CECAM: 10 años después, distinto e igual

Esta es la historia de Matilde y Mercedes, dos mujeres que descubrieron en el CECAM -un centro de educación y capacitación de la mujer ubicado en Derqui, Pcia. de Buenos Aires- el impulso para transformarse y transformar.

“Acá te enseñan a valorarte y cuando alguien te dice que vos sos importante, y te da las herramientas, te sostiene, empuja y apoya todo aquello que emprendés y soñás, podés llegar muy lejos”, contó Matilde Tapia, exalumna del Centro de Educación y Capacitación de la Mujer, mejor conocido como CECAM.

A pocas cuadras de la vieja ruta 8, en el corazón de Derqui, existe una casa con un equipo de personas que busca promover el desarrollo de las mujeres de la zona. Inspirada por el mensaje de san Josemaría, Ana Vago, junto con un grupo de amigas, había sido voluntaria en varios proyectos: visitó pacientes en hospitales, brindó apoyo escolar y clases de cocina en una iniciativa llamada “Pilar Solidario”, pero su inquietud por llegar a muchas personas, sobre todo en los barrios más carenciados de Derqui, la impulsó a buscar maneras más creativas de ayudar.

Era mayo del 2013, cuando este grupo de mujeres se animó a comenzar con una iniciativa en la que se brindan programas de educación y capacitación en oficios, como informática, cocina, costos, cuidado del paciente, estética, acompañados de un plan de crecimiento humano: así nació el CECAM. Buscan trabajar sobre virtudes, ayudando a que sus participantes crezcan, se conozcan y aprendan a valorarse. “Muchas de las que venimos al CECAM no terminamos el secundario, no hicimos estudios universitarios. Y antes de venir acá, me sentía desplazada: creíamos que éramos el famoso 'cero a la izquierda'; que pertenecemos a la sociedad, pero que no se nos valoraba”, describe Matilde.

Diez años más tarde, 800 mujeres ya se han beneficiado de las actividades. Y el efecto es multiplicador: las herramientas y posibilidades a las que acceden las jóvenes acrecientan su autoestima y su autoconfianza, acordes a su dignidad como mujeres, convirtiéndolas en agentes de cambio en su familia y en la sociedad.

Cada uno de los cursos va acompañado de un plan de formación humana que busca desarrollar virtudes y acrecentar el autoconocimiento. (Crédito de la foto: CECAM)

Los dos comienzos

“Empezamos a buscar terreno. No teníamos muy claro qué podríamos hacer: sabíamos que era importante la enseñanza de oficios y contribuir también en el desarrollo de habilidades, pero desconocíamos qué era exactamente y dónde sería”, cuenta Ana, con esa nostalgia propia de las fundadoras, y una energía que todavía vibra en el equipo de coordinación.

Después de largas averiguaciones, descubrieron una quinta que parecía el lugar ideal. Entusiasmo, vértigo, algunos arreglos en la casa, y estuvo todo a punto para empezar.

En el 2013 inaugural, aunque llegaron a contar con 30 inscriptas, terminaron sólo seis. Con desconcierto por esta gran deserción, el equipo de emprendedoras convocó a las que perseveraron para preguntarles qué había pasado, y ellas les develaron los errores. “Para nosotros fue un gran aprendizaje y recién ahí comenzó auténticamente el CECAM, allí fue el inicio de nuestro lema Seguir creciendo juntas: entender, en primer lugar, qué necesitaban, qué podíamos darles nosotras. Eso fue generando un camino de crecimiento compartido”, confiesa Ana.

Poco a poco fue madurando el programa de formación, que se apoya en tres grandes ejes: ayudar a las mujeres del barrio a ser agentes de cambio en lo personal, transformar su propio grupo familiar y, por último, generar un impacto en la comunidad. En palabras de Ana: “La mujer naturalmente transmite lo que aprende; lo que descubre, no se lo queda. Y si es algo bueno, lo comunica a sus hijos, a su marido, a su hermana, a sus amigas”. La clave del proceso es afianzar la fuerza de cada una: “Nosotras no transformamos -continúa Ana-. Colaboramos para que las mujeres se transformen, transformen así a sus familias y, luego, a la sociedad”.

En primera persona: MATILDE

Matilde conoció el CECAM gracias a una amiga y, como ella dice “siendo la traicionera del casting”. En ese momento comenzaba a dictarse un curso de capacitación para cuidado de niños y adultos, en domicilio o en estado de camas hospitalarias. Una amiga suya tenía interés en hacerlo. Aunque para Matilde no tenía atractivo, su amiga la animó a que se sumara: “Mis hijas ya venían al CECAM, pero yo nunca había llegado hasta acá”.

