Nueva Revista (2002) Camino. Edición histórico crítica
Este año, en el que se conmemora el centenario del nacimiento de este autor, es también una buena ocasión para considerar, a los setenta años de su primera pre-edición, la génesis y estructura de este long seller de la literatura española que, en razón de sus muchas traducciones, lleva camino de serlo también de la universal. Antonio Fontán comenta la edición histórico-crítica del libro, recientemente publicada.
En diciembre de 1932 el Beato Josemaría, empleando uno de esos sistemas de multicopia de entonces, que hoy nos parecerían más que primitivos, imprimió un folleto o cuaderno de «Consejos o consideraciones espirituales», que sumaba 246 textos, y en el primero de los cuales se podían leer estas palabras: «Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. Deja poso-. Ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor», etc. Esos 246 textos de 1932, literalmente reproducidos, forman parte de los 999 del Camino de 1939, que es el que conocemos actualmente. Al pie de los ejemplares de ese folleto estaba escrito: «diciembre de 1932».
Una cuarta parte de Camino, pues, estaba ya en la calle y en manos de no pocas personas en esa fecha. En una de las notas de la edición histórico crítica, que aquí comentamos, el profesor Pedro Rodríguez transcribe algunos pasajes de una carta de Isidoro Zorzano a Josemaría Escrivá, fechada en Málaga el 19 de enero de 1933, en los que le da las gracias por el folleto y comenta el provecho espiritual y moral que obtiene al leerlo y meditar lo que en él se dice.
Al año siguiente, 1933, Escrivá edita, por un procedimiento similar, un segundo cuaderno con 87 textos y lo distribuye también en docenas de ejemplares. Sus destinatarios, igual que los del anterior, eran preferentemente universitarios -varones y mujeres-, profesionales más bien jóvenes, algunos sacerdotes y gente de variada condición, entre los que el autor ejercía su apostolado sacerdotal y su atrayente magisterio humano.
Juntando los dos cuadernos, los textos publicados sumaban ya 333, que no es un número que saliera así por casualidad, sino que, en la mente del autor, según observa Pedro Rodríguez, era una cifra que evocaba el misterio de la Santísima Trinidad, como años más tarde el 999 de los puntos de Camino.
En 1934 eran ya, más que docenas, unos centenares, las personas -en su mayoría jóvenes universitarios- que se agrupaban alrededor del fundador del Opus Dei, pertenecieran o no a esta Obra, o a los que alcanzaba su acción de orientación espiritual y de formación cristiana. Le habían oído en meditaciones, en charlas personales, en reuniones y círculos de estudio en la Academia DYA y en otros lugares, entre los que se encontraba la chocolatería El Sotanillo, junto a la Puerta de Alcalá de Madrid. Los cuadernos policopiados de los dos años anteriores no daban abasto, y los «chicos» querían y necesitaban que don Josemaría avanzara un paso más. Hacía falta un libro de lectura y meditación que habría de ser modesto, ya que los recursos eran cortísimos y las editoriales religiosas atendían a otro público, con sus libros de devoción y de lectura cristiana. Era conveniente además, en aquellos años treinta, que el texto que se pondría en manos de hombres y mujeres laicos, gente del mundo, que vivía y estudiaba o trabajaba en profesiones liberales, tuviera las entonces indispensables aprobaciones eclesiásticas, sin las cuales no dejarían de suscitarse suspicacias entre gente buena y más bien antigua.
Los 333 textos de los años 32 y 33 se habían visto incrementados con unos cien más.
Publicar un libro así es lo que Josemaría Escrivá hizo en julio de 1934 con sus Consideraciones espirituales, impresas en Cuenca en 500 ejemplares que llegaron a Madrid, a la Academia DYA, el martes tres de ese mes. El pequeño libro comprendía 435 -o 436, según se mire- textos, que son casi la mitad de los del definitivo Camino de 1939. Se puede decir que ésa fue la anteprimera, o previa, edición del libro, del que en los últimos sesenta años han circulado por el mundo millones de ejemplares en más de dos docenas de lenguas.
