es
Buscar
Cerrar

Josemaría decidió trasladarse con su familia a Madrid para hacer el doctorado en Leyes. Allí, se convirtió en el capellán de la sede central de las Damas Apostólicas, una congregación religiosa que se dedica especialmente a obras sociales. Fue así como inició una intensa actividad pastoral, atendiendo a los pobres y enfermos de los barrios más desfavorecidos de la capital.

El 2 de octubre de 1928, Josemaría recibió una luz especial de Dios para recordar al mundo que todos los cristianos están llamados a alcanzar el Cielo a través de su vida ordinaria. Para ello, el joven sacerdote (no tenía más que 26 años) se apoyó en jóvenes universitarios para sacar adelante este gran proyecto de Dios. En 1933, puso en marcha la Academia DYA, y después una residencia universitaria. Jóvenes estudiantes, invitados por sus amigos, encontraban en la residencia de la calle Ferraz un ambiente de alegría que impulsaba a tomarse su fe cristiana enserio, sirviendo a Dios a través de sus estudios universitarios y de la atención a los problemas sociales del Madrid de los años 30.


Plaza Mayor de Madrid en 1930 (Créditos: Editorial - Ediciones La Librería)



Josemaría llegó a la capital el martes de Pascua, 19 de abril de 1927.

Después de una muy breve temporada en una pensión de la calle Farmacia, encontró alojamiento en una Casa Sacerdotal con treinta habitaciones. Este lugar era una obra de beneficencia para sacerdotes, llevada por las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús. El costo diario de la pensión era de cinco pesetas (lo que hoy tendría un valor similar a cinco euros) y estaba ubicada en la calle Larra, ubicada a poco más de un kilómetro del Parque del Retiro. Allí, Josemaría hizo buenos amigos entre los sacerdotes que también se alojaban allí, aunque la única hora en que todos coincidían era la del almuerzo de mediodía.

Las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús son una congregación religiosa dedicada especialmente a obras sociales en favor de lo marginados, pobres y enfermos. Se fundó en 1924, en Madrid, España, aunque actualmente están presentes en otros países, como Perú, Angola, México y Bolivia.

Alrededor del mes de mayo, Josemaría fue nombrado capellán de la iglesia del Patronato de Enfermos. Este era la sede central de las Damas Apostólicas, y contaba también con una iglesia pública. Su tarea como capellán consistía en decir Misa diariamente, hacer la Exposición del Santísimo y dirigir el rezo del Rosario.

Desde el Patronato se dirigían escuelas, comedores, centros sanitarios, capillas y catequesis; en la planta baja había un comedor público, y en el primer piso una enfermería. Josemaría, con la generosidad y energía propias de su carácter, también se entregó con intensidad a estas labores.. Después de Misa, daba clases de catecismo a niños, jóvenes y adultos, y todos los días pasaba por el comedor público para ir conociendo y conversando con la gente. Confesaba sin parar a pobres y enfermos. Además, visitaba a aquellos cuyas dolencias no les permitían acercarse físicamente al Patronato, y les llevaba la Comunión (recorridos que en ocasiones superaban los 10 kilómetros).

En noviembre de 1927, Josemaría decidió mudarse a un piso en la calle de Fernando el Católico, 46. Allí, finalmente pudo reunir a su madre y hermanos bajo un mismo techo. Para poder tener algún ingreso extra, además de su labor como capellán del Patronato, comenzó también a dar clases particulares, como lo había hecho durante su estancia en Zaragoza. Inclusive trabajó como profesor en la Academia Cicuéndez, en las materias de Derecho Romano e Instituciones de Derecho Canónico. Se hizo muy amigo de sus alumnos, y muchas veces se quedaban conversando después de clase.

Los alumnos de la Academia eran, la mayoría, jóvenes estudiantes que por alguna razón no podían asistir a las clases de la Facultad. Por ello, repasaban los contenidos de las materias en la Academia y en sus casas, y posteriormente se presentaban a los exámenes extraordinarios que les permitían avanzar en sus estudios universitarios.

Entre todos sus “idas y venidas”, Josemaría seguía pidiendo a Dios que le mostrara aquello que quería de él. Lo rezaba tanto que su hermano Santiago, que tenía apenas 8 años, se aprendió las expresiones en latín y también repetía: “Ecce ego quia vocasti me!, ¡aquí estoy, porque me has llamado!”[1], como si se tratara de una canción.

En septiembre de 1928, Josemaría se presentó a los exámenes de tres materias del doctorado. Después, tuvo dos semanas de vacaciones, por lo que decidió aprovechar para hacer un curso de retiro. Este tuvo lugar en la Casa Central de los Paúles, ubicada muy cerca del Patronato, en la calle García de Paredes.

El martes 2 de octubre, por la mañana, Josemaría subió a su habitación y abrió el cuaderno donde apuntaba los pensamientos y propósitos de su oración. “Recibí la iluminación sobre toda la Obra, mientras leía aquellos papeles. Conmovido, me arrodillé —estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática— di gracias al Señor, y recuerdo con emoción el tocar de las campanas de la parroquia de N. Sra. de los Ángeles” [2]. Como si de una película se tratara, Dios le hizo “ver” la esencia del Opus Dei. Era la respuesta a muchos años de pedir: “Señor, que vea, Señor que sea”.

