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Josemaría llegó a Logroño con su familia cuando tenía 13 años. La adaptación a un nuevo colegio y a una nueva ciudad fue difícil para todos, especialmente en unas circunstancias de fuerte necesidad económica para la familia Escrivá. Pero fue precisamente en Logroño donde Josemaría sintió una particular llamada de Dios y decidió estudiar el seminario para convertirse en sacerdote. Así, pasó por el seminario de Logroño y más tarde por el de Zaragoza. Finalmente, fue ordenado sacerdote el 28 de marzo de 1925, cuando tenía 23 años.

Además de la alegría por la vocación de Josemaría, la familia Escrivá tuvo también dos eventos que la cambiaron para siempre: el nacimiento de Santiago, el hijo más pequeño, en febrero de 1919, y la muerte de don José, en noviembre de 1924. Con 22 años, el joven sacerdote (que simultáneamente había estudiado una licenciatura en Derecho) se convirtió así en el responsable de sacar adelante a su madre y hermanos.


Josemaría a los 19 años (Mayo de 1921)
Retrato de Josemaría, adolescente


Doña Dolores, con Carmen y Josemaría, llegaron a principios de septiembre de 1915 a Logroño, donde ya se encontraba trabajando desde hacía unos meses don José. Se instalaron en un piso alquilado, en la cuarta plan de un edificio ubicado en la calle Sagasta.

Logroño era una ciudad de 25.000 habitantes (Madrid en esos años tenía unos 775.000). Su economía se fortalecía gracias a sus extensos viñedos y campos de olivares, tierras de cereal, frutas y hortalizas. Allí, la familia Escrivá inició desde cero una nueva parte de su historia. Fue difícil, pues no contaban con ningún pariente cercano o amigos a quienes acudir. Sin embargo, poco a poco se fueron adaptando a su situación.

Para Josemaría, a sus trece años, esta situación resultó especialmente costosa. No fue fácil desprenderse de sus amigos de Barbastro y entrar al Instituto de Logroño para terminar los 3 años de bachillerato que aún le faltaban. Sin embargo, poco a poco hizo nuevos amigos, algunos de los cuales serían para toda la vida, como Isidoro Zorzano (recuerda este nombre, que será importante más adelante).

La mayoría de los alumnos del Instituto asistían por las tardes a un colegio privado para repasar las materias de estudio. Josemaría estudiaba el Instituto por las mañanas y acudía por la tarde al Colegio de San Antonio, donde además llevaba clases de Caligrafía, Dibujo, Francés, Inglés, Alemán y Árabe vulgar. Mientras tanto, su hermana mayor ingresó a la Escuela Normal de Maestras.

Carmen y Josemaría, si bien experimentaron la pobreza de su familia, tardarían quizá muchos años en valorar la heroicidad de sus padres para afrontar la situación con serenidad y alegría. “De otra parte mis padres, mis padres calladamente heroicos, son mi gran orgullo” [1], diría Josemaría, años después. Doña Dolores se volvió una experta en la “multiplicación” del dinero para las necesidades del hogar; don José, discretamente, se saltaba comidas, tomando un caramelo para entretener al estómago.

Para el adolescente Josemaría, estas cosas le avergonzaban y le hacían sufrir. Sin embargo, poco a poco, impulsado por el cariño y ejemplo de sus padres, encontraría un sentido sobrenatural a estas grandes pruebas que Dios permitía. “El Señor —diría tiempo después— iba preparando las cosas, me iba dando una gracia tras otra, pasando por alto mis defectos, mis errores de niño y mis errores de adolescente”[2].

Por ahí de 1917, Josemaría ya se planteaba qué carrera universitaria haría. Consideró Arquitectura, Literatura y Derecho, esta última especialmente impulsada por su padre. Tenía grandes ilusiones profesionales, tan propias de la juventud, y muchas dudas sobre cómo hacer esa elección. La resolución llegó de una forma totalmente imprevista durante el invierno de ese mismo año, cuando Josemaría estaba por cumplir los 16 años.

Un día frío, en el que la nieve cubría las calles de Logroño, Josemaría descubrió las huellas de unos pies descalzos. Sorprendido, se inclinó sobre ellas y un pensamiento llegó a su cabeza: “Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo, ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo?” [3].

Esa sencilla pregunta prendió una fuerte inquietud en su alma. Se daba cuenta de que Dios le pedía algo. ¿Qué era? Los meses pasaron poco a poco, y el adolescente continuó con sus estudios, mientras repetía con fe: Que vea, Señor, que vea.

