“A los 13 años dejé de practicar mi fe. Dejé a Dios en el Cielo; no me atrevía a mirarlo mucho, porque así podía hacer lo que me daba la gana; pero como Dios es muy bueno, la tele cambió mi vida”. Sucedió días antes de la Semana Santa. Gabriela estaba sola en casa. Se sentó frente al televisor y al encenderlo se encontró con que empezaba la película La Pasión.
Dejé a Dios en el Cielo; no me atrevía a mirarlo mucho, porque así podía hacer lo que me daba la gana
Mientras veía la película, “el Señor cambió mi corazón y mi mente; me hizo entender lo que me quiere, lo que ha hecho por mí, y darme cuenta de cómo yo le estaba volviendo la cara desde los 13 años”, relata. Aquella Semana Santa decidió confesarse después de varias décadas y volver a ir a misa los domingos. “Viví mi primer Domingo de Ramos después de mucho tiempo, con el sentimiento de volver a casa y con una alegría tremenda”, recuerda.
Uno de los pilares de Gabriela fue su madre, supernumeraria del Opus Dei, “una mujer coherente, que me ha hecho ver las cosas a veces sin decir nada”, y que permaneció siempre cerca, también durante el tiempo que vivió lejos de la fe. “Me fui muy lejos y ella siempre ha tenido palabras de comprensión, de apoyo y de cariño. Nunca me ha juzgado. Siempre ha confiado en mí”, considera.
Me fui muy lejos y ella [mi madre] siempre ha tenido palabras de comprensión, de apoyo y de cariño. Nunca me ha juzgado
Originaria de Puerto Rico y aficionada a las telenovelas, fue precisamente su madre la que volvió a influir en el cambio de Gabriela, a través, de nuevo, de la televisión. “Vimos juntas una telenovela sobre el mundo musulmán, que reflejaba cómo los musulmanes rezan y tienen cinco momentos para orar y mirar a la Meca. Me preguntaba si los cristianos tendríamos también una jornada propia”, rememora.
La respuesta la encontró en una Biblia que le había regalado su madre. Al final del libro, con el título ‘La jornada del cristiano’, se enumeraban oraciones para diferentes momentos del día como el Ángelus, el Ofrecimiento de Obras o la bendición de la mesa, costumbres sencillas que sirvieron para que Gabriela hilvanara su jornada en clave cristiana.
El Señor me quería ya cuando yo era un desastre; nos quiere a todos hasta clavarse en la Cruz. Todos valemos toda su sangre
Después comenzó a leer el Evangelio y se enganchó a la vida de Jesucristo. “Solo quería encontrar ratitos para seguir leyendo; quería conocer al Señor y mi fe desde cero”. Y así, fue profundizando poco a poco en el sentido de la liturgia y de las enseñanzas de la Iglesia, hasta convencerse de que la fe es un gran regalo, del que habla con frecuencia a sus amigos y compañeros de trabajo.
“El Señor me quería ya cuando yo era un desastre; nos quiere a todos hasta clavarse en la Cruz. Todos valemos toda su sangre. La única diferencia es que yo ahora soy consciente de ese amor y lo puedo disfrutar, le puedo dar las gracias y puedo intentar corresponder. El camino no es fácil, pero vale la pena”, concluye.