Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy está dedicada a la virtud de la prudencia. Junto con la justicia, la fortaleza y la templanza, forma las llamadas virtudes cardinales, que no son prerrogativa exclusiva de los cristianos, sino que pertenecen al patrimonio de la sabiduría antigua, en particular de los filósofos griegos. Por ello, uno de los temas más interesantes en la labor de encuentro e inculturación fue precisamente el de las virtudes.
En los escritos medievales, la presentación de las virtudes no es una simple enumeración de cualidades positivas del alma. Tomando a los autores clásicos a la luz de la revelación cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de virtudes -las tres teologales y las cuatro cardinales- como una especie de organismo vivo, donde cada virtud tiene un espacio armonioso que ocupar. Hay virtudes esenciales y virtudes accesorias, como pilares, columnas y capiteles. Aquí, quizá nada como la arquitectura de una catedral medieval pueda restituir la idea de la armonía que existe en el hombre y su continua tensión hacia el bien.
Empecemos, pues, por la prudencia. No es la virtud de la persona temerosa, siempre indecisa sobre la acción a emprender. No, ésta es una interpretación errónea. Tampoco es sólo cautela. Conceder la primacía a la prudencia significa que la acción del hombre está en manos de su inteligencia y de su libertad. La persona prudente es creativa: razona, evalúa, busca comprender la complejidad de la realidad y no se deja abrumar por las emociones, la pereza, las presiones de las ilusiones.
En un mundo dominado por las apariencias, los pensamientos superficiales y la banalidad tanto del bien como del mal, la antigua lección de la prudencia merece ser recuperada.
Santo Tomás, en la estela de Aristóteles, la llamó "recta ratio agibilium". Es la capacidad de gobernar las acciones para dirigirlas hacia el bien; por eso recibe el sobrenombre de "cochero de las virtudes". Prudente es quien sabe elegir: mientras permanece en los libros, la vida es siempre fácil, pero en medio de los vientos y las olas de la vida cotidiana es otra cosa, a menudo estamos inseguros y no sabemos qué camino tomar.
El que es prudente no elige al azar: primero sabe lo que quiere, luego reflexiona sobre las situaciones, se deja aconsejar y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar. No necesariamente cometerá errores -al fin y al cabo, seguimos siendo humanos-, pero al menos evitará grandes desvíos. Por desgracia, en todos los ambientes hay quien tiende a descartar los problemas con bromas superficiales o a suscitar siempre polémica. La prudencia, en cambio, es la cualidad de quienes están llamados a gobernar: saben que administrar es difícil, que hay muchos puntos de vista y hay que tratar de armonizarlos, que no hay que hacer el bien de algunos sino el de todos.
La prudencia también enseña que, como suele decirse, "lo excelente es enemigo de lo bueno". Demasiado celo, de hecho, en algunas situaciones puede provocar desastres: puede arruinar una construcción que habría requerido gradualidad; puede generar conflictos y malentendidos; puede incluso desencadenar la violencia.
La persona prudente sabe conservar la memoria del pasado, no porque tema el futuro, sino porque sabe que la tradición es un patrimonio de sabiduría. La vida está hecha de una superposición constante de cosas antiguas y cosas nuevas, y no es bueno pensar siempre que el mundo empieza con nosotros, que tenemos que abordar los problemas desde cero. Y la persona prudente también es previsora. Una vez decidida la meta a la que aspirar, hay que procurarse todos los medios para alcanzarla.
Muchos pasajes del Evangelio nos ayudan a educar la prudencia.
Por ejemplo: es prudente quien construye su casa sobre roca e imprudente quien la edifica sobre arena (cf. Mt 7,24-27). Son prudentes las doncellas que llevan aceite para sus lámparas y necias las que no lo llevan (cf. Mt 25,1-13). La vida cristiana es una combinación de sencillez y sagacidad. Preparando a sus discípulos para la misión, Jesús recomienda: "Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (Mt 10,16). Como si dijera que Dios no sólo quiere que seamos santos, quiere que seamos santos inteligentes, ¡porque sin prudencia es un momento de extraviarse!