En 1966, su autor concedió una amplia entrevista al ilustre periodista francés, recientemente desaparecido, Jacques Guillemé-Brulon, que se publicó en el diario parisino Le Fígaro el 16 de mayo de ese año. Respondiendo a una incisiva pregunta de su interlocutor referida a Camino, Escrivá hizo unas manifestaciones del mayor interés respecto del libro, de su historia y de su finalidad: «Escribí -dice- en 1934 una buena parte de ese libro, resumiendo para todas las almas que trataba -del Opus Dei o no- mi experiencia sacerdotal». «No sospeché -añade- que treinta años después alcanzaría una difusión tan amplia -millones de ejemplares- en tantos idiomas».
A continuación el Beato Escrivá ofrecía una interpretación -que es la interpretación «auténtica», la del autor- de lo que es y quiso ser Camino. «No es -dice- un libro para los socios del Opus Dei solamente; es paro todos, aun para los no cristianos. No es un código del hombre de acción. Pretende ser un libro que lleva a tratar y amar a Dios y a servir a todos».
Por fin, en octubre de 1939, aparece en Valencia la primera edición de Camino, la edición príncipe que después sólo ha experimentado dos o tres pequeñas modificaciones (simples cambios o retoques de autor). El Camino de hoy, el que analiza y explica en sus fuentes, su historia y su contexto histórico, humano y cultural el profesor Pedro Rodríguez en esta monumental edición, es el Camino de Escrivá, el libro tal como él lo quiso ofrecer al mundo. Es el libro -suyo y de nadie más- con el que el autor, aunque no lo pretendiera, e incluso le desagradara reconocerlo, se ha ganado un lugar de honor en la historia literaria -y también teológica- de la espiritualidad cristiana.
El Camino de 1939
En una lectura cursiva y superficial, podría parecer a alguien que Camino es una colección de «máximas», apotegmas, aforismos, sentencias y experiencias o recomendaciones espirituales para gente cristiana, que con gran frecuencia -¡eso sí!- estarían brillantemente expresadas. Pero una lectura reflexiva y meditada, como la que hacía el ingeniero Zorzano en enero de 1933 con la primera serie de «consideraciones espirituales», permite descubrir algo que el autor quería ofrecer al que se acercara a su libro con «un mínimo de espíritu sobrenatural, de vida interior y de afán apostólico». En una palabra: lo que promete el título mismo, un camino. Para lo cual no es preciso ser del Opus Dei. Incluso, apoyado en la autoridad de Escrivá, habría que decir que Camino «es para todos, aun para los no cristianos». Así lo dijo él mismo a mi amigo el periodista francés, de quien los colegas que le conocimos guardamos tan buen recuerdo.
El profesor Pedro Rodríguez, teólogo y jurista, fue hace trece años ya el autor de la edición crítica del Catecismo Romano del concilio de Trento, que elaboró a partir de manuscritos hallados en los riquísimos fondos de la Biblioteca Vaticana, que hasta entonces no habían sido leídos ni estudiados por ninguno de los editores de esa obra fundamental para la historia de la doctrina católica en la Edad Moderna. Es, pues, persona experimentada en ambiciosos trabajos editoriales de escritos importantes, en el examen y comparación de fuentes y en el encuadramiento de los resultados de sus investigaciones en el seno de los contextos culturales e históricos en que se compusieron las obras.
Para este libro ha tenido la oportunidad de examinar manuscritos del Beato Josemaría Escrivá que son fuente de los textos de Camino, así como una abundante documentación relacionada con el autor que conserva el archivo general de la Prelatura del Opus Dei.
Una primera conclusión que se extrae de esta edición crítico-histórica es que no hay prácticamente ninguna novedad y no existe ningún problema en cuanto al texto literal del libro. El Camino que tenemos es el que quiso el autor, en el que no hay palabra, ni casi signo de puntuación que no haya sido puesto por él. Puede haber erratas en las ediciones en español, como ocurre en casi todos los impresos. Hay también algunas diferencias entre varias de las versiones en otras lenguas, particularmente cuando han sido obra de traductores distintos, o cuando éstos han tratado de verter al nuevo idioma expresiones muy castizas o populares en la lengua castellana de nuestros días o de siempre. Por ejemplo, cuando un religioso dice al visitante del monasterio, que comentaba la aspereza de la vida del cenobio, «tú lo quisiste fraile mostén, tú lo quisiste tú te lo ten». (Esta anécdota ocurrió realmente en el monasterio de Silos, cuando el famoso liturgista benedictino Germán Prado, amigo de Escrivá, acompañaba a éste y a unos amigos puertorriqueños en una visita al monasterio). O cuando se habla de la moneda de cinco duros, que pronto habrá que explicar también qué era a los futuros lectores españoles de la generación del euro, etc.
