Romería a la Villa de Guadalupe

Hace 50 años, el 1 de mayo de 1970 san Josemaría anunció su deseo de cruzar el Atlántico para postrarse a los pies de Santa María de Guadalupe.

El relato más antiguo sobre las apariciones de la Santísima Virgen al indio Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, es el llamado Nican Mopohua, compuesto en lengua náhuatl, a mediados del siglo XVI. La historia comienza en el mes de diciembre de 1531. Por entonces, cuenta el Nican Mopohua, diez años después de conquistada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos y así comenzó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. La evangelización avanzaba a grandes pasos. Dios quiso mostrar entonces que ponía bajo el manto de la Medianera de todas las gracias, su Santísima Madre, la evangelización del nuevo continente.

Oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: “Juanito, Juan Dieguito”

Un indio de nombre Juan Diego, natural de Cuauhtitlán, un sábado, a hora muy temprana, se encaminó a la ciudad de México para recibir la instrucción en la doctrina cristiana. Al pasar junto a un pequeño cerro llamado Tepeyac, oyó el canto de muchos pájaros preciosos. Cuando cesó de pronto, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: “Juanito, Juan Dieguito”. Muy contento se dirigió a donde la voz procedía y vio a una noble Señora que allí estaba de pie y lo llamó para que se acercara a Ella. Llegando a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; y la piedra, el risco en el que estaba de pie, lanzaba rayos resplandecientes.

Enseguida la Santísima Virgen comunicó a Juan Diego cuál era su voluntad: “Sabe y ten bien entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive (...). Deseo vivamente que aquí me levanten un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa; porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos vosotros que vivís unidos en esta tierra, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, que me invoquen, me busquen y en mí confíen; allí escucharé su llanto, su tristeza, para remediar y curar todas sus penas, miserias y dolores”.

Nuestra Señora le ordenó que se presentara ante el obispo fray Juan de Zumárraga, para hacerle saber su deseo. Pero no fue creído el buen indio cuando reveló al prelado cuanto la Virgen le había dicho. Fray Juan le pidió una señal inequívoca de que era la Reina del Cielo quien le enviaba. Juan Diego se presentó de nuevo a la Virgen en Tepeyac para dar sus explicaciones y la Señora le prometió entregarle una señal irrefutable al día siguiente.

Es conocido el desenlace de la historia: el prodigio de las rosas florecidas en la cumbre del cerro, que fueron depositadas en la tilma de Juan Diego por la Virgen, y llevadas a fray Juan de Zumárraga, como prueba de las apariciones; y cómo, al desplegar Juan Diego su tosca prenda, apareció la maravillosa imagen, no pintada por mano de hombre, que todavía hoy se conserva y venera.

En poco tiempo, la devoción a la Virgen de Guadalupe se extendió de manera prodigiosa. Su arraigo en el pueblo mexicano es un fenómeno que no tiene fácil comparación. En toda América y en muchas otras naciones del mundo se invoca con fervor a la que, por singular privilegio, en ningún otro caso otorgado, dejó su retrato como prenda de su amor.

San Josemaría reza ante la Virgen de Guadalupe (México).

“Ella arreglará todo”: san Josemaría en México

Era el 1 de mayo de 1970 –hace ahora 50 años– cuando san Josemaría anunció su deseo de cruzar el Atlántico para postrarse a los pies de Santa María de Guadalupe. Recordando las circunstancias de aquel arranque de cariño a la Virgen, Mons. Echevarría –que le acompañó en el viaje– escribía 25 años después: “Me atrevería a asegurar –se lo oí en varias ocasiones– que Nuestra Señora le obligó a emprender aquella romería penitente, porque deseaba que allí, a los pies de esa imagen morena, pidiese su intercesión en favor del mundo, de la Iglesia, y de esta pequeña porción de la Iglesia, que es el Opus Dei”.

San Josemaría: “He venido a ver a la Virgen de Guadalupe, y de paso a veros a vosotros”

El 15 de mayo, de madrugada, san Josemaría llegó a la Ciudad de México. “He venido a ver a la Virgen de Guadalupe, y de paso a veros a vosotros”, anunció a las personas de la Obra en los primeros saludos. Al día siguiente, 16 de mayo, sin esperar siquiera a aclimatarse al cambio de altura y horario, fue a la Basílica y comenzó su novena que duró hasta el 24. Ese primer día permaneció arrodillado en el presbiterio, durante más de hora y media. Con la mirada fija en el cuadro de la Virgen de Guadalupe, elevó una oración intensísima a Nuestra Madre, en la que con toda confianza le decía: “Monstra te esse Matrem! Muestra que eres Madre. (...) Si un hijo pequeño le pidiera esto a su madre, es seguro que no habría madre que no se conmoviera”. Y añadió: “Escúchanos: ¡yo sé que lo harás!” En los siguientes días, ocupó una tribuna lateral desde la que era posible rezar a muy poca distancia de la imagen. En esas nueve jornadas pidió a la Emperatriz de América con intensidad por la Iglesia y por la Obra.

Palabras de la Virgen María al indio Juan Diego

“¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo y entre mis brazos? ¿Qué más has menester?”


En este enlace, puedes ver en vivo a la Virgen de Guadalupe en la Villa. En el santuario se reza el Rosario de lunes a jueves a las 16.00 horas (de la Ciudad de México).