Santo Domingo (República Dominicana). Ismael Martínez Sánchez
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Hundida, cansada, agobiada. En segundo de Industriales necesitaba tiempo para el estudio, pues las asignaturas eran de mayor dificultad y necesitábamos sostener a mi hermana Gladys, madre adolescente con bebé y sin trabajo. Por mi parte, cada mes tenia que generar cerca de siete mil pesos (150 euros) para sufragar los gastos familiares y pagar la universidad, pues la beca no cubría toda nuestra vida. Una mañana de las vacaciones de agosto -en tercero de carrera- amanecí y me dije: “Dios, ilumíname". Entonces agarré las páginas amarillas de telefónica.
- ¿Qué vas a hacer?, inquirió mi hermana.
- Bueno, voy a buscar trabajo. Busco el teléfono de cada empresa manufacturera. Y voy a llamar.
Rezaba mientras sonaba el teléfono, especialmente cuando las secretarias pasaban el hilo al directivo.
- Aló, señor gerente. Mire, soy una estudiante universitaria y necesito que me deje hacer una pasantía en su empresa, sea gratis o no.
- Pásese, se oyó al otro lado.
En unos días visité varias, dejé el currículum y una empresa me citó para la entrevista.
- Señorita Yeraldine, el lunes empieza a trabajar.
El primer lunes de agosto llegué temprano a la empresa, dedicada a la fabricación de envases de plásticos. Las condiciones laborales eran exigentes y yo era la inspectora de calidad de 30 operarios en un ambiente demasiado varonil… Los trabajadores trabajaban en tres turnos de producción continua entre máquinas inyectoras y sopladoras en un hangar. El sol recalentaba el tejado y el calor y la humedad eran asfixiantes. Mis jeans se empapaban y cuando miraba mis zapatos estaban acartonados por el sudor y muy gastados por las caminatas a la Universidad. Un limpiador observó mis pies junto al horno:
- Tiene la suela abierta. Pero ¡ponte bien el zapato, chica!
Yo tuve que pisarlo para que la gente no se diera cuenta de que estaba roto, caminando sin levantar los pies durante aquella jornada laboral. Fue una pequeña humillación mientras trataba de adaptarme como inspectora de calidad, aunque sin extrañarme ante las caras de juicio o sorpresa de los treinta obreros a mi cargo, pues en la compañía sólo estábamos dos mujeres... Parecía que en aquel ambiente varonil faltaba algo de tacto humano con el sexo femenino. Como dicen a veces en Santo Domingo, “los labios de las mujeres se mueven… pero no se oyen". Yo era una recién inspectora aún estudiando la carrera, pero no podía darle más importancia al machismo que la que realmente tenía. Había que superarse y superar las humillaciones propias y ajenas.
Además, me apenaban aquellas condiciones de los humildes operarios. Yo conocía su forma de ser y de pensar, su vocabulario y sus miradas. “¡Yo misma había salido de entre ellos, de sus mismos ambientes marginales y de los mismos barrios obreros donde yo seguía viviendo!". A veces, imaginaba incluso la cara de mi padre y pensaba que él era uno de ellos cuando tenía que dar indicaciones. Pacientemente, intentaba controlar mi fuerte carácter. Por otro lado, saltaba mi positiva y reivindicativa feminidad: “estoy aquí porque he trabajado y quizá lo merezco… pero ayúdame a ser humilde, Señor".
Al mes sucedió algo inexplicable. Alguien se quedó dormido en la máquina y dejó un lote envasado con defecto. Había una enorme habitación de potes dañados, con destino a Puerto Rico. “¡Vaya! ¿Cómo le llamo ahora la atención al empleado? ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo le digo a mi supervisor: mira se ha dañado tanto porcentaje de la producción?". Para mí era algo indescriptible. Pero mostré sinceridad a mi jefe. Paciente y humildemente empezamos a realizar un muestreo, uno por uno.