Son muy abundantes los textos de Camino que tienen como fuente, próxima o remota, apuntes personales del autor, que se escalonan entre 1930 y 1939. Estos documentos contienen noticias, relatos, plegarias y reflexiones, ecos de la propia vida espiritual del autor, que él anotaba bien como recordatorio para su meditación u oración personal, bien para informar a su confesor, bien para la predicación y su tarea de consejero o director de almas de las personas que acudían a él. También se advierte que algunos de esos escritos más íntimos recogen experiencias espirituales de Escrivá, en las que para la mirada de un cristiano con Fe se trasluce -o se ve- la acción paternal y personalizada de la providencia divina en forma de gracias especiales o manifestaciones extraordinarias, de esas que en ocasiones más bien contadas se dan en las vidas de los santos. (El reconocimiento de la santidad de Escrivá que el Papa Juan Pablo II, en nombre de la Iglesia y con la autoridad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Suya propia, ha anunciado que se proclamará el próximo 6 de octubre, permite a un lector de Camino y del inmenso volumen editado por Pedro Rodríguez expresarse en estos términos. Yo no me habría atrevido a emplearlos públicamente si no se hubiera dado ya esta información oficial).
Aunque en sus páginas se revele la vasta cultura teológica y literaria del autor -Sagrada Escritura, Padres, doctores, teólogos, literatura espiritual y también clásicos españoles-, Camino no es un libro sacado de otros libros o de la cabeza de alguien. Es un libro sacado de la vida espiritual y sacerdotal del autor, de la experiencia y de los frutos o resultados -de los éxitos y fracasos- de su acción apostólica, del trato con las personas y, en no pocos lugares o contextos, de la observación de las relaciones humanas y de la vida social contemporánea, y hasta de los fenómenos y de los pequeños hechos de la Naturaleza.
La arquitectura de Camino
Escrivá de joven quería ser arquitecto y siempre su cabeza y su acción, incluso cuando pudiera parecer volcánica, estuvieron racionalmente organizadas. Cuando decía que un cristiano debía actuar sobre la base de que no basta sumar dos con dos, sino que en las cosas espirituales hay que añadir un tercer sumando, «el más Dios», es que su Fe le decía que era así, y su experiencia personal en las cosas del apostolado se lo confirmaba. Pero en todo caso el estudio de Camino, que ha efectuado el autor de esta edición, prueba que el libro tiene una estructura bien definida. En su intencionalidad y en su realización, Camino es un libro sólidamente organizado.
Pedro Rodríguez distingue en él tres partes o secciones que, a su juicio, están netamente diferenciadas, dentro de la unidad del libro. A lo largo de ellas, el que lee o medita el libro es llevado por el autor, como de la mano, ascendiendo por un plano inclinado hasta la meta de la perseverancia en el camino que le conduce a Dios.
La primera de las tres partes de Camino, según el análisis de Pedro Rodríguez, sería la de «los comienzos o del seguir a Cristo», desde la primera decisión -la del famoso punto primero-, hasta una recia vida de piedad, fuerte y tiernamente mariana. Comprende 516 los 999 textos del libro, o sea, algo más de la mitad.
La segunda parte que señala el editor abarcaría 237 textos: desde el capítulo dedicado a la Iglesia hasta el de las «Postrimerías». Sería un «caminar en la Iglesia hacia la santidad», expresión esta última muy querida de Escrivá, que tituló con esas tres palabras finales una de sus más celebradas homilías. Comprende la afirmación y adhesión a la Iglesia, a su credo y a su servicio, pasando por los sacramentos y las devociones, hasta las virtudes, cuya práctica, con constancia y fortaleza, conduce en paz y con esperanza al cumplimiento de esos últimos misterios a los que se suele llamar «novísimos» o «postrimerías».
