Nací el 27 abril de 1965 en Bombay, en un barrio pequeño de veintiséis edificios donde viven los persee, es decir, los seguidores de Zoroastro (Zaratrusta). Mi barrio era una especie de isla dentro de esa ciudad inmensa, que cuenta con catorce millones de habitantes.
Los seguidores de Zoroastro aprenden a tener buenas palabras, buenos pensamientos y buenos hechos. Son menos de cien mil en todo el mundo y no se permiten conversiones de paganos, que no pueden entrar en los templos de fuego, donde los sacerdotes ofrecen a Dios, simbolizado en el fuego, madera de sándalo.
A diferencia de los hindúes, en el zoroastrismo no hay castas. Venimos de Persia, del reino de Dario I (de hecho, mi hijo se llama así, Darío) de donde nos expulsaron los musulmanes.
En aquel barrio pasé mi infancia jugando al cricket, un deporte en el que era bastante malillo, como dirían en Andalucía. Admiraba a Sunil Gavaster, un capitán de la India que bateaba muy bien. Me gustaba la música pop, aunque -lo siento- no era fan de John Lennon. En cambio, meflipaba Bon Jovi. Y hacia las travesuras propias de cualquier niño, como poner candados en las puertas de los vecinos o romper algún que otro cristal con la bola del cricket…
Mi vida ha cambiado bastante desde entonces. Ahora vivo en Jaén y he cambiado los catorce millones de habitantes por cincuenta millones de olivos. ¿Cómo he llegado hasta aquí? La historia es larga.
Un encuentro en Jordania
A pesar de ser persee estudié en el colegio católico San Francisco Javier de Bombay. Más tarde comencé los estudios de ingeniería naval, pero como suspendía una y otra vez el dibujo técnico, estuve a punto dejarlo. Continué gracias a mi madre, que quería que trabajara en tierra firme, aunque yo deseaba embarcarme lo antes posible.
Llegó el momento de casarme y como no estaba dispuesto a seguir la antigua tradición india de los matrimonios de conveniencia, antes de que me casaran me embarqué en un barco carguero. Y así estuve, viajando de un puerto a otro, hasta que un buen día me caí del caballo; aunque sería mejor decir que me caí del barco.
Fue en el año 92. El barco estaba en el único puerto de Jordania que da al Mar Rojo, en el golfo de Akaba. Y aquella tarde, tras un día duro de trabajo y de calor… ¡vi a unas chicas bailando sevillanas! Fue un flechazo. Como dicen por estas tierras, me quedé prendao de una chica de Jaén.
Nos vimos sólo tres días y nos llamamos durante meses, gastándonos el sueldo en teléfonos, hasta que ella decidió viajar a la India para conocer a mi familia. Estuvo un mes. Lo primero que se le ocurrió, al llegar a Bombay, fue pedirme aceite para hacer una ensaladilla y una paella a mi familia. Y después de haber recorrido medio mundo buscando una buena mujer, estuve a punto de recorrer media India hasta que encontré la botellita de aceite...
Decidí trasladarme a Jaén y pasar a otro mar, esta vez de olivos. Poco después nos casamos, por la Iglesia, en enero del 93.
Durante esos años, aunque no conocía a Dios, descubría su Providencia por todas partes, comenzando por mi mujer y mis hijos, que fueron llegando como tres bendiciones del Cielo. Los chicos crecían y crecían mientras yo iba cambiando por fuera (con sucesivos trabajos), y por dentro (replanteándome qué es eso que llamamos Dios).
Encuentro con el Opus Dei
Decidimos llevar a nuestros hijos a la guardería del colegio Guadalimar, que ha encomendado la formación espiritual al Opus Dei. No sabía nada de la Obra. El trato fue cordial, sincero y afectuoso y no me pidieron ningún “carnet” religioso. Al poco tiempo, me enteré que en el colegio Altocastillo buscaban un profesor de inglés, fui y me contrataron.
El colegio me gustó; la gente era simpática y acogedora, y había un señor particularmente afable: el capellán, D. Luis, con el que fui haciendo amistad.
Durante ese tiempo, como he dicho, creía en la existencia de una Providencia, de Alguien que había impulsado el barco de mi vida de un lugar a otro, sin que yo perdiera el timón de mi libertad. Y fui interesándome cada vez más por el catolicismo. Fui a un curso de retiro en el Rubín de Baeza, en una casa muy bonita cerca de la muralla por donde paseaba Antonio Machado en los años veinte.
Durante esos días de retiro yo escuchaba, callaba, pensaba… Como el poeta, contemplaba en silencio ese nuevo océano que se abría ante mí, y miraba sobre todo hacia dentro.
Descubrí la gracia de Dios, que intuía que estaba allí, en aquella capilla… Y comencé a leer Camino, que me descubrió unos mares interiores desconocidos. Hasta entonces no había leído ningún libro religioso, salvo la Biblia.
Vigilia Pascual de 1999
Cayó en mis manos una biografía de San Josemaría. Me impresionó su vida y el dolor de su infancia por el fallecimiento de sus tres hermanas. Al principio no entendía ese sufrimiento, esa fe… No comprendía el perdón, y menos el amor de un Dios que perdona. Pero fui navegando, dejándome impulsar por la gracia de Dios y Dios me concedió el don de la fe. En la Vigilia Pascual de 1999 me bautizó, en la Catedral, el Obispo de Jaén.
Mi mujer, que es muy buena cristiana, me dejó durante todo ese proceso espiritual en gran libertad. Una de mis hijas, Natalia, se bautizó conmigo.
Luego me hice cooperador del Opus Dei; y cuatro años después, durante una romería a la Virgen, comprendí que debía darme por entero a Dios. Y dije que sí, confiando en Dios, que como es un Buen Padre nunca te abandona.
Todo esto ha llenado mi vida de alegría, en medio de las dificultades. Y cada día, cuando comulgo, se lo digo al Señor: ¡Es verdad, Dios mío, nunca me abandonas!