- Bueno, inspectora Yeraldine, si vuelve a ocurrir, se va de la empresa…
Lamentablemente el desastre se repitió dos veces más por negligencia. Las pérdidas económicas fueron miles de pesos… Durante días no comí y lloraba esos fracasos. “Bueno, Señor, yo estudié para algo, no para esto… ¡Dios mío, yo necesito que tú me saques de aquí porque yo me voy a desmayar!" Y efectivamente, pude cambiar de empresa donde las pequeñas preocupaciones de otro tipo me siguieron persiguiendo, esta vez en la Escuela Nacional de la Judicatura. Ahora auditaba procesos en la gestión de calidad durante horario de oficinas cuyo personal, a diferencia de la fábrica, no iba con jeans para trabajar entre hornos y máquinas.
Aunque sabía que la educación es el mejor vestido para la fiesta de la vida (más que los caros y elegantes trajes), había una gran diferencia del hangar a las oficinas de auditoría... Aquí, los empleados suelen ir en pantalones de dril, camisas y medias bonitas. Lamentablemente yo no podía vestir esa ropa. “Pero ¡si yo nunca habia tenido un traje!", me decía. Hasta entonces había usado blusas, incluso un pantalón de tres euros que compré en el almacén popular domicano llamado “La Duarte". O sea, tenía camisitas que heredaba, regalaban o alguna vez que yo compraba, pero simples blusitas… Sin embargo, el nuevo ambiente era más refinado.
- ¿Te pasa algo? ¿Te ves bien? Pareces tímida, decía mi jefa los primeros días. Ella, que también venía de abajo, veía mi aspecto.
- Ven, anda, tengo aquí una ropa que no uso de temporada. Gracias a su generosidad entendí cómo se puede ayudar a las personas sintiendo como desean ser ayudadas.
Por lo demás, el trabajo era gratificante y se alternaba con las clases de la tarde aunque también había espacio para las sorpresas de la vida.
- Yeraldine, tienes una llamada en la oficina.
Mi padre había tenido un accidente y habíamos perdido el vehículo. Ahora justo que la vida parece que empieza a sonreír aparecen nuevas desgracias. “¿Porqué suceden hechos que no comprendo?", me preguntaba. Papá sólo sabía vivir para taxear...
- Mira, papá, vamos a comprar un carro con el aval a mi nombre para intentar pagar la mensualidad de los diez mil pesos (200 euros) del préstamo del nuevo carro. Vamos a intentarlo.
Zanjamos la cuestión. Esta vez quedaba humillado el orgullo paterno pero papá dejó de mirar al suelo, sacó las manos de los bolsillos y me dio un beso. A cambio, tenía el sueño de un carro hecho realidad.
La economía familiar mejoró con el nuevo taxi, pero los nervios, triunfos y fracasos agotaron mi cuerpo en tercero de carrera. Me consumían el trabajo, las clases y el estudio nocturno. Quizá no había otra solución. Decididamente tenía que aprovechar los minutos muertos del día, así que regresaba a casa desde la Facultad adelantando lecciones en el autobús. Por un parte, Dios me dio memoria visual y, por otra, un amigo colombiano me regaló dos tomos de la asignatura de cálculo -los primeros libros propios de mi vida-. Con ambos dones pude retener aquellas fórmulas entre idas y venidas en autobuses y taxis urbanos…
Así, preparé los últimos exámenes de la Carrera, que terminé para diciembre de 2011. Fueron cuatro años de Universidad (en vez de los cinco previstos) que se cerraban con el acto de licenciatura un 25 de febrero de 2012. Aturdida y feliz, alcancé la meta que una vez prometí a mis padres.
Veía entonces abierta una ventana a la estabilidad laboral del futuro con mi título de Ingeniera Industrial. Papá, amigos y mi sobrino asistieron al acto de graduación... Papá milagrosamente vestido con pantalón dril y una chaqueta de color oscura, pues hasta entonces siempre había vestido con vaqueros y camisetas. Como buena mujer testaruda, no supo negarse a mis peticiones sobre la vestimenta.