La tercera parte, en fin, llegaría hasta la culminación del camino: la voluntad de Dios, la filiación de los niños con su padre Dios, la vocación, el apostolado, la perseverancia.
Examinando la distribución que propone Pedro Rodríguez del contenido del libro, a mí me venía a la cabeza algo que se lee en el punto 382. Son las palabras que el autor escribió en la primera página de un ejemplar de la Historia de la Pasión del jesuita P. Luis de la Palma, cuando se lo regaló al entonces joven estudiante de Arquitectura Ricardo Fernández Vallespín, el 29 de mayo de 1933. El Beato Josemaría, a modo de dedicatoria o de mensaje, puso estas tres escuetas y rítmicas frases: «Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo». A uno le parece que podrían servir de título o lema a cada una las tres partes que distingue en Camino el profesor Pedro Rodríguez.
El estilo de Camino
La andadura general del estilo de Camino es dialéctica o dialógica. En la mayor parte de los textos hay un autor que habla y un lector que es interpelado. Nos dice Rodríguez que, en no pocas ocasiones, en los apuntes de Escrivá que han dado origen a puntos de Camino, era él el que se dirigía a sí mismo la interpelación, con su espíritu desnudamente puesto en la presencia de Dios. Es decir, contemplando los hechos, los sucesos, los problemas, los propósitos, tal como dejándose guiar por la Fe un hombre o una mujer los vería desde la perspectiva trascendental de la divinidad o de la Persona histórica y gloriosamente resucitada de Cristo. En el libro, que es un libro «vivido», Escrivá invita a sus lectores, habiéndoles en un contexto alentador y transido de esperanza, a levantar su mirada y su acción a esos amplios horizontes en que la piedad se hace vida, la convivencia caridad y el trabajo servicio a Dios y a los demás. Como a las personas de mi generación nos enseñaron a decir a alguien que acabábamos de conocer, «para servir a Dios y a usted».
Los textos de Camino están habitualmente muy terminados, pero sin rebuscamiento. El secreto de esa escritura estriba en que los textos están muy pensados y el autor es alguien plenamente convencido de lo que dice. Antes de escribir muchas de esas frases, él de ordinario las había visto encarnadas en la experiencia de quien sólo aspiraba a cumplir la voluntad de Dios y en el contexto de su personal vocación. La liturgia oficial ha definido esa vocación del Beato Josemaría diciendo que Dios le hizo «pregonero en la Iglesia de la vocación universal -de los humanos- a la santidad y el apostolado», como se lee en la oración principal de la Misa de su fiesta.
A su cultura teológica, jurídica, literaria y espiritual, Escrivá unía, como subraya repetida y oportunamente el profesor Pedro Rodríguez, unas excepcionales cualidades naturales de lo que hoy se llama «un comunicador». Era elocuente sin petulancia, brillante sin pedantería, claro sin familiaridades, sencillo sin vulgaridades. De él se ha dicho con razón que era uno de los pocos oradores o conversadores cuyas palabras, pronunciadas o dichas espontáneamente, podían ponerse por escrito tal cual las dijo, sin necesidad de corregir el estilo. Por todo eso resultaba un escritor excelente y eficaz.
La prosa de Camino, que no sólo es el más famoso sino quizá también, junto con Santo Rosario, el más bellamente escrito de los libros del autor, posee una estructura dramática. Habitualmente, como se ha dicho, en sus textos hay un yo -el autor- que llama, alienta, instruye, reprende, invita, y un tú -el que lee-, que atienda o no esa voz, preñada de sentido espiritual, no puede hacer oídos sordos.
Pedro Rodríguez insiste en la frecuencia de las «paradojas» de Camino y no le falta razón. Pero son una manifestación de las paradojas esenciales del cristianismo, para el que la muerte es vida, la guerra paz, lo pequeño grande, etc. Como se dice en Camino (229) con «Jesús, ¡qué placentero es el dolor y qué luminosa la oscuridad!».
