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A mediados de 1936, inició la Guerra Civil en España. Madrid se convirtió en un verdadero campo de batalla, y comenzó una fuerte persecución religiosa. La vida de Josemaría –al ser sacerdote– comenzó a correr un gran peligro. Incluso, por una temporada, fingió ser un enfermo para poder esconderse en un centro psiquiátrico. En noviembre de 1937, él y un grupo de jóvenes del Opus Dei abandonaron Madrid, huyendo a través de Los Pirineos. Fue un viaje muy duro, marcado por el miedo y por la dificultades, pero también por una especial caricia de la Virgen.

Ya en Burgos, Josemaría pudo nuevamente ejercer su labor sacerdotal. Desde allí, envió cartas a los jóvenes miembros del Opus Dei que se ubicaban en distintas zonas del país (algunos incluso en los frentes de batalla) y concluyó el escrito que poco después sería publicado como “Camino”.


En el verano de 1936, inició el enfrentamiento entre el bando republicano (que gobernaba España en ese momento) y el bando nacional (el sublevado). Josemaría y otros jóvenes miembros del Opus Dei se vieron sorprendidos por el inicio de la guerra en Madrid. La confusión reinante ante los grupos de milicianos y rebeldes corriendo por las calles era patente, y de todos se apoderó un gran miedo.

Esa semana de julio fue angustiosa. Había muy poca información sobre la situación del resto del país, y la incertidumbre generó una gran cantidad de noticias falsas. A la par de esto, dio inicio una fuerte persecución religiosa: sacerdotes y religiosos eran encerrados en prisión o fusilados; iglesias y conventos eran quemados. Josemaría se escondió en casa de su madre y sus hermanos por unos días.

El inicio de la Guerra Civil Española exigió una madurez extraordinaria para los jóvenes miembros del Opus Dei, que tenían entre 18 y 35 años. Juan Jiménez, un médico de 23 años, asumió como su propia responsabilidad la protección de la vida de Josemaría. Sabía que el joven sacerdote no podía seguir viviendo en casa de su madre, pues ponía en peligro a su familia.

Juan, junto con un amigo suyo –Joaquín– consiguió que Josemaría pudiera ingresar a un sanatorio psiquiátrico. Fingiendo una enfermedad mental (hablaba solo y decía ser el Sr. Marañón), el fundador se trasladó al sanatorio a principios de octubre. Desde allí, se iba enterando con dificultad de la situación de los demás jóvenes de la Obra; saber que Juan, Álvaro y José María Hernández (también llamado “Chiqui”) habían sido encarcelados le causó muchos sufrimientos.

En marzo, después de 5 meses de estar en el psiquiátrico, Josemaría dejó el sanatorio para trasladarse –acompañado de su hermano Santiago, que tenía entonces 18 años– al Consulado de Honduras. La falta de comida había cambiado tanto su aspecto que, cuando su madre fue a visitarlo, solo le reconoció por la voz.

Con el paso de los días, otros cuatro jóvenes del Opus Dei también entraron como asilados al consulado: Álvaro y Juan (que habían logrado salir de la cárcel), Eduardo Alastrué y José María González. Sin embargo, una idea se iba sembrando en la cabeza de todos: pasar a la zona de España ocupada por el bando nacional, en la que la vida de Josemaría como sacerdote no correría tanto peligro.

Planearon el proyecto durante varios meses; al final, los que decidieron unirse a la expedición fueron 8 personas: Josemaría y José María González, ambos de 35 años; Tomás Alvira, de 31 años; Manuel Sainz, de 29 años; Juan Jiménez y Miguel Fisac, de 24 años; y Pedro Casciaro y Paco Botella, de 22 años.

Josemaría en Andorra, con algunos de los que cruzaron Los Pirineos con él.

El grupo se reunió en la ciudad de Barcelona. De ahí, 6 de ellos partieron hacia el pueblo de Peramola; Manuel y Tomás salieron dos días después, para no levantar sospechas. Josemaría, Juan, Paco, Pedro, José María y Miguel pasaron la noche del 22 de noviembre en la rectoría de Pallerols, una pequeña construcción ubicada en la comunidad de Rialp, que contaba con una sencilla iglesia totalmente destruida por dentro. Josemaría entró en la iglesia, buscando alguna imagen o figura que pudiera rescatar. Al no encontrar nada, regresó con los demás. Durmieron en un pequeño espacio del piso de arriba, sobre paja.

