Buscar
Cerrar

Este mandamiento comprende dos cosas fundamentales y un aspecto que puede iluminar nuestra existencia. En primer lugar, este mandamiento se refiere al descanso y el valor que este tiene para el que trabaja y gana su sustento. En segundo lugar, santificar las fiestas comprende la necesidad por parte nuestra de dar culto a Dios de la manera que a Dios le gusta: la santa Misa. El aspecto que ilumina nuestra existencia es el valor que tiene la santa Misa y la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, un regalo de amor que el Señor nos ha hecho.


El domingo es día de descanso

Dios nos manda cuidarnos. Puede ser una buena fórmula para explicar este aspecto del tercer mandamiento. El trabajo arduo, las preocupaciones de la vida o el peso de nuestras responsabilidades pueden hacer que perdamos las perspectivas y dejemos de contemplar la belleza que Dios nos ofrece.   Descansar en Dios es abrir espacio en nuestro interior, y también en nuestro exterior, para tomar altura y distancia de las cosas de siempre para ponderarlas mejor, según la mirada sabia de un Padre providente.

En este sentido se entiende la idea de santificar, en el sentido de hacer santo el domingo o día del Señor. Lo que hace santo al día puede ser dedicar tiempo a la familia, y dentro de la familia realizar obras de misericordia como visitar a los enfermos, a los ancianos y a las personas solas. El domingo puede ser un incentivo para vivir mejor la presencia de Dios, una jornada para agradecerle más lo que nos ha dado, en particular el descanso.

Decía san Juan Pablo II: “Quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo! Sí, abramos nuestro tiempo a Cristo para que él lo pueda iluminar y dirigir. Él es quien conoce el secreto del tiempo y el secreto de la eternidad, y nos entrega «su día» como un don siempre nuevo de su amor. El descubrimiento de este día es una gracia que se ha de pedir, no solo para vivir en plenitud las exigencias propias de la fe, sino también para dar una respuesta concreta a los anhelos íntimos y auténticos de cada ser humano. El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida” (san Juan Pablo II, Carta Apostólica Dies Domini, nn. 4, 7).

Dar culto a Dios

Un santo, dirigiéndose a los primeros cristianos, decía: “El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos lo llaman día del sol, también lo hacemos con gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación”. (San Jerónimo, In die Dominica Paschae homilia, cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1166).

La idea de dar culto a Dios no se puede entender de forma negativa, como si Dios necesitara nuestra alabanza, sino como una necesidad nuestra de recordar y celebrar las maravillas obradas por Dios, para darle gracias y alabarle. Este es el sentido que tiene la santa Misa: la participación en la celebración del misterio de Jesucristo, que nos redimió.

En cada santa Misa, con independencia de quién la celebre o de quien participe volvemos a vivir los misterios que nos dieron una nueva vida: la muerte y la resurrección del Señor. En cada Misa pedimos perdón con Cristo por nuestros pecados, damos el culto que es más grato a Dios (la muerte y resurrección del Señor), pedimos por nuestras necesidades con Cristo que pide por nosotros y agradecemos ofreciendo lo que siendo fruto del trabajo de los hombres se transforma en la ofrenda más grata: el mismo Hijo de Dios, Jesucristo. Además, cada Misa tiene una dimensión cósmica: en cada Misa, aunque no haya nadie, está toda la Iglesia, toda la creación. Como se ve la santa Misa es mucho más que un rezo comunitario.

Presencia real de Jesucristo

El aspecto de este mandamiento que puede iluminar nuestra existencia es la presencia real de Jesucristo. ¿Por qué se nos pide participar en Misa? La respuesta rápida y directa es esta: porque ahí está Dios, porque Jesús se hace presente en el altar; y por tanto puedo recibirlo o alabarlo o simplemente dejarme llenar por su Presencia y por su Palabra.

Puede servir pensar que, si nosotros nos preparamos para recibir al Señor en nuestra alma y en nuestro corazón, entonces el Señor nos recibirá también en su casa cuando dejemos este mundo.