El 8 de diciembre, el Papa Francisco inauguró un año jubilar de la misericordia para la Iglesia Católica. Un momento solemne que comenzó con la apertura de la puerta santa de la Basílica de San Pedro, 15 años después del recordado gesto de Juan Pablo II en el cambio de milenio. El Papa propuso "anteponer la misericordia al juicio" y señaló que "no se puede entender un verdadero cristiano que no sea misericordioso".
Todos estos conceptos claros y directos se resumen en una imagen clásica en las enseñanzas católicas, y central para entender el llamado de Francisco: "el buen samaritano". En el centro de la parábola, Jesús narra un hecho de violencia: un viajero es maltratado y robado en el camino por unos delincuentes. Queda maltrecho y necesita ayuda. Por ahí pasan dos personas ilustres, un escriba (experto en las Escrituras) y un sacerdote (la élite religiosa), y siguen de largo. Ante la necesidad de un hermano, siguen de largo. Las personas 'oficiales' no se detienen. Sus asuntos son más importantes que esa persona que está al costado del camino pidiendo ayuda. En el libro "El Jesuita", de Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, el entonces cardenal Bergoglio relata un suceso que lo tocó hondamente y lo hizo reflexionar: un día salía apurado a tomarse un tren para ir a predicar un retiro, cuando un joven -claramente bajo los efectos de algún medicamento- le salió al paso en la Catedral y le pidió que lo confesara. Un apurado padre Jorge le dijo que ya iba a venir un cura a atenderlo, que él tenía otro compromiso. A los cinco minutos, recapacitó y volvió. Lo confesó y retomó su camino: llegó puntualmente, porque el tren se había retrasado. Pero se quedó dolido... por esos cinco minutos en los que pasó de largo. Y a la vuelta del retiro se fue a ver su confesor. Podemos imaginar que se acordó del Buen Samaritano, justamente, el que no pasó de largo.
Así sigue la historia. Un samaritano frenó, lo curó, lo llevó a la posada, lo cuidó él mismo y le pagó al encargado para que lo atendiera hasta que él regresara. Detrás de esa misericordia, de ese sentir con el que sufre, el samaritano tuvo que superar un pelea social, una división: los judíos y los samaritanos no se hablaban, se llevaban mal. Una disputa histórica se interponía entre ellos. Jesús desafió varias veces ese enfrentamiento. El año de la misericordia nos propone superar las divisiones, nos propone una "cultura del encuentro": en la que todos podemos dialogar, trabajar por el bien común, ir más allá de lo que nos separa y centrar la atención en lo que nos une. Es un llamado del Papa Francisco que golpea a la puerta de las familias, de los hermanos peleados, de las instituciones, las parroquias, los grupos de amigos... y, sobre todo eso, de nosotros como país.
Desde el 13 de marzo de 2013, el Papa Francisco se ha convertido en signo de unidad para los argentinos. Un defensor de los excluidos y promotor de la paz, con un tono que está acercando a la Iglesia y el mensaje del evangelio a nuevas personas. En estos momentos clave de su pontificado, nos propone un año para confluir las diferencias en un proyecto común. Así lo deseó san Josemaría, cuando visitó Argentina en épocas difíciles: "¡Llenad de Amor esta tierra! ¡Que los argentinos se quieran! ¡Que no haya nunca odios! ¡Que se comprendan y sean generosos unos con otros!" Y así nos lo advierte también el Martín Fierro, tan querido por el Papa: "Los hermanos sean unidos // Porque esa es la ley primera // Tengan unión verdadera // En cualquier tiempo que sea // Porque si entre ellos pelean // Los devoran los de afuera.
El autor es abogado y sacerdote. Vicario Regional del Opus Dei en Argentina, Paraguay y Bolivia.