“Siempre había tomado la religión como una materia más, como filosofía, geografía o historia. Tenía concepciones materialistas muy arraigadas y estaba convencida de que la justicia social y la libertad de los trabajadores llegarían por medio de una revolución que aboliría las clases sociales.
Conocer las enseñanzas de san Josemaría fue dar un giro de 180º. Entendí que ninguna revolución es posible sin ese sí libérrimo que cada uno puede dar a Dios.
Cuando empecé a asistir a medios de formación cristiana, una de las cosas que más me llamaron la atención fue la alegría y buen humor de las personas que encontraba; me resultaba bastante incomprensible.
Con el tiempo redescubrí el valor de la confesión, una “herramienta” indispensable para seguir de cerca a Jesús, reconciliarnos con Él y mantener en el corazón esa alegría que proviene de Dios. Me llené de deseos de mostrar que –con la gracia de Dios y mi esfuerzo– es posible cambiar esta sociedad por otra más justa”.
Este relato ha sido publicado en el folleto "La alegría de los hijos de Dios", de Alberto Michelini. © 2002 Oficina de Información del Opus Dei.