencia social, en la relación entre el evangelio, la historia, la cultura, el arte, la piedad popular. De hacer memoria, una memoria agradecida y también purificadora, para construir la esperanza del futuro sobre la cultura del encuentro que nos propone una y otra vez el querido Papa Francisco. Pero no serán sólo palabras, sino que habrá ocasión de compartir momentos intensos entre todos los participantes que estamos aquí, y con los enfermos y los necesitados. El Jubileo de la Misericordia, en el que el Papa nos propone con su voz y su ejemplo acercarnos a la Confesión, marca el tono profundo de nuestro peregrinar.

Varias veces tuve la oportunidad de concelebrar una misa con el Papa, siempre con otros sacerdotes. Verlo de cerca sumido en la profundidad del misterio me ayudó a comprender de dónde sale esa energía de la misericordia que luego desborda en su accionar cotidiano. Me ayudó a redescubrir la importancia de la contemplación y la oración, y a entender aquello de la Madre Teresa: sin la adoración a la Eucaristía no podríamos realizar nuestro trabajo ni un solo día. Es que el sacramento de la caridad nos impulsa hacia Dios, y desde Dios, hacia los hermanos y hermanas de todo el mundo. También me ayudó a valorar que cuando Francisco dice "recen por mí", lo dice en serio, con la conciencia de que"sólo cuando Dios entra en el mundo, pasan cosas realmente nuevas"(Benedicto XVI).