Vocación: Dios me quiere feliz

El itinerario por el que se llega a conocer cuál es, en concreto, el contenido, implicaciones y consecuencias de la propia vocación es siempre algo íntimo y, aunque se perciba con gran claridad, es en cierto modo inefable, porque inefables son siempre los caminos de Dios.

A la gente joven el Opus Dei ofrece algunos medios de formación cristiana y otras actividades: círculos, retiros, meditaciones, catequesis y visitas a pobres y necesitados, dirección espiritual personal, convivencias…


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🎥 Vídeo en el que 12 jóvenes del Opus Dei comparten sus historias vocacionales, desde el proceso de discernimiento hasta sus dudas, vacilaciones, sueños y proyectos actuales.


Todos esos medios pretenden facilitar que los participantes adquieran una sólida formación cristiana que se haga vida en sus ocupaciones habituales y en los ambientes que frecuentan: clases, horas de estudio o trabajo, aficiones culturales o deportivas, relaciones familiares y con los amigos, etc.

Esto no significa que la Obra de San Rafael, la que se dirige a la juventud, consista simplemente en organizar actividades de voluntariado, en enseñar unas nociones doctrinales o animar a determinadas prácticas de piedad, sino que todo se orienta a que los jóvenes logren un trato personal con Jesucristo; es decir, tanto en los momentos más específicamente dedicados a rezar, como a largo del día. De ahí que, dirigiéndose a quienes se ocupan de impartir esa formación, san Josemaría resumía con claridad: “si no hacéis de los chicos almas de oración, habéis perdido el tiempo”[1].

La cuestión fundamental: ¿quién soy yo para Jesús?

Por alma de oración se entiende aquella persona que busca un trato personal con Jesús, es decir, que no se esconde en el anonimato de una relación estereotipada, sino que busca una relación sincera y directa, sin miedo, en la frecuencia de sacramentos y en la oración; algo que necesariamente tiene consecuencias en su trabajo, sus amigos, su familia… y en sus sueños de cambiar el mundo y ayudar a muchos a ser muy felices.

La experiencia demuestra que ese modo de tratar con Jesucristo lleva a plantearse una cuestión fundamental que el propio Señor formula en el Evangelio a quienes le siguen: vosotros ¿quién decís que soy yo? o, en términos más directos, ¿quién soy yo para ti?

En ese clima de cultivo de la vida cristiana en general y de la oración en particular, surge también la pregunta sobre el papel que Dios nos tiene reservado a cada uno, nuestra vocación. Ahora la cuestión que se plantea es ¿quién soy yo para Jesús?

Se trata de dos preguntas estrechamente relacionadas, de manera que la primera conduce naturalmente hacia la segunda. En la medida en que se avanza en una auténtica vida cristiana, en una vida de oración sincera y con apertura de corazón, se llega a descubrir la identidad de Jesucristo, no ya en términos más o menos generales, lo que otros dicen de Él, sino lo que digo yo. Y advertir que Jesús llena de sentido mi vida y lo es todo para mí, conduce a plantearse quién soy yo para Jesús, qué sentido tiene mi vida para Él y, por tanto, cuál es la misión que me tiene reservada en este mundo.

“Ven, sígueme”: un camino vocacional abierto y sincero

Se trata de un camino vocacional que, en ocasiones, comienza con un suceso que despierta una cierta inquietud interior, un anhelo de descubrir el diseño que Dios me tiene reservado. Este fue el caso de san Josemaría cuando vio unas huellas de pies descalzos en la nieve[2], o el papa Francisco cuando se sintió impulsado a confesarse un día en la fiesta de San Mateo[3]. Otras veces no hay un suceso especial, sino una suma de pequeñas luces, un proceso de oración y discernimiento que lleva a tomar una decisión. San Josemaría encomendaba la labor con jóvenes a la intercesión de San Rafael (que condujo a Tobías hijo a encontrar esposa) y a San Juan, que fue el más joven de los apóstoles.

El itinerario por el que se llega a conocer cuál es, en concreto, el contenido, implicaciones y consecuencias de la propia vocación es siempre algo íntimo y, aunque se perciba con gran claridad, es en cierto modo inefable, porque inefables son siempre los caminos de Dios. Puede requerir un tiempo más o menos largo, pero en todo caso, si se sigue con sinceridad y apertura de corazón se alcanza finalmente la convicción de que Cristo, de una u otra manera, nos está repitiendo lo mismo que a tantos otros a lo largo de los siglos: “ven, sígueme”.

Con alguna frecuencia, esa llamada se percibe como orientada a formar parte de una institución de la Iglesia. Como los chicos que participan en la obra de San Rafael se han formado de acuerdo con el espíritu del Opus Dei, es habitual que haya quienes vean aquí el ámbito de la propia vocación, tanto en el matrimonio como en el celibato. También sucede en ocasiones que advierten que su vocación se dirige al sacerdocio o a la vida consagrada en alguna orden o congregación religiosa.

En definitiva, en la medida en que la Obra de San Rafael lleva a reconocer y tratar a Cristo vivo, conduce también a reconocer la propia identidad porque la vocación, en expresión de San Juan Pablo II, “descubre al hombre la verdad sobre su existencia”. De ahí que la respuesta consista fundamentalmente en aceptar libremente esa verdad y acogerla como un don gozoso.

Esa aceptación es la conclusión, como se ha dicho, de un itinerario de discernimiento personal ante Jesús, en el que los jóvenes han de contar con la opinión de sus padres, que les conocen y desean que sean felices en la vocación que Dios quiera para ellos. Un itinerario que termina en la experiencia de una gran alegría interior: “Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos”[4].

[1] S. Josemaría, Instrucción acerca de la labor de San Rafael, n. 133

[2] Cfr. Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. I, p.

[3] Cfr. Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, “El Jesuita”.

[4] Papa Francisco, mensaje para la 61ª Jornada mundial de oración por las vocaciones, 21 de abril de 2024.