Matilde tiene 45 años, es madre de cinco hijos y desde hace seis años asiste a las actividades del CECAM (Crédito de la foto: Josefina Lanzi)

Aunque la primera charla no le gustó mucho, y pensó que no volvería, su amiga le insistió nuevamente: “Cuando fui a la segunda clase, regresé a mi casa con la mente abierta y el corazón en las manos, sabiendo que había encontrado realmente lo que quería hacer en mi vida”, rememora Matilde, emocionada y entre lágrimas. “Hemos sido mamás, esposas, pero cuando dejamos de ser esa madre de niños, porque nuestros hijos crecen, empezamos a sentir un vacío: ¿qué hago ahora?, ¿quién soy en este momento, si no soy mamá? En el CECAM aprendí que siempre voy a seguir siendo una mamá, pero desde un lado diferente. Acá crecí como mujer y dejé florecer la Matilde que llevaba dentro”, manifiesta con orgullo de graduada.

”Yo no compro ropa en otro lado: esto es made in CECAM”, asegura Matilde, mientras mostraba divertida las prendas que vestía. En la feria de ropa del CECAM, mejor conocida como “la boutique”, se venden a precios solidarios elementos del hogar y ropa, para ayudar a las familias a acceder a prendas, utensilios o incluso mobiliario. (Crédito de la foto: Josefina Lanzi)

Luego de varios años y de más de siete cursos realizados en el CECAM, Matilde consiguió un puesto de trabajo en una fundación que tiene como objetivo la derivación de pacientes (en su mayoría niños) a centros médicos donde puedan acceder a procedimientos quirúrgicos de alta complejidad. “Tenía muy claro que no tenía vocación de enfermera, pero sabía que algo quería regalar de dentro mío”, destaca Matilde. Se puso en contacto con la fundación con conciencia de algunas lagunas, pero con mucha fe: “En mi CV no tengo inglés y no contaba con mucho conocimiento de informática: había huecos importantes, pero tenía muchos cursos respaldados por el CECAM”. Dos días después la llamaron para darle la oportunidad de trabajar con ellos.

Matilde comenta las reflexiones de uno de sus hijos: “Mamá, cuando yo me vaya, no te vas a quedar sola: vos tenés el CECAM. Este es un grupo de amigas en el que encontrás la palabra para impulsarte y seguir adelante”. Y concluye con aire filosófico: “Qué importante descubrir el trabajo, ver qué es lo que uno tiene para sumar al mundo y descubrir cómo le da un sentido distinto a la vida”.

En primera persona: MECHA

Mercedes Ramona Ayala, con menos de 50 años, creía que su vida ya no tenía rumbo. Sus hijos habían crecido y se sentía “vieja”. Todos los días se levantaba temprano, cocinaba tortillas y salía a la ruta a venderlas. Cuando terminaba su jornada laboral, cerca de las 10 de la mañana, se sentaba con la mirada perdida en la vereda, esperando que alguno la llamara. “Dependía de mis chicos, estaba muy acostumbrada a ellos y cuando se casaron, me sentía vacía”, explica Mercedes.

Un día, paseando por su barrio en bicicleta, pasó cerca del CECAM. Observó que entraba y salía mucha gente y la curiosidad pudo más: se acercó y preguntó qué actividades se ofrecían. A los pocos días, comenzó un curso de informática y uno de costos.

Estos primeros cursos la impulsaron a buscar otras capacitaciones. En el CECAM se encendió una luz y tomó la confianza que necesitaba para emprender. “Si no fuera por el CECAM, todavía creería que no tengo la capacidad; me hizo tener confianza en mí”, contó Mercedes, que hoy distribuye productos en Derqui, con los estudios secundarios ya finalizados.

En el CECAM se ofrece la posibilidad de conversar con una tutora todas las semanas, que apoya e impulsa en las metas de crecimiento que cada una se va proponiendo. Las palabras de Mercedes reflejan la importancia de la escucha y el acompañamiento: “El CECAM es mi segunda casa, cuando uno necesita esa contención, ese apoyo, esa escucha, esa amiga; todo eso lo encuentro acá”.

Parafraseando a Calamaro, en su décimo aniversario, el CECAM es distinto e igual. La misma misión, historias siempre nuevas; idéntica ilusión, rostros y proyectos siempre actuales.