El trabajo en las primeras residencias

Texto de Mons. Álvaro del Portillo sobre Tía Carmen en la entrevista al sucesor de San Josemaría publicada en Rialp

¿Cómo se decidió el Fundador a pedir a su madre y a su hermana que colaborasen para lograr el buen funcionamiento de los primeros Centros de la Obra?

Recuerdo muy bien que un día, a finales de 1938, cuando nuestro Fundador estaba en el hotel Sabadell de Burgos, me propuso como otras veces que le acompañara a dar un paseo por la orilla del río Arlanzón; mientras caminábamos, me hizo una pregunta que muestra el heroico y absoluto desprendimiento con que servía a Dios. Me preguntó si me parecía oportuno pedir a su madre y a su hermana que se ocuparan de la administración doméstica de nuestros Centros; es decir, de atender al orden de la casa, la limpieza, la cocina, y cosas similares.

Se trataba de una colaboración insustituible para nuestra familia sobrenatural, y por eso le respondí que me parecía una idea estupenda. Fue una respuesta inconsciente, porque no pensé que significaba impedir a su madre, a su hermana y al hermano pequeño de nuestro Fundador, que tuvieran una casa propia: deberían vivir en un rincón de una residencia para estudiantes y, además, tratando de pasar inadvertidos. Nuestro Fundador, después de haberlo meditado detenidamente en la presencia de Dios, pidió a doña Dolores y a Carmen que, a pesar de todo, prestasen este servicio al Señor.

La disponibilidad de la madre y la hermana de nuestro Fundador fue de una eficacia incalculable para el Opus Dei. Carmen afrontó siempre con un profundo sentido de responsabilidad el deber que había hecho propio libremente. Le tocó dirigir la administración doméstica de muchos Centros de la Obra y soportar las incomodidades y contratiempos de los comienzos; cuando las cosas empezaban a funcionar bien, Carmen se quitaba de en medio. Jamás perdió la calma ni se dejó arrastrar por la agitación, el aturdimiento o la angustia: no se enfadaba nunca; es más, parecía siempre serena, con una paz interior y una confianza en Dios que multiplicaban su eficacia. Recuerdo, por ejemplo, cuando comenzó a ocuparse de la administración de las dos primeras casas de retiro del Opus Dei: La Pililla, en Ávila, y Molinoviejo, cerca de Segovia. En ambas, al principio no teníamos ni siquiera luz eléctrica. Carmen, como siempre, no puso ninguna dificultad para dirigir estos trabajos hasta disponer de las condiciones previstas para que se pudieran ocupar directamente las mujeres de la Obra.

Hay que tener en cuenta que Carmen no perteneció nunca a la Obra: no tenía vocación y, sin embargo, siempre que el Fundador pidió a su hermana que ayudara a la Obra, ella respondió con generosidad.

El 2 de abril de 1948 el Padre, que ya llevaba algún tiempo viviendo en Roma, fue a Madrid, y pocos días después, el 15, también Carmen se trasladó a la Ciudad Eterna. Su hermano le había pedido que echara una mano a las empleadas del hogar que desarrollaban el servicio doméstico y a quienes lo dirigían. Ella aceptó con alegría, como siempre que se trataba de sacrificarse por la Obra.

Después Carmen regresó a España y, a comienzos de los años cincuenta, alquiló con su hermano Santiago un apartamento en la calle Zurbano de Madrid. Al fin, después de tantos años, tenía casa propia y podía llevar una vida independiente, y según sus gustos. Pero el descanso duró pocos meses. Antes de que hubiera terminado la decoración de la casa, nuestro Fundador le preguntó si podía dirigir la administración doméstica de una finca que se había comprado en Salto di Fondi, cerca de Terracina. Carmen aceptó inmediatamente, y volvió a Roma en julio de 1952.

Se quedó en Salto di Fondi hasta el verano de 1953: el tiempo necesario para que se terminasen los trabajos de reforma de la casa y las mujeres de la Obra pudieran ir a vivir allí. En lugar de regresar a España, Carmen se estableció en Roma con Santiago en un chalet situado en Via degli Scipioni. Allí pasó los últimos cuatro años de su vida. Tomó esta decisión por el deseo de estar más disponible, más pronta a hacer lo que el Señor le pidiese a través de su hermano. En las peticiones de nuestro Fundador, ella veía realmente la Voluntad de Dios.

Dicho sea de paso, a Carmen no le faltaron ocasiones de formar su propia familia. Es más, podría haberse casado muy bien; de hecho, tenía un pretendiente, un hombre con un título nobiliario que le había pedido la mano formalmente. El Padre me contó la conversación que tuvo entonces con su hermana. Carmen dijo: "Josemaría, por ahora no siento nada por él; pero si le trato llegaré a quererle. Prefiero quedarme contigo y ayudarte todo lo que pueda".

En efecto, nuestro Fundador tuvo en su hermana una ayuda extraordinaria, sobre todo para la formación en tareas domésticas de algunas entre las primeras vocaciones de mujeres del Opus Dei. Su ayuda consistió en cumplir lo que su hermano le pedía de vez en cuando, pero sin entrometerse nunca en las cuestiones fundacionales, porque comprendía que era una misión confiada por el Señor exclusivamente al Fundador.

Si la abnegación de doña Dolores duró hasta dos años después de la guerra civil española, Carmen se prodigó durante casi veinte años, yendo de una parte a otra, donde se hacía necesaria su presencia.