“Trato de mostrar la autenticidad del cristianismo”

Arturo Gil es médico oncólogo y dedica su tiempo a la salud pública, atendiendo enfermos marginales en un barrio extremo de Buenos Aires. Conoció a San Josemaría, de él aprendió a “ver la sangre de Cristo” en los que sufren.

Su vida no fue fácil. Conoció la enfermedad desde niño. Ejerció gratis su profesión con los más necesitados de la sociedad. Estudió y trabajó con prestigiosos médicos españoles: “Eduardo Ortiz de Landázuri, que está en proceso de canonización; Jesús Prieto, que me ayudó a pensar científicamente; y Antonio Brugarolas, que fue como mi segundo padre. De él aprendí muchos secretos de la oncología y el espíritu de lucha, la capacidad de no bajar los brazos, de ser optimista. En la Argentina, el Dr. Roberto Estévez, de quien aprendí mucho”.  

La vocación a la oncología le viene desde muy joven. Su tía  murió de cáncer y él también conoció en parte esa enfermedad. “Yo ya conocía el Opus Dei y reflexioné mucho. Había un punto del libro Camino que hablaba de oración: Orar es hablar con Dios… de Él, de ti… preocupaciones diarias… Días previos a mi operación (un tumor benigno) hablé mucho con Dios de esto y  decidí hacerme oncólogo. Tenía catorce años.”

Usted hizo su especialidad en España. Supongo que dejar Europa habrá sido una decisión difícil. ¿Porqué decidió retornar a  la Argentina?

Una noche estaba de guardia y los residentes comenzaron a hablar de un grupo musical del cual yo no tenía ni idea: U2. Ahí me di cuenta que estaba haciéndome viejo y tenía que pegar la vuelta. Presenté mi tesis doctoral para retornar a Buenos Aires. Al principio fue muy duro porque estuve varios meses sin conseguir trabajo. Tenía muy buen currículum vitae, pero la situación del país era difícil. Por unos amigos conseguí trabajar en el instituto del doctor Roberto Estévez. Al año, a raíz de una preocupación que tenía el doctor Estévez de colaborar con el hospital público, surgió la posibilidad de dedicarle unas horas al Hospital Piñero. Fui durante tres años gratis, doce horas por semana, hasta que me nombraron médico de planta en el Servicio de Oncología.

¿Qué servicio brinda en ese hospital público?

Atendemos más de cuarenta pacientes por día, la mitad reciben tratamiento de quimioterapia y el resto acude a realizar algún chequeo. El 50% de los pacientes son de localidades vecinas a Buenos Aires, jubilados con programa de asistencia médica estatal. El otro 50% son pacientes sin cobertura social. El 50% son pacientes debajo de la línea de pobreza. Es un hospital que tiene capacidad para brindar un servicio inmensamente grande.  

¿Cuál es la mayor necesidad del Hospital en su área? 

Una educación primaria en la salud. Si bien se avanzó mucho, todavía hoy se ve gente que llega tarde a la consulta o que llega por enfermedades derivadas de una vida con muy poca formación. Gente alcohólica, con drogadicción, marginales que con un poco de educación podrían mejorar muchísimo. Desde los años 80, en los barrios más carenciados se dio una gran proliferación de sectas. Muchas de ellas promueven conductas que son contrarias a la vida, por ejemplo, hacen sacrificios de animales para curarse de algún mal o cosas del estilo. Gracias a Dios, ahora se ve menos. 

He visto cómo atiende a los pacientes y que les anima a rezar, ¿responden favorablemente?

Por supuesto, así como cuando conocí al Opus Dei me llamó la atención la autenticidad de sus fieles, así también trato de mostrar a todos –pacientes, compañeros, visitadores médicos, personal de maestranza- la autenticidad del cristianismo. Esa idea que repetía San Josemaría: uno no puede ser cristiano en el templo y afuera llevar una vida distinta. Ante una situación tan grave como es una enfermedad oncológica, yo los invito a rezar respetando sus creencias. Y la gente responde bien. Lo importante es mostrar autenticidad en todos los aspectos.

¿Considera que su vocación al Opus Dei le ayuda en esa tarea específica en el Hospital?

Cien por cien. El Opus Dei me ha dado una visión trascendente de la vida práctica. “Una hora de estudio es una hora de oración”, decía San Josemaría. Él siempre nos animaba a “ver bullir la sangre de Cristo” –frase gráfica para que tomáramos conciencia de que Cristo vive en cada persona– no sólo en el enfermo, sino también en el familiar del enfermo, en el compañero de trabajo, en la enfermera, en el visitador médico. El gran desafío es el apostolado para que todos descubran esta manera de vivir tan hermosa.