Recurso de buen escritor es el adecuado empleo de las figuras del lenguaje. Las paradojas no son figuras del lenguaje, sino más bien, como decían los retóricos antiguos, figuras de pensamiento. Frecuentemente se expresan en palabras por medio de esa figura de lenguaje tan usada en la dialéctica, que es la antítesis. En Camino las hay a cada paso.
El aire general de la escritura de Camino se caracteriza por un ritmo que es a la vez léxico y semántico: pan y palabra; hostia y oración; los hijos ante sus padres; los de los Reyes ante el Rey; tú ante Dios; intransigencia e intemperancia; «victorias o derrotas… derrotado el vencedor». (Pedro Rodríguez lo anota con frecuencia). Y todo ello por sus pasos desde la intención a la ejecución: «Jesús en las intenciones, nuestro fin; en los afectos, nuestro Amor»; «en las palabras nuestro asunto; en las acciones nuestro modelo», etc.
Otras fuentes de Camino
De las literarias, la principal, como se podía suponer, es la Sagrada Escritura, en particular los Evangelios, unas veces con el texto de la Vulgata y otras, como ha comprobado el editor, con el de la traducción de Petisco y Torres Amat, si bien en ocasiones la cita es de memoria, como en los versos de los salmos que aparecen en distintos lugares, aquí y allá, en el curso de la obra. El editor ha confrontado una a una todas esas citas y alusiones. Hay textos de los Evangelios o alusiones directas a pasajes de ellos en ciento treinta ocasiones. Siempre del modo peculiar con que Escrivá solía presentar las palabras y escenas de la historia de Jesús a sus oyentes o lectores.
Álvaro del Portillo, en el prólogo del libro de homilías Es Cristo que pasa, afirma dos cosas que los análisis del profesor Rodríguez demuestran que son válidas también para Camino. Una es la familiaridad con Jesús y los personajes evangélicos (los Doce, las mujeres, los hermanos de Betania, los de Emaús, etc.), que es algo vivo en que el lector es invitado a participar, como lo hacía el autor. Otra es que Escrivá de ordinario establece una conexión inmediata entre la doctrina del Evangelio y la vida del cristiano corriente.
Unos treinta puntos de Camino se abren con una breve frase evangélica -en más de la mitad de los casos palabras de Jesús- con la que el Autor interpela al lector pidiendo una reflexión o una respuesta. El esquema dialógico de los textos tiene dos interpelantes, la voz de la Escritura, que suele ser la de Jesucristo; y la del autor, que llaman y esperan contestación en forma de oración o de hechos.
El diálogo que en todo el libro reconocía el editor se torna más activo y casi diríamos (con lenguaje de hoy) interactivo. Escrivá ha conseguido con ello que los textos de su libro se conviertan en lecciones para enseñar a orar a los cristianos. «Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué? De Él, de ti… conocerle y conocerte: ¡tratarse!», se lee en el párrafo 91 del libro. Ese texto es de finales de 1938 o principios del 39, según el editor y muestra que «para Escrivá la «vida interior», la oración de un cristiano no es huida del mundo, sino atención a la realidad cotidiana en diálogo con el Señor».
Otras veces las parábolas o las escenas del Evangelio son el cuadro general del que emerge naturalmente una enseñanza práctica, como en los puntos 981 y 982 que recogen la fortaleza y la fidelidad de las mujeres que seguían a Jesús, y que como dice Pedro Rodríguez han sido en alguna ocasión recordados por el papa Juan Pablo II citando a Escrivá.
Camino se nutre de otras fuentes literarias, además de la Escritura. Pedro Rodríguez ha encontrado relativamente numerosos paralelos con los Padres antiguos, quizá el que más San Agustín, en cuyas Confesiones piensa uno al leer ciertos pasajes de Camino. Pero también Jerónimo, Bernardo, Gregorio -que excepcionalmente es citado en el texto- y otros. En no pocos de estos casos el profesor Rodríguez ha determinado qué edición leyó Escrivá, y si fue en el Breviario o en un libro y si lo leyó en español o en latín.
