Éramos un grupo de 20 universitarios de todos los rincones de Alemania. Salimos muy temprano desde Berlín a Tel Aviv. Cuando llegamos a nuestro destino, nos vimos rodeados de calor, una población totalmente temperamental y coches que tocaban el claxon. Incluso los que habían dormido hasta entonces se dieron cuenta de que este lugar no tenía nada que ver con nuestro país de origen.
Aquí se escribió la historia de la Biblia y del primer cristianismo. En medio de este caos, pudimos descubrir los lugares santos de nuestra fe, el lugar donde Jesús fue crucificado, el Santo Sepulcro y la sala donde el Señor celebró con sus discípulos la Última Cena.
Por decirlo con expresión de san Jerónimo, Padre de la Iglesia, comenzamos a leer «el quinto evangelio». Leímos este evangelio mientras, al mismo tiempo y en el mismo lugar, los peregrinos judíos veneraban la tumba del rey David, los árabes vendían rosarios y un grupo de turistas asiáticos intentaban tomar fotografías con su iPad.
En ningún otro lugar del mundo la vida y la muerte de Jesús se hacen tangibles de manera tan maravillosa
En ningún otro lugar del mundo la vida y la muerte de Jesús se hacen tangibles de manera tan maravillosa. Lo que en un principio nos pareció un «choque cultural» también formaba parte de la vida de nuestro Señor, que convivió con todos, también con los que seguían tradiciones culturales y religiosas diferentes a la suya.
Esta ciudad vibrante juega con reglas completamente diferentes a las que estábamos acostumbrados. Aquí es normal ver un pequeño tractor por las estrechas calles del casco antiguo, visitar una tienda de teléfonos móviles que sólo vende smartphones kosher o escuchar el canto del muecín desde una mezquita a las cuatro de la mañana.
Pero, a pesar de todo esto, se trataba y se trata de Tierra Santa. Todas nuestras ideas previas sobre los lugares donde se dice que el Hijo de Dios, el Mesías, vivió y trabajó han cambiado desde entonces. De modo semejante a cómo la gente se sorprendió en tiempos de Jesús —«¿Cómo puede venir algo bueno de Nazaret?»— también a nosotros nos hizo pensar la falta de ostentación de muchos lugares santos.
En la iglesia del Santo Sepulcro pudimos rezar sintiendo muy cerca a Cristo, que rezaba en silencio junto a nosotros. Su sencillez, su humildad, su capacidad de servir a todos hasta la muerte, tocó particularmente nuestros corazones y nuestras mentes en este lugar.
También permanecerán en nuestra memoria los días en el Mar de Galilea. Aquí, lejos del ajetreo de la ciudad, nos era mucho más fácil hacer un viaje 2000 años atrás. En esta zona, los hábitos de vida parecen haber cambiado poco con el tiempo; podíamos experimentar la vida de los jóvenes apóstoles.
Junto a todos los encuentros con las más diversas personas, quedarán grabados en nuestra memoria estos lugares, donde podemos redescubrir los fundamentos de nuestra fe. También queda la impresión de que Israel, con su historia y su diversidad religiosa y cultural, con su complejidad, difícilmente puede comprenderse por completo. Para nosotros, los cristianos, sin embargo, está claro que forma parte de un desafío que merece ser aceptado, ya que proporciona una visión de un mundo único, impresionante y fascinante que es nada menos que el quinto Evangelio.