Esa noche quizá fue una de las más dolorosas para Josemaría. Lo asaltaron muchas dudas: ¿debía continuar hacia la zona nacional? ¿No estaba faltando a su responsabilidad al abandonar al resto de los jóvenes de la Obra en Madrid? Sufría al pensar en aquellos que se quedaban en prisión, o al frente de guerra. No sabía qué hacer. Lloró mucho, mientras Juan intentaba animarlo.

Imagen de la rectoría de Palleros, donde Josemaría y algunos otros pasaron la noche antes de la expedición.

A la madrugada del día siguiente, Josemaría bajó a la iglesia nuevamente, pidiendo a la Virgen que le ayudara a saber qué era lo que Dios esperaba de él. En cuanto entró, sus ojos descubrieron una rosa dorada de madera, intacta, en una de las esquinas más próximas al altar. Su corazón se llenó de alegría, pues descubrió en esa rosa una manifestación de que Dios le animaba a seguir adelante con la expedición.

Ese mismo día llegaron Manuel y Tomás de Barcelona. Juntos, los 8 subieron a un monte cercano, donde esperaron al guía que los ayudaría a cruzar la frontera a través de Los Pirineos. A la caída de la tarde del sábado 27 de noviembre comenzaron la expedición que duró 6 días. El hambre, la debilidad física y emocional tras los meses de guerra y el frío del invierno que se acercaba transformaron esa semana en un verdadero calvario. Además, estaba el enorme peligro que corrían; en cualquier momento podrían ser descubiertos y fusilados.

Finalmente, con los zapatos rotos y la piel cortada por el aire helado de la montaña, los expedicionarios cruzaron la frontera con Andorra. El grupo de Josemaría iba rezando el rosario en voz baja cuando escuchó el tocar de las campanas de una iglesia. Era la primera vez que las oían después de muchos meses: habían llegado a Sant Juliá de Loria, Andorra. “¡Gracias a Dios!, ¡gracias a Dios!”, repetía Josemaría [1].

Tras registrarse como refugiados políticos, entraron a una iglesia —la primera iglesia no profanada que habían visto desde 1936—, e hicieron la visita al Santísimo Sacramento. Después de una breve temporada en Andorra y luego en Pamplona, Josemaría se instala en Burgos, junto con José María Albareda, Pedro y Paco (estos dos últimos se habían registrado ante el ejército y habían sido destinados a esa ciudad).

El grupo vivió en una habitación del Hotel Sabadell, ubicado frente al río Arlanzón. Desde allí, Josemaría escribió a sus amigos que peleaban en el frente de la guerra: “Que nos pidáis con confianza libros, ropa, dinero. Os lo enviaremos enseguida con gusto. Pedid con sencillez y libertad. Muchos de vosotros nos enviáis dinero (...): esos ahorros que hacéis, para nuestra pobre caja común, tendremos verdadera alegría en emplearlos en favor de quienes pasen apuros económicos” [2].

Además, Josemaría aprovechó estos días en Burgos para dar forma a Camino, un libro en el que recoge 999 puntos para reflexionar y llevar a la oración. Contiene frases como Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración (n. 335) y Las almas grandes tienen muy en cuenta las cosas pequeñas (n. 818).

En octubre de 1938, tres jóvenes del Opus Dei lograron también cruzar a la zona nacional: Álvaro del Portillo, Vicente Rodríguez y Eduardo Alastrué. Para Josemaría, fue una gran alegría poder reunirse con ellos nuevamente.

Durante los últimos meses de 1938 y los primeros de 1939, se pelean las últimas batallas. Josemaría, previendo que muy pronto podría regresar a Madrid, preparó su maleta: en la mente y en el corazón solo podía pensar en abrazar nuevamente a su madre, a Carmen, a Santiago y al resto de sus amigos que habían quedado en Madrid.

Si te interesa, puedes hacer el recorrido a través de Los Pirineos con la Asociación Amigos del Camino de Pallerols.