Es llamativa la oculta inspiración que algunos textos de Camino reciben del Diálogode santa Catalina de Siena, quizá el autor medieval que más veces ha de mencionar Pedro Rodríguez, y una de las declaradas devociones personales de Escrivá.
Entre los espirituales españoles del Siglo de Oro, la palma se la lleva santa Teresa, seguida de san Juan de la Cruz, y otros menos conocidos del gran público, como el jesuita Alonso Rodríguez, o el franciscano del Tercer abecedario espiritual, Francisco de Osuna, y Alonso de Madrid. De entre los clásicos españoles «profanos», el profesor Rodríguez cita como escritores que se dejan ver por el trasfondo de Camino, principalmente a Cervantes y Calderón de la Barca. También, aunque menos, a Lope de Vega y Quevedo.
De autores de los dos últimos siglos el editor ha encontrado en Camino y en sus fuentes abundantes ecos de santa Teresa de Lisieux y de la española Francisca Javiera del Valle, la autora del Decenario del Espíritu Santo. Escritores de espiritualidad de esa época que Escrivá debió conocer e incluso leer con atención, según deduce Pedro Rodríguez, fueron Chautard, Raúl Plus, Columba-Marmion y el biógrafo del jesuita irlandés P. Doyle, entre otros más numerosos.
La gente, los trabajos, la naturaleza
Escrivá, afirma el editor, era un gran observador, atento a las realidades más tangibles de la vida humana, de los trabajos y los días y de la Naturaleza. Casi treinta años después de publicado Camino, en su homilía Amar al mundo apasionadamente, Escrivá recordaba que él «solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual». Que no fueran «a llevar una doble vida, la de relación con Dios …y la familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas. A ese Dios invisible lo encontramos en las cosas más visibles y materiales».
El autor de Camino enseñaba a encontrarlo en las cosas normales de la vida que a él, al mirarlas, le llevaban a Dios o a ver en imágenes reales la dimensión sobrenatural de las realidades terrenas. Son las historias del borrico de noria; de pescadores y anzuelos; de tornillos y máquinas; del niño y los brazos o los bolsillos de su padre; de barcas y redes; de la aguja con hilo o sin hilo; de los granos de trigo que mueren y germinan; de las hojas muertas que caen; de los muelles comprimidos; del tamaño de las simientes; de la piedra en el lago; del paisaje de montañas unas tras otras; de la contabilidad de los negocios, etc…
Unas docenas de estos ejemplos gráficos tan expresivos en el contexto en que los sitúa Escrivá estaban ya en los dos primeros fascículos de 1932 y 1933, y en varios casos, a modo de ilustración, le habían servido al Beato Josemaría para explicitar su oración o sus propósito. Lo que eso demuestra es que la unidad de vida, que Escrivá quiere pregonar a todo el mundo, era un objetivo perseguido por él desde el principio de su acción sacerdotal.
El Camino de Pedro Rodríguez está escrito con elegante y sobria llaneza informativa. Es una lectura recomendable para las personas que quieran conocer por dentro el proceso de gestación y culminación del bestseller espiritual del siglo XX. Pero es de «consulta» obligatoria para los hombres y mujeres que se propongan hablar de Escrivá, de su espíritu y de su acción en el mundo donde él, como dice la liturgia oficial de la Iglesia, fue el pregonero de una vocación a la que están llamados los cristianos.
El Camino que se lee en la presente edición es un Camino explicado, que no deja de ser el de siempre, pero que al mismo tiempo resulta novedoso. Es un libro que atiende a situaciones humanas tan variadas como la vida misma. Pero no es un libro que dispersa. Es un libro «vivido », sacado de la vida, y dirigido a descubrir un sentido cristiano de la vida humana, de los sucesos y de las cosas. Es un libro para leer en diálogo con ese Dios que se ve palpitar en cada frase, y con el propio autor. El Prelado que prologó con unas pocas líneas la edición príncipe, no sé yo si con plena conciencia del alcance de su frase o creyéndola ambigua, escribió: «Detrás de cada sentencia hay un santo que ve tu intención y aguarda tus decisiones».
El tiempo ha dado la razón a don Javier Lauzurica.