Algo está naciendo en Ucrania

Aliona es pedagoga, está casada con Vadim y tiene dos hijos. Viven en Kiev (Ucrania). Describen con entusiasmo cómo han conocido el Opus Dei y la responsabilidad que sienten para darlo a conocer en su país.

Aliona, la autora del artículo, jugando con niños en su colegio.

Fiarse de Dios... ¡menuda maravilla!

Empiezo por el principio. Me llamo Aliona y tengo cuarenta años. Vivo con mi familia en Kiev, la capital de Ucrania. Y… ¡soy feliz! ¿Hay mucha gente que pueda afirmar una cosa así? Me gustaría que cada persona se sintiera como yo, ¡feliz!

Aliona, la autora del artículo, jugando con niños en su colegio.

Hace diez años mi marido conoció casualmente en Misa a una persona de la Obra: se hicieron muy amigos. Gracias a lo que Vadim –así se llama mi marido- iba aprendiendo de su amigo, empezamos en casa a hacer oración, a vivir sabiendo que Dios está siempre cerca, que nos quiere para algo grande.

Mi marido empezó a ir a Moscú a encontrarse con la gente de la Obra. Y así ocurrió que empezaron a venir de vez en cuando desde Moscú otros amigos de mi marido, también de la Obra. Yo veía asombrada cómo le enseñaban a tener devoción a la Virgen; a modelar su carácter, a crecer en las virtudes.

Viendo cómo cambiaba mi marido, yo también quería esa ayuda. Buscaba un guía espiritual. Al mes siguiente vino a Kiev un sacerdote del Opus Dei. Quedamos en que yo encontraría un sitio adecuado para los retiros espirituales y que traería a mis amigas.

Pronto me enamoré del espíritu del Opus Dei, sobre todo después de un viaje a Moscú, al centro Yantar, donde hice un curso de retiro. Encontré allí muchísimo cariño. Me dedicaban la atención que necesitaba: aunque había otras asistentes, tenía la sensación de que aquello se había organizado sólo para mí. Me llegó al corazón. Me daban su tiempo y todo lo que hacían se veía que lo hacían por mí.

Vadim juega con los niños. Es el marido de Aliona. Conoció a una persona del Opus Dei en una misa en Kiev.

¿No podría ser yo también así? Me preguntaba a mí misma. En las obras de San Josemaría empecé a encontrar respuesta a todas estas preguntas. Así pasó el tiempo (porque Dios tiene sus tiempos). Él me fue preparando poco a poco, como a una niña.

Soy pedagoga y por aquel tiempo trabajaba como profesora. Me apasiona mi profesión. Aprovechando la experiencia, junto con mi marido decidimos abrir nuestro propio Centro infantil. Empezó a funcionar el 15 de agosto de 2010. Y ahora soñamos con los futuros colegios, para chicos y para chicas, con oratorio -para tener con nosotros al Santísimo-, atendidos por sacerdotes de la Obra… Estamos rezando para encontrar un lugar adecuado. El año pasado teníamos setenta niños: y detrás de cada uno, su familia: esto implica amistad, fuerza, emociones, vida!

Si la gente te ve poner el corazón en lo que haces, te abren su propio corazón. Así empezaron a preguntar sobre el porqué de nuestra alegría. Y entonces nosotros les hablamos de Dios. Y, como Dios es muy bueno, ya son cuatro los niños que se han bautizado y varias las familias que se han convertido.

En Ucrania no hay, por ahora, labor apostólica del Opus Dei de modo estable.

También encontró a Dios Natasha, madre de dos hijos, que en septiembre empieza la catequesis en la catedral de San Alejandro, en Kiev (ella me ha ayudado en la redacción de este artículo). Son varias las madres que vienen conmigo al retiro mensual: lo organizamos nosotras.

Vadim ha empezado a dar seminarios para los padres, hablando de virtudes. Y cada año celebramos la Navidad. San Nicolás y los Reyes Magos nos ayudan a hablar de Jesús. Es maravilloso comprobar cómo el amor puede unir a católicos, ortodoxos, musulmanes y judíos: entre nuestros niños los hay de todas estas confesiones.

Natasha está recibiendo catequesis.

Quiero decir algo más, aunque se trate de una verdad sabida: ¡Dios es muy fiel! A nosotros nunca nos ha dejado de su mano: nunca nos ha faltado su ayuda, su luz. Por eso notamos con claridad, que todo esto es de Él, que es su obra. Fue muy difícil el primer verano, cuando las familias de los niños se marcharon de vacaciones. Casi no había trabajo y el pago del alquiler no esperaba. Vadim y yo rezábamos con fe. Confiábamos en Dios.

De pronto se presentó Tatiana, que había traído hasta el mes de mayo a su hijo a nuestras escuelita y, por casualidad, había tenido que quedarse tres días en Kiev. Nos saludamos, nos abrazamos. Y nos contó: recé al Espíritu Santo y tomé la decisión de ayudaros. Pensé que este primer verano sería duro para vosotros. Nos dio un sobre: contenía la suma que necesitábamos.

Yo pensaba que estas cosas le pasaban sólo a la gente muy santa: había leído algo parecido en la biografía de San Josemaría. Hay que decir que aquí tenemos mucha devoción y cariño a San Josemaría: está siempre presente entre nosotros. Pero la verdad es que esas cosas también le ocurren a gente como nosotros: desde aquél momento notamos cómo la ayuda de Dios nunca nos falta.

Este año, los niños volvieron a Kiev más tarde que nunca. A finales de agosto, teníamos tres o cuatro niños. Yo no perdía la paz: ¡sé que Dios es fiel! Y antes del 10 de septiembre estábamos a tope. Doy continuas gracias a Dios por lo que hace en mi vida, en nuestra vida.

Una de las amigas de Aliona.

Con nosotros trabajan nuestras hijas, dando clases de inglés y de música. Los padres nos piden poner en marcha los colegios: queda mucho trabajo, hay muchos planes, sueños... Ahora sabemos que, trabajando cara a Dios, con Dios, por Dios, ¡podemos!