Una amiga en la Universidad se ofreció para maquillarme. Ciertamente no tenía idea -en ese entonces- sobre la cosmética para el evento, aún cuando sabía de la expectación en el barrio, pues era la primera del vecindario que se graduaba en la Universidad. La gente miraba como si fuera a casarme al salir de casa con mi vestido blanco. Justo en el momento de salir y subirme al vehículo, un vecino llamó a la ventanilla del coche. El vecino se acercó y ofreció un regalo, con gran sorpresa de todos. Me había visto crecer desde pequeña con mi familia y conocía nuestra historia.
- Espero que este libro siempre te acompañe.
Más tarde, cuando destapé el regalo, allí ante mis ojos, apareció una Biblia. Por lo demás, el acto salió perfecto y no pisé el bajo de mi falda -con gran alegría para mí-. Recibida la beca sobre la toga negra, los tres nos fuimos a celebrarlo. Hasta entonces, ha sido el día más importante de mi vida y para ello nada mejor que tomar el tradicional pollo frito con tostones dominicanos en un "pica pollo". Allí, solo la nostalgia y algunos lloros hicieron recordar que mamá continuaba fuera del país, mi hermano trabajaba ese día y mi hermana no estaba en casa... Una vez más no tenía a toda mi familia reunida en la foto, pero habíamos cruzado la meta de mi educación.
HOY, INGENIERA
Actualmente -gracias al sueño de finalizar mis estudios universitarios- trabajo como inspectora de calidad en una empresa de Modelados Dominicanos. Sé de donde procedo y, desde mi puesto profesional, sé que la ética individual está al mismo nivel que la ética social; que debo rezar y actuar sin privatizar mi fe. En este sentido, estoy pensando en cómo puedo contribuir a disminuir la tasa de madres adolescentes en la República Dominicana. Actualmente, cerca del 37% de los embarazos corresponden a madres jóvenes. Yo, que vengo de ahí, de una madre así, con todas las mujeres de mi familia en esas mismas circunstancias debo ayudar a mi pequeño mundo. De momento, hoy tengo también madres solteras en el trabajo lo que me obliga a pensar y rezar por ellas y que, a su vez, ellas me ayudan
- ¡Tengo seis hijas de hombres distintos y no sé que hacer…! Mira Yeraldine, la más grande de veintiún años se casó y la que tiene veinte, pues también se va a casar en estos días, comenta una de mis mejores compañeras, empleada en nuestro equipo.
- Pues que ver qué tanto le pelea usted a esas niñas, qué esperanza están viendo esas niñas en usted… porque si no, ellas van a seguir repitiendo el mismo patrón suyo…, dije pensativamente.
- Jefa, a usted le pasa algo.
- ¿Y por qué me dice eso?
- Porque usted no dice palabras feas cuando quiere desahogarse. Pero, ¿porqué ha dicho hoy dos veces una vulgaridad? ¿Qué le pasa?
- Sí, es verdad, me pasa tal cosa…
De una manera u otra, las compañeras que dependen de mi responsabilidad, están pendientes de mi vida y les importo. Esa gente sabe cómo soy, cómo actúo, qué hago casi en cada momento. Nadie es indiferente, ni un verso suelto.
Hace unos meses fui a la universidad a pagar las tasas de mi hermano, justo el día que me entrevistaron en el periódico. Estando en la cola, en medio del tumulto, una persona me agarró de la mano. Era un vecino.
- Ay, Yeraldine, he visto tu reportaje en el periodico con el titular: Si bien Dios no te puso como tú quisieras estar en el mundo, te dio muchísimos otros recursos que sí pueden llevarte a estar a donde tú quieres estar. ¡Y asi es. Yo te he visto. Sé de dónde tú vienes. Soy testigo de esa vida!
Entonces, pensé que las piezas inconexas de nuestra biografía sólo forman un puzzle cuando alguien mira con ojos nuevos el conjunto de su vida. Alcanzas la meta cuando también disfrutas del camino.
Ahora, mirando con perspectiva las penurias de la realidad, aprovecho lo aprendido para admitir que nunca estuve sola. Seguiré viviendo intensamente los nuevos proyectos de futuro con la alegría de saberme hija de Dios. Si algo he aprendido, te lo puedo decir en tres palabras: “desarrolla tus talentos".