«Zaragoza, 8 de diciembre, 1983».

“La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer”, escrito por Luis Ignacio Seco.

Amigo Eduardo Ortiz: le llamo amigo aunque no nos conocemos. No soy del Opus Dei, ni sé lo que es. No tengo fe, aunque dice el cura que tengo la esperanza de tenerla. No tengo caridad y me gustaría haberla tenido.

Le escribo diciendo que no nos conocemos porque sólo nos hemos visto una vez, hace casi 20 años; soy uno de los 500.000 enfermos que usted dice que ha visitado.

Me llamo Antonio Fernández, era funcionario de una ciudad pequeña. Ahora no soy nada, un jubilado por el cáncer que, como usted, espera la muerte: en mi caso, con miedo.

Entre los dos hay grandes diferencias: usted es «religioso y apolítico», yo «político y arreligioso»; usted habla de la muerte sin tristeza, yo, con miedo; usted dice que ha intentado pasar por la vida haciendo el bien que ha podido, yo he intentado pasar por la vida olvidando que se puede hacer el bien; usted cree en el cielo, a mí, ahora, me gustaría creer. Antes consideré que no era cuestión mía.

¿Por qué le escribo esta carta? Una hermana mía, monja que vive en Pamplona, me mandó el Diario y pude leer su «mensaje a los que se mueren». Después de leerlo, pensando en su cáncer y en el mío (en esto nos parecemos) me entró un deseo grande de ir también a un cielo, en el que no creo.

Me he confesado. Hacía unos veinte años que no lo hacía. La última vez, después de la visita al Doctor Eduardo Ortíz. Entre las medicinas que me recetó estaba el que me confesara. Como enfermo y miedoso lo hice; pero me puse bueno y me olvidé de todo.

Hace una semana, después de darle vueltas a su mensaje, llamé al cura. Me ha dicho que estoy perdonado. Yo le he dicho que me arrepiento para siempre (posiblemente porque no volveré a estar bueno). ¿Oué me pasa que ya no puedo escribir a mano y muy mal a máquina? También le he dicho que no tengo fe, ni creo en el cielo. Y el cura me dice que tenga paciencia y que rece a un sacerdote que está en el cielo, y que fue muy amigo del doctor Eduardo Ortíz.

Usted tiene 73 años, yo 37. La edad no importa: a los dos nos queda muy poco para ir al otro mundo: a usted se lo han dicho «con claridad y caridad», a mí de «modo confuso y sin caridad».

Le escribo esta carta porque me parece que con ella hago el «primer bien de mi vida a un amigo». Si yo recibiese de un enfermo esta carta me alegraría al saber que realmente a alguien «he hecho bien»... seguramente porque no soy como usted: soy vanidoso.

Doctor, si el cielo existe y usted va al cielo no deje que yo no vaya aunque, aún entonces, no crea.

Gracias, doctor, por su mensaje. Antonio Fernández.»