Maruja Llorente de García Verde tiene 98 años; nació en Buenos Aires el 29 de noviembre de 1912. Tuvo nueve hijos (tres de ellos ya fallecieron) y tiene 61 nietos y 82 bisnietos (contando a cuatro que vienen en camino).
A su avanzada edad, los tiene presentes uno a uno y no se olvida del nombre de ninguno, cuando cada día reza por ellos. Los ve seguido, los recibe en su casa con cariño, conversa con ellos y los aconseja con frecuencia. En esa gran familia todos la llaman Madre. Y en un ambiente general que muchas veces podría considerarse poco propicio, ha logrado formar una familia en la que todos viven la fe, tienen una honda devoción a la Virgen, frecuentan los sacramentos.
Maruja es supernumeraria del Opus Dei desde hace mucho, y procura vivir su espíritu. En 1934 se casó con Manuel García Verde, español, que le llevaba 13 años. A partir de 1941, vivieron en Marilauquen, una estancia a 35 kilómetros de la ciudad de Trenque Lauquen, en extensiones de campo que eran casi desoladas cuando su suegro las compró en 1884.
Hermenegildo García había venido a la Argentina en 1870 para trabajar como peón en una tienda de tejidos y, al principio, dormía sobre el mostrador. Luego fue dueño de una próspera casa de telas y tintes, hizo fortuna, regresó a su país y pudo darle estudios y una posición a sus hijos.
Manuel nació en Bilbao, fue abogado en España y luego se dedicó al campo en la Argentina, establecido en medio de la pampa, en tiempos de caminos de tierra y difíciles comunicaciones, dedicando su empeño cotidiano a las ovejas, los novillos, los sembrados, en lugares que, cuando llovía, eran pantanos, y cuando no llovía, médanos.
Maruja y Manuel fueron levantando su casa en esa zona arenosa de médanos. El viento, la seca, la langosta, la liebre, hicieron que tuvieran que plantar hasta siete veces los árboles que, finalmente, arraigaron y hoy forman un amplio monte alrededor del casco. Al principio se alumbraban con velas y lámparas de kerosén. Luego, tuvieron luz eléctrica. A medida que crecía la familia, fueron agrandando la casa, en sucesivas etapas. En 1965, el marido escribió: “Queda terminada la galería y las ventanas. Al fin salió un proyecto de años. Ha sido como un parto laborioso”.
Allí Maruja fue criando a sus hijos, enseñándoles a leer y escribir, preparándolos para rendir las distintas materias. “Los chicos estudiaban dando libre. Yo les ayudaba, a veces con una maestra”. También los formaba en la fe, dándoles el catecismo, como a otros niños de la zona.
En esa estancia siempre había un lugar acogedor para los caminantes que recorrían los campos, haciendo alguna changa y continuando luego su camino. En una pequeña casita donde podían pernoctar, tomar mate, asearse, se conserva una mayólica con esta inscripción: “Ave María. Los caminantes pueden descansar en este refugio un breve tiempo. Se ruega lo tengan perfectamente limpio y que el fuego lo hagan solamente en la matera”.
El 29 de noviembre de 1941, el matrimonio inauguró una ermita dedicada a la Virgen Inmaculada. Era el día del cumpleaños de Maruja, hace ya casi setenta años. También se obtuvo permiso para tener a Jesús Sacramentado en el sagrario. La capilla fue centro de catequesis, retiros, procesiones, predicaciones, que reunían a gentes de los alrededores. Menos de un año después de la apertura de la ermita, el 27 de noviembre de 1942, Manolo dejó constancia en un cuaderno: “Se celebra la Misa con cien concurrentes, y una primera comunión y un bautizo”.
Pasados los años, ya mayores y pensando en el futuro, hacia 1975, ambos cónyuges decidieron dejar esa casa y el casco de la estancia para que sacerdotes del Opus Dei pudieran dar retiros espirituales y se organizaran convivencias de formación. “Se nos ocurrió a los dos, a la vez”, cuenta Maruja.
Sólo pusieron como condición que se siguiera haciendo siempre la procesión que reunía a gente del campo y vecinos de poblados cercanos los días 15 de agosto y 8 de diciembre, fiestas de la Santísima Virgen.
Maruja recuerda que en 1972 asistieron con su marido en Pamplona a una gran catequesis en la que San Josemaría hablaba de Dios a una multitud. “Yo ya era de la Obra. Conseguimos entradas, fuimos a la tertulia y Manolo estaba entusiasmado... En cuanto llegó a Buenos Aires pidió la admisión al Opus Dei”.
En 1974, San Josemaría Escrivá vino a Buenos Aires, donde habló a pequeños grupos y a muchedumbres, siempre con tono personal y con un aire íntimo de reuniones de familia, en el Colegio de Escribanos, el Centro Cultural General San Martín, el teatro Coliseo… Estuvo con la familia García Verde-Llorente y llamó afectuosamente a Manolo “el Quijote de las Pampas”.
En mayo de 1992, Maruja y su marido fueron a Roma, con otros miembros de la familia, a la beatificación de San Josemaría por el Papa Juan Pablo II. Manolo falleció, a los 93 años, el 23 de agosto de 1993. Fue enterrado en Marilauquen. Junto a una cruz de madera, una lápida en el suelo dice: “Manolo. Esclavo de María Santísima. 21.IV.1900. 23.VIII.1993”.
Maruja está feliz de que su nieto mayor, José María Klappenbach, sea sacerdote. Pertenece al clero de la Prelatura del Opus Dei. El 15 de agosto de 2011 José María celebró con una Misa en Buenos Aires los 25 años de su ordenación.
A sus 98 años, Maruja mantiene la lucidez, reza todos los días varios rosarios –como ha hecho toda la vida con su marido y sus hijos-. Cada semana va un sacerdote a confesarla y le lleva la comunión. Ella piensa que el Opus Dei es un buen camino dentro de la Iglesia para estar cada día más cerca de Dios. Preguntada cómo ve a la Obra, desde su experiencia de vida, contesta con sencillez: “Como el camino más seguro para ir al cielo, porque la Obra te ayuda”.