En ese momento, Josemaría comprendió que Dios le pedía recordar al mundo que todos –niños, jóvenes, adultos y ancianos, astronautas, cantantes de ópera y jugadores de fútbol, de todas las culturas y con todos los acentos– todos están llamadas a ser santos en la normalidad de su vida diaria, en aquello que ya hacen, porque todos los caminos rectos de la Tierra llevan a Dios.

Ante tal misión, Josemaría sintió miedo. No tenía más que “veintiséis años, la gracia de Dios y buen humor”[3]. Con dificultad conseguía los medios necesarios para mantener a su familia, y el tiempo no le sobraba. ¿Cómo podía Dios pedirle algo tan grande? Una de las primeras cosas que hizo fue investigar si ya existía alguna institución dentro de la Iglesia que tuviera ese carisma, para unirse a ella. Dedicó varios meses a esta tarea, agregando la dificultad de que no existían Google ni Wikipedia. Cuando se dio cuenta de que no la había, se lanzó a la aventura.

¿Quiénes fueron los primeros en escucharlo? Sus amigos, como es lógico. Cuenta uno de ellos, Pedro: “Nos asombraba, a los que estábamos junto a él, su conciencia plena de que tenía que entregar su vida a aquella idea. — Pero, ¿tú crees que eso es posible?, le decía yo. Y él me contestaba: — Mira, esto no es una invención mía, es una voz de Dios” [4]. Convencido de esto, comenzó una campaña para pedir mucha oración por esta intención. Se apoyó especialmente en los enfermos y moribundos del Patronato, a quienes pedía que ofrecieran sus sufrimientos por esta “obra de Dios, Opus Dei, en latín”.

Tan era de Dios que Josemaría no recibió todos los detalles de la Obra en un solo instante; el Señor se los fue revelando como si se tratara una serie de streaming, capítulo por capítulo. Josemaría, en un principio, pensó que solamente habría hombres en el Opus Dei; al ser sacerdote, era extremadamente delicado en su trato con las mujeres, y no veía cómo podría tratarlas y explicarles el espíritu de la Obra. Pero Dios rápidamente le dejó las cosas claras, y el 14 de febrero de 1930 le hizo ver que el Opus Dei no estaría completo hasta que también hubiera mujeres. “El Señor, como en otras ocasiones, me trasteó de manera que quedara una prueba externa objetiva de que la Obra era suya. Yo: ¡no quiero mujeres, en el Opus Dei! Dios: pues yo las quiero” [5].

Josemaría confió muchos en un grupo de estudiantes universitarios, quienes se entusiasmaron la idea de sacar adelante esta “invención de Dios”, y a quienes el fundador encomendó al cuidado del arcángel San Rafael y del apóstol San Juan. Isidoro (a quien recordarás como compañero de Josemaría en el Instituto de Logroño), Juan, Pedro, Ricardo, Paco, Miguel y Álvaro fueron algunos de los primeros jóvenes en pedir su admisión en el Opus Dei.

Imagen de la calle Ferraz, donde se encontraba la residencia DYA.

En 1933, cuando Josemaría tenía 31 años, puso en marcha la Academia DYA, donde se repasaban las materias propias de las carreras de Derecho y Arquitectura. Entre los jóvenes que acudían, estas siglas tenían un segundo significado: Dios y Audacia. Esta frase adquirió quizá más alcance cuando decidieron abrir una residencia para estudiantes durante el ciclo escolar 1934 - 1935 (y todavía más cuando en un inicio solo llegó a vivir un residente). Allí, en una casa ubicada en la calle Ferraz, n. 50, comenzaron a vivir los que pedían su admisión a la Obra y un pequeño grupo de universitarios que venían de otras ciudades de España. Ese fue el primer centro del Opus Dei. 

Aquí aparecen algunos de los jóvenes universitarios que asistían a la Academia-residencia DYA.

Si hubiera que resumir estos años en tres palabras, serían: amistad, formación y necesitados. Amistad, porque el ambiente impulsaba a valorar la personalidad de cada uno y a un cariño auténtico por todos. Formación, porque Josemaría buscaba que todos los jóvenes, además de los estudios universitarios, también crecieran en conocimiento de la fe cristiana, para poder vivirla de manera profunda y consciente. Necesitados, porque los jóvenes realizaban constantes visitas a los barrios más necesitados de Madrid, para atender a los enfermos, dar catecismo a los niños y quizá llevar alguna despensa a las familias.

Por estos años, Josemaría dejó de ser el capellán del Patronato de Enfermos y pasó a ser el capellán del Patronato de Santa Isabel, cuya labor consistía en la atención espiritual de un colegio para niñas y de un convento de religiosas. Esto le permitió dedicar un poco más de tiempo a formar a los jóvenes universitarios que así lo desearan y transmitirles el espíritu del Opus Dei. Mientras tanto, el ambiente político de España crecía en tensión: se avecinaba una tormenta.