La Virgen del Pilar es una de las advocaciones marianas más antiguas. Según cuenta la tradición, cuando todavía la Madre de Jesús vivía en Jerusalén, en la madrugada del 2 de enero del año 40, Santiago el Mayor la vio llegar en carne mortal a orillas del río Ebro, acompañada por un grupo de ángeles que transportaban una columna.
El Apóstol había sido uno de los primeros en desplazarse a predicar el Evangelio hasta los confines occidentales de Europa: el finis terrae –la Península Ibérica– que formaba entonces parte del imperio romano. Santiago apóstol estaba abatido por la dura tarea y María Santísima quiso manifestar su desvelo maternal apareciéndose para animarle. Según la misma tradición, Santiago recibió de la Virgen el encargo de edificar una capilla, en su honor, en el lugar de la aparición.
Ahora, en la basílica del Pilar, en Zaragoza, se conserva la columna de la aparición, que los visitantes han venerado a lo largo de los siglos. La talla de la Virgen no alcanza los cuarenta centímetros. Sus líneas son gótico tardías, y por la forma de abotonar la túnica, el cinturón con su hebilla, el alto talle y los zapatos, puede datarse en el siglo XV. La figura del Niño no sigue el estilo escultórico de la Virgen, y sin duda fue añadida a ésta, bien para completarla o, más probablemente, para sustituir a otra anterior destruida o deteriorada. De líneas populares, sostiene en una mano un pajarillo y con la otra se agarra con fuerza al manto de su Madre. El conjunto se asienta sobre el Pilar, la lisa Columna de jaspe recubierta de plata labrada que-excepto los días 2, 12 y 20 de cada mes- luce revestida con un manto bordado, que se cambia diariamente.
La Virgen del Pilar en la vida de san Josemaría
“Mi devoción a la Virgen del Pilar me ha acompañado siempre: mis padres, con su piedad de aragoneses, la inculcaron en mi alma desde niño”, aseguraba san Josemaría.
En 1909, cuando con siete años acudía al colegio de los Escolapios, en Barbastro, solían cantar la popular invocación a la Virgen: “bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza…”. Y esta devoción le acompañó hasta el final de su vida. En Roma, en el dormitorio que utilizaba, hay dos baldas empotradas donde tenía –en los dos o tres últimos años de su vida– una pequeña imagen de la Virgen del Pilar que besaba cada mañana al despertarse; y en el cuarto de trabajo, sobre un bargueño oscuro, se encuentra otra representación a tamaño natural de esta advocación.
En los años que pasó en Zaragoza, en el seminario y estudiando Derecho civil, sus visitas al Pilar eran diarias. “Como tenía buena amistad con varios de los clérigos que cuidaban la Basílica, pude un día quedarme en la iglesia después de cerradas las puertas. Me dirigí hacia la Virgen, con la complicidad de uno de aquellos buenos sacerdotes ya difunto, subí las pocas escaleras que tan bien conocen los infanticos y, acercándome, besé la imagen de Nuestra Madre. Sabía que no era ésa la costumbre, que besar el manto se permitía exclusivamente a los niños y a las autoridades (...). Sin embargo, estaba y estoy seguro de que, a mi Madre del Pilar, le dio alegría que me saltara por una vez los usos establecidos en su catedral. La sigo tratando con amor filial. Con la misma fe con que la invocaba por aquellos tiempos, en torno a los años veinte, cuando el Señor me hacía barruntar lo que esperaba de mí: con esa misma fe la invoco ahora (...). Bajo su protección, continúo siempre contento y seguro”. Esa oración ante la Virgen del Pilar, pidiéndole que viese y fuese lo que Dios quería para él, prepararon la fundación del Opus Dei.
San Josemaría celebró su primera Misa solemne en la Capilla del Pilar de Zaragoza. Cuando se trasladó a Madrid y –años después– a Roma, continuó visitando a la Virgen del Pilar siempre que podía. La última vez fue el 7 de abril de 1970.
Una frase de san Josemaría, recogida en el Libro de Aragón, recuerda que “el Pilar es signo de fortaleza en la fe, en el amor, en la esperanza”.
Oración que algunos aragoneses repiten a la Virgen: “Virgen Santa del Pilar, antes morir que pecar”.