Esta semilla interior lo llevó a tomar una resolución: hacerse sacerdote, de forma que pudiera estar más disponible para hacer aquello que Dios le pidiera, aunque todavía no supiera lo que era. Decidido, fue a contárselo a don José. Esa fue “la única vez que he visto llorar a mi padre” [4]. La situación económica familiar era muy difícil, y el padre de familia tenía las esperanzas puestas en su joven hijo para ayudar con nuevos ingresos. Por eso, se entiende esa primera reacción, tan humana, tan natural. Y después, un apoyo incondicional: “Yo no me opondré” [5].

Josemaría a los 20 años (Octubre de 1922).
Josemaría en el seminario de Zaragoza (Junio de 1922).

Fue así como Josemaría ingresó al Seminario de Logroño con 16 años de edad durante el otoño de 1918. Como su familia vivía en la ciudad, al igual que el resto de los seminaristas con esta misma circunstancia, comía y dormía en su casa, aunque el resto del día lo pasaba en el seminario.

Una tarde, doña Dolores comunicó a Carmen y a Josemaría una inesperada noticia: estaba embarazada. Josemaría recordó entonces que, poco tiempo después de haber tomado la decisión de ser sacerdote, había pedido a Dios que sus padres tuvieran otro hijo varón, que pudiera sustituirle como apoyo para la familia. Santiago nació el 28 de febrero de 1919 y fue bautizado dos días después: Carmen y Josemaría fueron los padrinos.

En 1920, Josemaría, aconsejado por don José, se trasladó al Seminario de San Carlos, en Zaragoza, pues había allí una Universidad Pontificia y una Universidad Civil. En esta última, podría estudiar Derecho, como había sugerido su padre.

Zaragoza se encuentra a 170 kilómetros de Logroño. Para Josemaría, estos años fueron un nuevo reto de perseverancia en su vocación. Extrañó el calor de su hogar, especialmente después tantos años de cercanía con sus padres, con Carmen y con el pequeño Santiago. Además, aumentó su gusto por la lectura; disfrutaba especialmente los escritos de Santa Teresa. Visitaba con frecuencia la Basílica del Pilar, donde le pedía a la Virgen que le ayudara a ver aquello que Dios quería de él: “Que sea de mí lo que Dios quiere que sea”[6].

El 27 de noviembre de 1924, cuando Josemaría se encontraba a pocos de meses de ser ordenado sacerdote, tuvo que viajar de emergencia a Logroño. Don José, su padre, falleció de forma repentina ese mismo día, fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa. “Mi padre murió agotado. Tenía una sonrisa en los labios y una simpatía particular. Le vi sufrir con alegría, sin manifestar el sufrimiento. Y vi una valentía que era una escuela para mí, porque después he sentido tantas veces que me faltaba la tierra y que se me venía el cielo encima” [7]. De la noche a la mañana, Josemaría se convirtió en el responsable de sostener económicamente a su madre, a Carmen y al niño Santiago. Apenas tenía 22 años.

El sábado 28 de marzo de 1923, Josemaría fue ordenado sacerdote. Su primera misa, celebrada el lunes siguiente, la ofreció por el alma de su padre en la Capilla del Pilar de Zaragoza. Estuvieron presentes su madre y hermanos, así como unos pocos amigos de la familia. Doña Dolores lloraba, al tiempo que seguía atentamente las palabras de su hijo sacerdote. Josemaría recordaría aquella misa con un tono agridulce, en el que se mezcló un inmenso gozo con el sufrimiento por la ausencia del padre que tanto lo había apoyado.

Su primer encargo como sacerdote lo llevó a la parroquia de Perdiguera, una pequeña aldea a 25km de Zaragoza. Aunque su estancia ahí fue muy breve (apenas dos meses) el contacto con la gente sencilla se convirtió en una fuente de riqueza espiritual que guardó para siempre en su memoria, especialmente las horas dedicadas a enseñar a los niños el catecismo. “¡Me hicieron un bien colosal, colosal, colosal! ¡Con qué ilusión recuerdo aquello!” [8]. En mayo de ese año regresó a Zaragoza, donde estuvo como capellán de la iglesia de S. Pedro Nolasco hasta marzo de 1927.

El joven sacerdote, además de sus tareas como capellán, continuó estudiando Derecho en la Universidad de Zaragoza, donde rápidamente se reencontró con sus antiguos amigos e hizo nuevos. Finalmente consiguió graduarse de Leyes en enero de 1927, y, en marzo de 1928, con el permiso de su obispo, se trasladó a Madrid, para hacer el doctorado en Derecho. Josemaría tenía 25 años.