Elena Guevara tiene 81 años y es catequista desde hace 30. En plena madurez y con sus hijos ya crecidos, se encontró con una tarea inesperada y providencial.
“Créeme, ha sido una de las experiencias más bonitas que yo he tenido en la vida –asegura Elena– porque la mayor satisfacción es formar y recibir a un nuevo hijo de Dios en la Iglesia”.
Catequesis de adultos individuales
Elena nació en un hogar cristiano y cuando formó el suyo procuró inculcar la fe y los valores a sus hijos. Tuvo la oportunidad de conocer el Opus Dei y, a inicio de los años noventa, realizó un curso de intensa formación cristiana que le dio base para lo que Dios le pondría en el camino: formar a personas adultas que emprendían su camino de fe en la religión católica.
Cuando el párroco de la iglesia de La Natividad del Señor, en Caracas, se enteró, casualmente, de que una de sus feligreses estaba recibiendo una sólida formación cristiana no dudó en pedirle su apoyo para la catequesis de adultos.
“Te voy a ser franca –relata Elena–, al comienzo yo me asusté un poquito porque no es lo mismo que instruir a un niño. Tú sabes que para dar catequesis a adultos que se van a bautizar hay que empezar desde Creo en Dios Padre Todopoderoso hasta qué es la vida eterna”.
Las clases con adultos las imparte de manera individual para que se sientan libres de preguntar lo que quieran. “Para mí es esencial que no seas sólo tú la que habla –explica–, dejarle abierta una puerta para que él te pregunte sus dudas, lo que no entiende y hasta lo que no le parece bien”.
¿Por qué piden bautizarse cuando son adultos?
Pero ¿por qué después de adulto alguien decide bautizarse? “No se puede vivir sin Dios y llegan momentos en que necesitas buscar a un Ser Supremo: ‘Quiero tener a un Dios cercano, que yo conozca, que le pueda llegar, pedir, que me oiga’”, le comentan los catecúmenos a Elena.
Querer conocer al Dios Padre Creador es el mayor impulso que tienen estas personas para bautizarse. A estas alturas de la vida no son sus padres o sus abuelos los que los convencen de hacerlo. Su necesidad interior es el mayor estímulo.
Aunque a algunos les dé vergüenza recibir los sacramentos siendo mayores, se sobreponen a ello. Cuenta Elena el caso de un señor que se preparaba para recibir el bautismo: “Cuando le pregunté cómo quería que fuera su bautizo, él me dijo que en la iglesia de Coche porque el párroco era su amigo”. Dice Elena que fue algo muy lindo ver a un hombre de más de 30 años rodeado de niños, feliz con su vela, recibiendo el sacramento. “Uno empieza con respetos humanos, con el qué dirán y él –muy valiente– se bautizó en Coche con 22 muchachitos más”.
Aunque la experiencia ha sido muy gratificante, también los momentos difíciles han enseñado mucho a esta catequista. “Ha habido personas que se están preparando, pero luego dicen se echan para atrás. Se van cuando van descubriendo que hay responsabilidades como cristianos. Dicen: ‘yo no quiero, no voy a ir todos los domingos a misa, no voy a cumplir los diez mandamientos’. Pero yo prefiero eso, a que digan sí y después no cumplan”.
Desde el principio hay que ser muy sinceros con ellos, aclara Elena. “Yo rezo por ellos siempre, para que sean buenos cristianos y para que yo lo haga bien, porque me tocó a mí ser el cauce por el que entraran a la Iglesia católica”.
Una joven sordomuda, un hijo de madre judía y un niño de 10 años
Otro reto ha sido catequizar a una joven sordomuda. Fue un reto hermoso. Ella está convencida de que el Espíritu Santo le presta una ayuda adicional para casos especiales.
En otra ocasión preparó a un muchacho, hijo de madre judía y padre católico. El día de su bautizo, la mamá le pidió al sacerdote poder darle la bendición del rito judío a su hijo. El padre le contestó alegremente: “Claro que sí, así bendecía la Virgen María a su hijo Jesús, la judía más perfecta que ha habido”.
Su experiencia con niños ha sido menor, pero siempre ha aprendido de la ingenuidad de los pequeños. Recuerda especialmente una vivencia: “Él tenía 10 años y yo estaba muy emocionada el día de su bautizo. Cuando terminan de echarle el agua, él no levantaba la cabeza y el sacerdote se la levantó, vio que estaba llorando y cuando le preguntó qué le sucedía, dijo: ‘Es que me emocioné’. Más adelante me contó que él le estaba diciendo al Espíritu Santo: sé mi amigo, o, mejor, sé mi pana” (pana en Venezuela significa mejor amigo, o muy buenos amigos).
Ya han pasado 30 años y Elena asegura que ser catequista ha sido una de las experiencias más bellas que ha tenido en su vida. “Cada vez que alguno se bautiza, que hay un nuevo hijo de Dios en la Iglesia, le digo al Señor: ‘Aquí te lo entrego’”.
La labor de Elena ha tocado muchos corazones y ver tantas conversiones también ha tocado el suyo. Cada nuevo cristiano en la Iglesia le impulsa a continuar con este gran trabajo. Recuerda especialmente el 17 de mayo de 1992, día en que beatificaron a San Josemaría. Ella estaba en Caracas en el bautizo de una muchacha y decía: “Padre Josemaría, no estoy allá en Roma, pero te estoy dando el mejor regalo que vas a recibir hoy, el que te estamos dando aquí en esta parroquia”.